Condenado a 14 años por violar a la madre de sus tres hijos tras amenazarla con un cuchillo en Granada
Aprovechó que ella entreabrió la puerta de la entrada para obligarla a practicar sexo por toda la casa intimidándola con un arma blanca de 28 centímetros
La violencia sexual no entiende de parentescos. Catorce años de prisión le han impuesto a un hombre, vecino de un pueblo de Granada, por ... violar en 2017 a punta de cuchillo a su expareja sentimental y madre de sus tres chiquillos. El condenado, de 34 años, aprovechó que ella entreabrió la puerta del domicilio donde habían convivido para intimidarla con un arma blanca de 28 centímetros de longitud y obligarla a practicar sexo. Los críos no estaban en casa.
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IDEAL ha tenido acceso a la sentencia dictada por la Audiencia Provincial de Granada contra este tipo, que carecía de antecedentes penales cuando forzó de aquella manera a su excompañera. El fallo, fechado en octubre, puede ser recurrido ante el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, Ceuta y Melilla (TSJA) y fija una indemnización para la víctima de 3.000 euros.
El individuo se enfrentaba a 19 años de encierro, al acusarle también el fiscal de un delito de lesiones. Pero la Audiencia descarta ese ilícito. Eso sí, junto a la pena de prisión acuerda otras medidas: no podrá acercarse a ella en diez años a menos de 500 metros. Además le impone otros diez años de libertad vigilada.
El fallo detalla que agresor y víctima tienen tres hijos en común y que son los tres menores de edad. Los hechos ocurrieron sobre las 7.00 horas del 30 de julio de 2017, cuando él acudió a la casa que había sido hasta hacía tres semanas el hogar de la pareja.
Él, según declara probado la sentencia, seguía acudiendo algunas tardes a la vivienda para estar con los críos. Pero aquella mañana golpeó la puerta «de forma insistente», mientras pedía a su ex que le dejase pasar.
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Para evitar escándalos (dada la hora que era), la mujer «decidió entreabrir la puerta diciéndole que dejara de dar golpes», momento que aprovechó el procesado para colarse. Lo hizo propinando «un fuerte empujón a la puerta». Una vez logró acceder al interior de la vivienda, cerró con la llave y se la guardó.
Así comenzaron unos hechos a los que la Justicia ha puesto nombre de delito: una agresión sexual con la agravante de parentesco, pues aunque ya no hubiese vínculo afectivo ni convivieran, la pareja tenía que verse por los niños. En el relato que hace la resolución, se detalla cómo el procesado cogió del brazo a su expareja y la llevó hasta la cocina. Allí asió «un cuchillo de 28 centímetros de longitud, 15 de ellos de hoja puntiaguda». A continuación se lo acercó «al cuello y al costado» –partes vitales– para conminarla de esa manera a ir en una dirección:la del dormitorio. Le advirtió de «que si no hacía lo que le pedía la iba a matar». Lo siguiente fue hacerse con otro cuchillo más pequeño, «que introdujo en el bolsillo trasero del pantalón». En ese momento, ella aprovechó para llamar al 112.
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Aquella llamada «ofuscó» al acusado. Tanto que le arrebató el terminal y culminó sus propósitos. El cuchillo grande se lo acercó «peligrosamente» al cuello, «llegando a apoyarlo sobre la piel, y a uno de sus costados, con ánimo de atentar contra su libertad sexual». La instó a desnudarse y la forzó. Después la llevó al comedor de la vivienda. Cerró las ventanas y la obligó de nuevo a realizarle otras prácticas sexuales. Siempre, según el tribunal, con el cuchillo en la mano y siempre contra su voluntad. El siguiente escenario fue el pasillo y allí prosiguió. «Por último, el procesado introdujo a la mujer en el cuarto de baño» donde culminó.
Ocurrido todo esto, cuando él «parecía estar más calmado», la mujer le propuso que la dejara vestirse a solas. El acusado se fue entonces a la terraza de la vivienda para recoger su ropa de trabajo y ella «aprovechó» para dejarlo encerrado allí. A continuación, se fue en su coche a denunciar lo que acababa de pasar ante la Guardia Civil. Huyó «apresuradamente y sin llegar a calzarse», especifica la sentencia. Denunció los hechos y solicitó auxilio. Su estado era «de gran excitación y nerviosismo» cuando llegó a las dependencias del Instituto Armado. Agentes de la Guardia Civil la acompañaron entonces hasta la vivienda. Una vez allí no encontraron al tipo, «pero tras gritar su nombre durante un espacio de tiempo, el procesado saltó el muro de la terraza de la vivienda colindante presentándose ante ellos sin mostrar a los agentes sorpresa alguna por lo que estaba sucediendo, siendo entonces detenido», agrega el relato de hechos probados. A ella la condujeron a un centro médico.
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Los guardias hallaron el cuchillo grande sobre un mueble de la entrada. La víctima, a raíz de aquello, presentó un trastorno de estrés postraumático y precisó psicoterapia. «Se estabilizó a los sesenta días» señala la resolución.
Su versión
La Audiencia revela que el procesado, en su descargo, alegó que había sido su expareja quien le había llamado por teléfono y enviado «mensajes para 'hablar' de la situación por la que estaban atravesando». El tribunal cree que si eso hubiera sido así «bien pudo haber acreditado su defensa tal extremo aportando el listado de comunicaciones mantenidas desde el terminal o, por lo menos, haber indicado el procesado esta circunstancia tan esencial para su versión exculpatoria en la primera declaración» que prestó cuando se comenzó a instruir el caso.
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En este punto, los magistrados de Plaza Nueva recuerdan que él manifestó en un principio que «acudió a la vivienda a primeras horas de la mañana para recoger la ropa de trabajo que tenía allí, esto es, que la decisión de ir a la vivienda fue suya y no de la mujer». Esta contradicción, hace que no crean la tesis de que la mujer le hizo una «encerrona».
Así, la Audiencia otorga toda la credibilidad a la víctima y concluye que «la visita del procesado habría tenido como motivo cerciorarse de si en la vivienda había una tercera persona con la que (sospechaba aquel) su expareja mantenía relaciones, y si esa persona había pernoctado en la hasta hacía poco vivienda común aprovechando que los tres hijos menores pasaban la noche con otros familiares». En definitiva, para el tribunal hubo un detonante de aquella inesperada visita que volverá a dejar encerrado al procesado: sus «celos».
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