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Cableado entre edificios desde la torre de la Vela Cristina R. Rey

La maraña eléctrica del Albaicín

El soterramiento del cableado aéreo en el barrio del Albaicín entra en los planes del Ayuntamiento, mientras vecinos conviven con una telaraña que sobrevuela siglos de historia

Cristina Ramos

Granada

Viernes, 18 de abril 2025, 00:49

Desde que uno empieza a subir desde Puerta Elvira y se pierde por las callejuelas del Albaicín hasta alcanzar San Nicolás, se respira un aire ... a turismo templado. Hay tiendas que venden incienso y cerámica moruna, pero también vecinas que tienden la ropa y niños que bajan las cuestas corriendo en bicicleta. No es un decorado, ni un barrio-museo: sigue siendo un barrio vivo. Y, precisamente por eso, el contraste de la vida moderna con la herencia patrimonial se hace más evidente que nunca cuando uno alza la vista.

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Sobre las cabezas de los turistas, vecinos y repartidores de paquetes, se extiende un cielo enredado de cables. Los hay finos como hilos de pescar o gruesos como cuerdas de tender. Unos negros, otros grises, muchos rotos o enredados sobre sí mismos. En algunas esquinas, como en la calle San Juan de los Reyes, los cables cruzan de casa a casa como si jugaran a la comba, sostenidos por postes de madera que parecen olvidados de otro siglo. Todo ello, en un entorno declarado Patrimonio de la Humanidad.

«Si miras hacia la Alhambra desde aquí, ves un cable que parte el paisaje», dice un chico con mochila que ha parado a sacar una foto con el móvil. A su lado, una mujer se encoge de hombros. «Los cables han estado siempre. No molestan tanto. Es cosa del barrio».

Pero no todos opinan lo mismo. Desde hace años, colectivos vecinales, asociaciones patrimoniales y hermandades como la del Sato Via Crucis reclaman que estos elementos se soterren. No solo por la estética, sino también por seguridad. La reciente inversión de 1,7 millones de euros del Patronato de la Alhambra y el Generalife, dentro del conocido como Plan Alhambra, ha sido el punto de partida para que el tema vuelva a colocarse sobre la mesa institucional.

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El Ayuntamiento

El edil de Urbanismo, Enrique Catalina, reveló que el consistorio estudia incluir la eliminación del cableado aéreo en nuevas zonas del Albaicín. Según sus palabras, no solo se trata de actuar sobre calles concretas, sino de introducir mejoras estructurales en todas las obras públicas que se acometen en la ciudad. Es decir, que cada zanja que se abra en el futuro venga con compromiso de enterrar los hilos que cuelgan sobre nuestras cabezas.

Sin embargo el problema no es tanto abrir la zanja como convencer a las empresas de telecomunicaciones para que aprovechen la infraestructura.

Los vecinos

Para entender mejor la magnitud del problema, Pepe Bigorra, portavoz de la Asociación de Vecinos del Albaicín, abre la puerta de su casa encalada y con vistas privilegiadas en pleno Albaicín.

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«El barrio no necesita que lo conviertan en un decorado, pero sí que se le respete».

«La mayoría de los cables que ves ni siquiera están en uso. Son restos de instalaciones antiguas que nadie ha recogido. Las empresas vienen, instalan fibra nueva, pero no quitan la anterior. Y así se va acumulando. Unos encima de otros, como si el aire fuera un trastero».

El proceso es caro, muy caro. Existe una normativa autonómica, la Ley 14/2007 de Patrimonio Histórico de Andalucía, que obliga a soterrar los cables en zonas protegidas. Eso sí, cuando la obra parte de un particular, el coste también corre de su cuenta.

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«Si tú, como vecino, quieres reformar tu casa y tienes cables delante, te obligan a soterrarlos. Pero te los pagas tú. Y no es solo el cable; necesitas un arqueólogo, porque basta con cavar 40 centímetros y ya puede salir Troya».

La broma no es tan exagerada. La obligación de contratar a un técnico que supervise cualquier excavación en el Albaicín eleva los costes hasta los 6.000 euros. Y eso, en un barrio donde muchas viviendas llevan generaciones en las mismas manos y no siempre hay recursos para asumir reformas integrales, es una traba más que evidente.

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Durante el paseo, una señora se queja de que los pájaros se posan en los cables y luego 'dejan su marca' en los balcones. Otro vecino, que camina con su perro, reconoce que los cables afean, «pero tampoco hacen daño a nadie». Lo cierto es que, más allá del impacto visual, hay algo profundamente contradictorio en que el barrio más icónico de Granada, el mismo que sale en todas las postales, esté atravesado por un enjambre que nadie se atreve a cortar.

«Si tú, como vecino, quieres reformar tu casa y tienes cables delante, te obligan a soterrarlos. Pero te los pagas tú».

«No es solo una cuestión de estética. También lo es de identidad. Porque cuando se habla del Albaicín no se habla solo de un barrio, sino de una idea de ciudad, de una forma de mirar Granada. Cada cable que cruza una calle es también una línea que separa el relato oficial del patrimonio, ese que se muestra en los folletos turístico, de la realidad cotidiana de quienes lo habitamos», termina declarando Pepe en un atisbo de arraigo a su barrio, «El barrio no necesita que lo conviertan en un decorado, pero sí que se le respete. Y eso incluye mirar al cielo y preguntarse por qué lo hemos dejado así».

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Mientras tanto, el ruido de los coches sobre los adoquines sigue siendo el sonido más presente del paseo. A veces molesto, a veces reconfortante, como un recordatorio de que por estas calles se sigue viviendo, más allá de los turistas.

El Plan Alhambra traerá nuevas inversiones. O eso prometen. El cableado del Albaicín, por ahora, sigue ahí: colgando, cruzando, enredando. Un problema suspendido en el aire, literalmente.

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