Estructura. La madera se trata en un curvador de luthier que trabaja a 172 grados centígrados. J. A. M.
Un día como constructora de violines

Alquimia entre el arce y la sala de conciertos

Es la única luthier que crea, cuida y arregla violines en Granada. En su trabajo se mezclan el arte, las matemáticas, la física y la química en una búsqueda de la perfección

Jueves, 28 de agosto 2025

La alquimia, ese indeterminado conjunto de artes y ciencias que en la Edad Media provocó tanta curiosidad como miedo, sigue viva. Para comprobarlo, basta entrar ... en el taller en el que desarrolla su labor la luthier Ruth Obermayer, referencia absoluta para centenares de clientes del mundo de la clásica tanto en España como en el extranjero. De su pequeño rincón –una artesana auténtica no necesita mucho espacio– salen cada año menos de una decena de instrumentos nuevos, pero muchos más salen renovados o vueltos a la vida, directamente.

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Una jornada de esta luthier –que además es cantante y, claro, toca el violín– comienza no muy temprano, pero tampoco muy tarde. En torno a las ocho de la mañana. En uno de los armarios de su taller se encuentran unos trozos de madera que tienen sellos y códigos que sólo ella conoce. Cuando toma entre las manos uno de ellos, afirma: «Esta es madera de arce de una altísima calidad. Tiene vetas naturales que otorgan una gran prestancia al instrumento. Por eso es tan sumamente cara...». Curiosamente, el taller está en las antípodas de una carpintería; no hay una sola viruta en el suelo.

Ruth aprendió el oficio siendo madre. «Tenía una niña de dos años, y mi maestro, Wolfgang Löffler, también tenía otro bebé. Hace poco estuvimos comprando madera juntos. Conocerle ha sido una de las mejores circunstancias de mi vida», afirma. En verano, sus hijos –algunos ya mayores– tienen una rutina distinta a la del curso, y ella también. «No acepto encargos, salvo urgencias muy urgentes. Me han llegado a traer chelos un domingo a las doce de la noche», dice con una sonrisa, enfatizando que en verano el contacto telefónico se reduce a la mínima expresión, y los correos emplazan a sus clientes a una conversación que tendrá lugar en el mes que comienza el lunes. «Me recluyo en el taller y primero saco adelante las revisiones de verano, en la primera parte de la estación», dice. Estas revisiones son habituales en músicos de orquestas que normalmente desarrollan su labor entre septiembre y primero de julio, no en quienes tienen en el verano su 'temporada alta'. En uno de los violines que muestra, señala la necesidad de revisar el puente y el diapasón, limpiarlo de los restos de maquillaje –entre otros elementos–, corregir las juntas si están un poco abiertas, etcétera. «Es un chequeo completo, en el que reviso que se mantenga bien tanto desde el punto de vista del sonido como del aspecto externo», añade.

En el anaquel de las resinas para crear barnices se mezclan productos de Portugal, Grecia y Filipinas

A veces, llegan a la 'clínica' instrumentos en muy mal estado. «Este verano me trajeron una viola antigua, italiana, que no había sido limpiada en más de 30 años», señala. Se cambian hasta las crines de los arcos, y en este punto, se observa el cambio en los gustos de algunos violinistas, los cuales, por ejemplo, solicitan que estas sean de colores. Ella, por supuesto, las tiñe –con mascarillas para el pelo– y las prepara. Otra de las artesanías que practica. En su labor se une, pues, la modernidad con el conocimiento de instrumentos ancestrales. «Una vez me trajeron unos chinos, antecedentes de los de cuerda europeos, cuyo origen se remonta milenios atrás, los cuales habían sufrido daños durante un viaje. La orquesta estaba de gira y necesitaba un arreglo rápido, así que el instrumento llegó a última hora de la tarde, yo trabajé durante toda la noche y por la mañana ya estaba listo», rememora.

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Estos trabajos son, afortunadamente, excepcionales. Obermayer trata de seguir una rutina que, tras la mañana de trabajo, se reanuda en torno a las cinco de la tarde, a veces a las seis, y en la que suele trabajar hasta entrada la noche. Precisamente, como si de una equilibrista de platillos chinos se tratara, suele trabajar en varios proyectos a la vez. El encerdado, mantenimiento y barnizado lo hace en una zona del taller, y la construcción propiamente dicha en otra, utilizando para ello instrumentos como el curvador de luthier, que modela la madera del arce con la forma del violín, a una temperatura de 172 grados centígrados que se mantiene de manera constante. Un instrumento de precisión que ha dejado alguna que otra 'huella' en su cuerpo.

Artificio y naturaleza

En el trabajo de Ruth Obermayer se mezcla lo artificial y lo natural. Sabe perfectamente cuándo se ha barnizado un instrumento, cuántas horas debe secarse y dónde, para que la imprimación quede perfecta. La climatología es, a veces, caprichosa con ella. «Me suele ocurrir que cuando quiero barnizar, llueve», afirma. Tampoco están indicadas olas de calor como las que vivimos recientemente. «Las temperaturas extremas retrasan el trabajo», dice. Cada violín lleva hasta ocho capas de barniz, y cada una de ellas debe secarse durante un día o dos, dependiendo de la intensidad de los rayos UVA. Nunca les da el sol directo.

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Para hacer los filetes decorativos, la luthier utiliza una técnica muy parecida a la taracea, con listones de arce tintado, arce blanco, ébano, álamo y peral. «El año pasado hice un homenaje a los constructores de guitarras granadinos y adorné un chelo utilizando el cromatismo que ellos usan en sus guitarras», recuerda. En su taller hay casi dos centenares de herramientas distintas, desde una cuchilla de afeitar a cúter de precisión, varios tipos de sierras... Con todo, uno de los secretos mejor guardados de los constructores de violines es la mezcla de elementos químicos utilizados en los barnices. De hecho, varios de ellos, procedentes de diversos países europeos, se reúnen cada cierto tiempo en Avilés, donde ejerce como perfecto anfitrión el maestro Roberto Jardón, en una suerte de encuentro de magos en el que se pasan «una semana haciendo pociones con las mascarillas puestas», según confiesa Ruth Obermayer. En el anaquel de la luthier se mezclan resinas de pino portugués con otras griegas borgoñonas e incluso filipinas. «A veces nos llaman artistas, pero siempre digo que los artistas de verdad son los músicos». Quizá no sean artistas, pero su arte es indiscutible, y su capacidad para buscar la perfección está fuera de toda duda.

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