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Vista del Albaicín a mediados de los 90 y en la actualidad.

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Vista del Albaicín a mediados de los 90 y en la actualidad. DOCUMENTACIÓN: AMANDA MARTÍNEZ / FOTOS ACTUALES: FERMÍN RODRÍGUEZ

Luces y sombras en los 25 años del Albaicín como Patrimonio Mundial

ANIVERSARIO UNESCO ·

El barrio pasó a formar parte de la lista de Patrimonio Mundial hace un cuarto de siglo. Ha perdido 4.080 vecinos en estos años, acumula viejas carencias y se enfrenta al nuevo desafío de la masificación turística

Javier Morales

Granada

Domingo, 15 de diciembre 2019, 00:42

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En el Albaicín, el sol se pone igual que en 1994. Proyecta en las paredes las sombras de los tejados, riega de rojo la Alhambra y se pierde en el horizonte de la Vega. El atardecer «más bello del mundo» es el mismo, pero contemplarlo como lo hizo Bill Clinton en los 90 es ahora mucho más difícil. El barrio que un día como hoy hace 25 años pasó a ser Patrimonio Mundial de la Unesco va camino de perder la mitad de su población. Pese a todo, está más lleno que nunca: de turistas. De ahí la dificultad de encontrar un rincón apacible, como hizo el expresidente de Estados Unidos, para disfrutar de un ocaso de julio frente a la Alhambra.

Masificación turística y despoblación son, según los vecinos, las dos principales diferencias entre el Albaicín del 94 y el de hoy. El 15 de diciembre de aquel año, la Unesco decidió en una cumbre en Bangkok incluir al barrio en la declaración patrimonial de la Alhambra y el Generalife, que formaban parte del listado desde 1984. Culminó así un proceso de dos años, después del intento fallido de 1980.

Fue fundamental el papel de Federico Mayor Zaragoza, exrector de la UGR que en ese momento era director general de la Unesco. Según el exalcalde Jesús Quero, su asesoramiento sirvió para repensar el proyecto: en lugar de buscar una declaración 'individual', la ciudad optó por pedir que se uniera al recinto patrimonial de Alhambra y Generalife. «Pensamos que el barrio había mejorado y era el momento de plantearlo, y nos orientó muy bien».

Y en un momento complicado. Con la caída del muro de Berlín en el 89 llegó un aluvión de peticiones a la Unesco: países del Este que querían aparecer en el mapa del patrimonio. Tras varias reuniones con el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (Icomos) llegó el visto bueno. Para Quero, «la consecución de un objetivo muy perseguido durante dos años».

La Unesco reconoció en el Albaicín «el valor universal excepcional» necesario para formar parte del listado. Estar en el catálogo obligaba a «proteger, conservar, rehabilitar y transmitir a las generaciones futuras» el enclave; pero no implicaba ingresos directos para desarrollar esta tarea, más allá de un aval para pedir inversiones. El Ayuntamiento se planteaba entonces «objetivos pequeños»: soterramiento de cables, regular la publicidad y cartelería de los establecimientos, mejorar la accesibilidad… Mejoras de las que se sigue hablando 25 años más tarde.

No es difícil encontrar cables sobre las paredes encaladas. Las malas hierbas crecen entre los empedrados. Hay asentamientos ilegales en San Miguel. Las cámaras no han acabado con la lacra del grafiti. Las murallas están abandonadas. Los accesos en coche siguen siendo objeto de discusión. Los vecinos protestan por la inseguridad y suciedad en el barrio. Los sucesivos planes de rehabilitación de vivienda no han calado en todos los rincones del distrito y hay espacios patrimoniales, como los baños de Hernando de Zafra –se han empezado a restaurar este mismo año, después de dos décadas en el olvido– cuya recuperación parece eternizarse.

Compromiso urgente

El registro de asuntos pendientes es extenso hasta el punto de que la Unesco –en voz de Mayor Zaragoza– amagó con retirar el 'título' al Albaicín si no iniciaba un plan de rehabilitación. Ahora, «la Unesco estudia con preocupación el impacto del turismo en los sitios Patrimonio Mundial, y el turismo está dejando de ser una oportunidad para convertirse en una amenaza», relata Ángel Bañuelos, presidente del Centro Unesco de Andalucía. Él no descarta que el Albaicín pase a la 'lista roja' del patrimonio en peligro si no se toman medidas urgentes para evitar que el «valor universal excepcional que motivó la declaración continúe viéndose afectado». «Resulta imprescindible y urgente un acuerdo institucional, político y social que ponga fin a esta situación».

En octubre, miembros de Icomos visitaron Granada para conocer al nuevo equipo de gobierno. Tomaron nota de algunos de estos problemas y reiteraron una vieja petición: que la Alhambra, el Generalife y el Albaicín cuenten con un único órgano gestor. El conjunto monumental está en manos de la Junta de Andalucía, a través del Patronato, y el barrio cuenta con la Agencia Albaicín, que se creó a raíz de la declaración, precisamente para velar por el cumplimiento de las obligaciones derivadas del nombramiento.

Queda mucho por hacer en el continente –el barrio– para que no termine por perder su contenido –los vecinos–. Condensa la idea el actual presidente de la asociación de residentes, Antonio Jiménez, «la declaración no fue sólo por el paisaje, sino por el paisanaje». En 1965, 32.000 personas vivían en el Albaicín. Hace un cuarto de siglo, las callejuelas que fueron un núcleo de la Granada musulmana acogían a 12.000. A principios de 2018, el censo del Instituto Nacional de Estadística (INE), contabilizaba 7.920 habitantes en el barrio, 4.080 menos que en aquel 1994.

En ese momento se mostraron esperanzados ante lo que pretendía ser un revulsivo para la colina, pero sin bajar la guardia. «No nos conformamos con que sólo nos cuelguen el diploma. La historia reciente del barrio está llena de desengaños, se ha prometido mucho pero se ha hecho muy poco». Eugenia Fernández, que presidió la asociación de vecinos –impulsada por mujeres en aquella época–, ya hablaba de un barrio moribundo.

Era un lugar «con muchas carencias», mejor en algunos aspectos –como la recogida de basura o el pavimento en algunas calles y algo peor en otros, cuenta ahora a IDEAL. Se ha perdido la «vida de barrio» que había entonces. Aunque mantiene «su idiosincrasia», los vecinos han ido huyendo de un barrio que «antes era más agradable para las familias y los niños». Ella todavía saluda a los vecinos en Plaza Larga, el corazón urbanístico y social del barrio que, como ejemplifica Jesús Quero, fue como un pueblo dentro de Granada. Eugenia convida a una cerveza, pregunta por la familia o charla sobre el tiempo con los pocos 'paisanos' conocidos. Porque ahora, en el Albaicín hay más gente, pero menos vecinos.

Mañanas infernales

«Las mañanas en el barrio son infernales», lamenta Eugenia. Pide que se controle la afluencia de visitantes. Mediados los 90 se hablaba de promocionarlo, de atraer al turista, pero ahora «no lo disfrutan los turistas ni los vecinos, que no pueden vivir aquí». Asegura que no aportan riqueza a la zona: el dinero se gasta en el Centro de la capital… o en capitales vecinas. Llegan en autobús a la carretera de Murcia, hacen turismo y regresan.

Los que pernoctan en el Albaicín lo hacen en hoteles o viejas casas reconvertidas en apartamentos turísticos. Según datos del portal AirDNA, que monitoriza las estadísticas de la plataforma de estancias Airbnb, en el Albaicín hay 489 alojamientos de este tipo –habitaciones o apartamentos–. Muchos herederos de los antiguos propietarios no pueden hacer frente al mantenimiento de las viviendas o prefieren vivir en zonas de la ciudad mejor comunicadas. «Aquí es difícil vivir y se siguen dando licencias de apartamentos turísticos. Nos convertiremos en Venecia», añade Jiménez. Así que optan por alquilar las viviendas u ofrecerlas a turistas.

Gentrificación y turistificación. Suben los precios del alquiler y del coste de la vida en el Albaicín y siguen los ríos de turistas que, en temporada alta, tapan el atardecer frente a la Alhambra. Son los dos elementos que, en opinión de la expresidenta de la asociación, distinguen al Albaicín de 1994 del que se asoma a 2020.

Son dos de los retos que terminaron por 'tumbar' a la asociación de vecinos Bajo Albayzin, que en verano bajó la persiana después de dos décadas de trabajo por la defensa del barrio. Estaban hartos de hacer peticiones que nunca se atendieron, de escuchar compromisos que jamás se materializaron. Antonio Jiménez expresa la indiferencia en otros términos: «La falta de voluntad política le hace daño al barrio».

Quero coincide en la impresión de que se ha gentrificado el barrio: «Aquello es un poco como un parque temático, hay mucha vivienda turística y cada vez vive de manera estable menos gente. El turismo es un yacimiento de empleo y no hay que hacer nada que lo ponga en peligro, pero sin morir de éxito». Antonio Jiménez cree que la gentrificación no es producto solamente del 'boom' del turismo y los apartamentos: «La gente quería comodidad, garaje, accesibilidad». Lo que antes era una corrala de vecinos es ahora la vivienda de una sóla familia o bien un alojamiento para turistas.

Desde hace 25 años, el Albaicín 'pertenece' a toda la humanidad. La postal del barrio desde lejos es prácticamente la misma. En el interior, coinciden los entrevistados, la realidad es bien distinta. Antonio Jiménez cree que la declaración «era necesaria» y ha «influido positivamente por la presión a los políticos, pero poco ha beneficiado a los vecinos». Santiago Rodríguez Gimeno concluye que formar parte del catálogo Unesco ha sido, en definitiva, beneficioso. No se trata sólo de recibir ayudas, opina: «Da prestigio, y eso es un dato a favor». Y sirvió para ajustar las cuentas a las administraciones tras las advertencias en «algunos momentos oscuros», en los que la Unesco amenazó con revocar la declaración. Para Eugenia Fernández fue «sin lugar a dudas, muy positiva». No tanto la interpretación que «políticos, técnicos y personal interesado hicieron de ella».

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