Maruja, de 94 años, tomando un café en el Bar Aixa. ALFREDO AGUILAR

«Si el Albaicín lo tuvieran Málaga o Sevilla, esto sería una tacita de plata»

Maruja, de 94 años, y otras vecinas del barrio repasan los problemas a los que se enfrentan a diario y cómo hacen para vencer a la soledad

Sábado, 11 de noviembre 2023, 23:49

Loli, de 79 años, sube por la calle de la Tiña. Va sola, pero no le importa. «Llevo 50 años aquí y te aseguro que ... el Albaicín es un gimnasio al aire libre, me gusta». Loli nació en Bilbao y fundó con su marido, ya fallecido, la academia Inlingua de Plaza Nueva. «Vivimos bien, pero me enfado con los que no recogen las mierdas de los perros. A mis nietos les digo que son malas personas».

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María, de 96 años, esquiva un pequeño y apestoso montículo de heces para sentarse en un banco. «¿Que si vivo en el barrio? Aquí me hicieron, somos de los antiguos, antiguos». A su espalda, Elena, de 73 años, pide tomates, manzanas y plátanos en la frutería de la Plaza Larga. «Estoy solica, solica, solica –dice, con una sonrisa torcida–. En noviembre hará 24 años que soy viuda». Elena tiene la costumbre de venir por aquí todos los días, sin bulla, para no desconectarse del barrio. «Tengo dos hijas, pero viven en Atarfe y yo no me quiero ir de mi Albaicín. Gente mayor quedamos pocos por aquí… El Albaicín –resopla– no es lo que era ni lo volverá a ser. Esto es para los hippies y para los extranjeros».

Tres de las vecinas del barrio. A. AGUILAR

En cuestión de cinco minutos, no más, tres grupos de turistas atraviesan Plaza Larga de punta a punta. Grupos tan numerosos que cortan por completo el paso. «¿Ves? Si es que no puede andar por el barrio. Y lo peor es que no se dejan ni un café. O sea, que los vecinos tenemos nada más que problemas e inconvenientes del turismo que hay en Granada». Habla Cristina Gutiérrez, de 81 años, vecina del barrio desde que nació y, también, vocal del Centro de Mayores. ¿Es difícil vivir aquí para los mayores? «La verdad es que, de San Nicolás para abajo, es muy difícil la vida para las personas mayores: el tráfico, las piedras, la seguridad, la falta de luz, los turistas… Y una persona mayor, sin contacto, se va enterrando».

Precisamente, para evitar eso, Cristina se alegra de tener el Centro de Actividades del barrio, en la Plaza de Aliatar. «Hay cursos de gimnasia, pintura, teatro, memoria, excursiones, visitas culturales…. Todos los días hay alguien para atender al que quiera acercarse». Y, por lo que se ve, las tardes de bingo son antológicas. «¡Viene una pila de gente de más de 90 años! En ese rato nos enteramos de la que está mala, la que está sola, la que se va a morir… Es una manera de convivir».

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A. A.

El telediario de Plaza Larga

María Angustias, de 74 años, aparece tras la estela de otro grupo de turistas. «¡Plaza Larga es nuestro telediario!», exclama Cristina al ver a su amiga. «Por la parte de la Charca –cuenta María Angustias– no hay luz, no hay policía, me da miedo. Y mi vecina, Carmela, en la calle Guinea, no sube por la inseguridad». Las dos deciden acercase al Café Aixa, donde, dicen, las tratan «de gloria». «A los mayores nos cuidan en el barrio, los políticos no», afirman.

A. A.

Dentro, arremolinada tras un café con leche, está Maruja, de 94 años, toda una institución del Albaicín. «Tengo 3 hijos, 10 nietos y 13 bisnietos. ¡Somos muy del barrio!». A la pregunta de cómo se vive aquí, Maruja se muerde la lengua y manda a freír espárragos al ayuntamiento. «¡Que nos tienen olvidados!», grita, visiblemente dolida. «¡Están dejando morir al Albaicín! ¡Que está agonizando! Y nadie hace nada para que reviva, para que se anime… Aquí nada más que hippies, perros y mierdas de perros». Luego cuenta el caso de una conocida, que pidió permiso para arreglar su casa y no le dieron licencia. «Se cae tu casa y no te dan licencia, ¡te tienes que ir! ¡Se está quedando vacío!».

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Maruja, acompañada de sus amigas Fina y Rosalía, aplauden la llegada de Antonio, al que todas conocen como El Madrugas. «A la que está sola, él le lleva el café a su casa. Hace los mandos, está pendiente de los mayores… Y no, no le paga el ayuntamiento. ¡Es nuestra Madre Teresa de Calcuta!», bromean cariñosamente. El Madrugas, sonriente, les entrega el boleto de lotería, como todos los días.

«¡Están dejando morir al Albaicín! ¡Que está agonizando! Y nadie hace nada para que reviva, para que se anime… Aquí nada más que hippies, perros y mierdas de perros»

«Ayer vino mi nieto con mi bisnieta a verme –continúa Maruja–, pues tuvo que salir corriendo porque enseguida ya lo estaban multando. Vamos a ver, ¿qué hacen los coches, los cuelgan como si fueran peroles? A mí me mandan whatsapps porque aquí no puede venir nadie. ¡Que hagan un buen aparcamiento! Aquí estamos abandonados y nos puede visitar la familia». El grupo asiente y, en silencio, sorben las últimas gotas del café. «Una cosa os digo –zanja Maruja–: si el Albaicín lo tuvieran Málaga o Sevilla, esto sería una tacita de plata. No lo tendrían tan abandonado como nuestros políticos. Eso lo pones en letras grandes. ¡Grandes! ¡Nos tienen abandonados!».

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