El abrazo
Relato de verano ·
FERnANDO SORIANO BENSUSAN
Jueves, 20 de agosto 2020, 23:56
Me llamo Henry David Thoreau. Mi historia, la verdadera, comienza el 4 de julio de 1845 y transcurre en un bosque alrededor de las costas ... de Walden Pond. Soy poeta, filósofo, naturalista, y fabricante de lápices. Me embarqué en un experimento de dos años, dos meses y dos días de vida sencilla, viviendo en una frugal cabaña construida con mis manos. En mi ensayo Walden dejo escrito el motivo: «Fui a los bosques porque quería vivir solo, deliberadamente, para afrontar los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que tenía que enseñar y no descubrir, a la hora de la muerte, que no había vivido». Disfruto de mis días con la lectura y largas caminatas. Tomo notas. Sé que no es igual buscar la soledad que sentirse solo. Pueden entender mi decisión como una suerte de aprendizaje. Ahí están los anacoretas y eremitas. No crean a quien diga que el ser humano no puede vivir solo. Durante mi retiro reafirmé la idea de que también el bosque es un laberinto.
Publicidad
Me interesan las historias y narraciones acerca de otros solitarios. He advertido una conexión entre ellas. Aquellos días me dediqué a su estudio. Expongo aquí algunas y mis conclusiones. Acudí primero al Nuevo Testamento. Los evangelistas canónicos dan cuenta de los cuarenta días y cuarenta noches de Jesús de Nazaret en el desierto. Sin embargo, las palabras que me iluminaron las encontré en el Evangelio apócrifo de Tomás. El signado como trece dice: «Y le tomó consigo (a Tomás), se separó y le dijo tres palabras. Cuando Tomás volvió con sus compañeros, le preguntaron: «¿Qué te ha dicho Jesús?» Díjoles Tomás: «Si yo os dijera una de las palabras que me ha dicho, cogeríais piedras y las arrojaríais sobre mí y saldría fuego de las piedras que os abrasaría». Parece como si a Tomás se le hubiese confiado una especie de cifra. Así mismo advertí en Mateo 4:12, en Lucas 4:14 y Marcos 1:14 la ausencia de noticias entre el episodio del desierto y su aparición en Galilea.
En la novela de Daniel Defoe, Robinson Crusoe, el protagonista naufraga, alcanza una isla que parece desierta y pasa en ella veintiocho años. Al leer el pasaje, entreví cómo el pavor y la esperanza pudieron desgarrar el alma de aquel personaje al contemplar la huella de un pie en la arena. El autor se había inspirado en un hecho real ocurrido al marinero escocés Alexander Selkirk, el cual, después de volver a tierra, se escabulló de su pueblo varias semanas. Así mismo aprendí que el desierto tiene muchos nombres.
Un año antes de instalarme en el bosque se publicó 'El conde de Montecristo', de Alejandro Dumas. Un joven, de nombre Edmond Dantés, es encerrado en el castillo de If a causa de la traición de sus amigos y la prevaricación del juez. Durante su cautiverio entabla amistad con el abate Faria, que le confía (¿como Jesús a Tomás?), el escondite de un gran tesoro. Al igual que Defoe, Dumas obtuvo la idea de una historia real (la de un zapatero llamado François Picaud), que encontró en las memorias de Jacques Peuchet. Picaud y Peuchet también realizaron con frecuencia viajes prolongados Y supe, así mismo, que no se puede ir en contra del destino entendido como algo inevitable.
Una noche, vencido por el sueño y las distancias, apoyé la cabeza sobre un rimero de libros y dormí. Fantaseé una conversación con Coleridge sobre su Kublai Khan. Desperté antes de oír su opinión sobre si estábamos predeterminados o éramos creadores de nuestro propio destino. En la fina luz del amanecer aprendí que una vida puede esconderse en el silencio, y que la muerte depende de guardar un secreto.
Publicidad
Las historias, de alguna manera, estaban conectadas. En la antigua Mesopotamia ya conocían el año bisiesto, en el que las Pléyades desaparecían cuarenta días bajo el horizonte. Tomás (quizá por escuchar las tres palabras), era llamado didymos, que en griego significa 'gemelo', como gemelas son la muerte y la resurrección, simbolizadas en las flores. La palabra apócrifo deriva del griego apo (lejos), y kryptos (oculto), ¿Atlantis, El Dorado, Shangri-La, Thule? Schneider y la doctrina hindú me proporcionaron conocimiento de una 'isla esencial', con árboles inmensos y perfumados. Comprobé que las palabras inglesas forest (bosque) y foreigner (extranjero), se conectan con foranus (estar fuera). Afuera, lejos, oculto, un lugar de árboles. Teofrasto, en unas líneas confusas, habla de 'los sueños del árbol'. Estrabón alude 'al que otorga visiones'. Dioscórides señala una planta cuya savia hervida remedia la tristeza. En su 'Essai sur la géographie des plantes', Humboldt lo refiere en una nota como especie ficticia. Es el Singularis amplectaris, cuya peculiaridad es copia del mecanismo de las plantas insectívoras, pues toma entre sus ramas, como en un 'abrazo', a los que se acercaban. Deduje así el motivo de las prolongadas ausencias. A pesar de la cercanía de las gentes, todos buscaban la singularidad del árbol: la cálida pureza de su acogimiento, el latido de la savia hacia las hojas, un reducto para la esperanza.
Por ahora se me ha negado conocer cuáles fueron las tres palabras.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión