8.000 pasos

Relato de verano ·

francisco javier gálvez pajares

Sábado, 8 de agosto 2020, 00:11

8000 pasos. ¡Vaya tontería! –pensó.Y sin embargo, le había dicho a su padre que lo haría y ahora tocaba cumplir.

Publicidad

Ambos habían pasado juntos ... el confinamiento. Su padre, casi octogenario y viudo desde hacía años, estuvo así acompañado, y en cuanto a él, el menor de cuatro hermanos, era el único que no tenía pareja a sus treinta y muchos, de modo que no le costó trasladarse de su pequeño apartamento alquilado al piso del padre. Se daban pena mutuamente.

Durante los meses que duró el encierro, y como tanta gente en aquellos días, trabajó utilizando su ordenador. Como era profe de instituto, este trabajo consistió la mayoría del tiempo en corregir unas pocas tareas originales y muchísimas copias de éstas. Entendía que, en aquella situación, la resolución de ecuaciones incompletas de segundo grado debía de ser una preocupación menor en la vida de sus alumnos y alumnas. Por eso se admiraba de que algunos de ellos mostraran un interés sincero por seguir aprendiendo. Por éstos, y por todos en realidad porque aún seguía gustándole su trabajo, las jornadas se fueron alargando, y los días, en su mayoría, se consumían delante del ordenador.

Su padre, mientras tanto, sobrellevaba aquella situación a su manera. Nunca aprendió a cocinar, y ahora se presentaba una oportunidad inmejorable para aprender. Pero no la aprovechó, y de hecho ni siquiera se lo planteó, así que fue una de las pocas personas que no contribuyó a la carestía de harina de repostería de los supermercados. En su lugar, prefirió matar el tiempo viendo documentales de animales, que le encantaban.

Fue precisamente en un intermedio donde vio el anuncio del reloj digital. Era un reloj que, entre otras muchas aplicaciones, te indicaba el número de pasos diarios. «La OMS recomienda un mínimo de 8.000 pasos diarios para una buena salud» –enfatizó el locutor del anuncio. Levantó la mirada hacia su hijo, que trabajaba con la puerta de la habitación entreabierta para que su padre no tuviera la sensación de estar sólo. Se estaba poniendo fondoncillo, pensó, con tanto estar sentado, y recordó lo que siempre le decía su esposa: «De nuestros cuatro hijos, éste va a ser el que más nos necesite». Y era verdad. Por eso decidió que, en cuanto tuviera la oportunidad, le compraría aquel reloj y le insistiría para que saliera de casa y no volviera hasta cumplir aquel mínimo número de pasos. En cuanto a él, no se compraría otro porque, a su edad, ya le daba lo mismo ocho que ochenta.

Publicidad

Fue así como aquella mañana se presentó su padre con aquel reloj y con sus condiciones. De nada sirvió que intentara explicarle el montón de tarea que tenía por delante para aquel día. «Déjate de tonterías, y sal de una vez a la calle, que te vas a apolillar», le contestó, al tiempo que le acercaba sus zapatillas de deporte. Resignado, se quitó su sempiterno pijama, y lo sustituyó por el chándal que, no siendo nuevo, lo parecía por el poco uso que le había dado en años.

Y ahora estaba en la calle decidiendo hacia dónde echar a andar. Como vivía en la zona Norte sólo se le ocurrió una alternativa: el paseo del colesterol. Hacia allí dirigió sus pasos.

Por el camino poco a poco fue olvidando sus problemas del trabajo y centrándose en lo que veía: deportistas corriendo, madres que recordaban a sus hijos que se pusieran las mascarillas, camareros que servían cafés en terrazas ahora medio vacías… costaría acostumbrarse, pero era la primera vez que salía a la calle desde el confinamiento y disfrutó de esos indicios de que la vuelta a la vida normal acabaría llegando. Mientras todo esto pensaba, se iban acumulando sus pasos en la pantalla de su nuevo reloj: 2.000, 3.000, 4.000…

Publicidad

Le parecía penoso reconocerlo, pero ya se sentía cansado cuando el marcador llegó a los 5.000, así que se dio media vuelta y callejeó camino a la casa de su padre con la esperanza de que la distancia que lo separaba de ella fuera suficiente para cumplir con su palabra.

Sin embargo no fue así, como pudo comprobar al llegar al portal. ¡7.690 pasos!

Se planteó subir por las escaleras, y dado que era un quinto, seguramente le sería suficiente, siempre y cuando el reloj contara los escalones. Pero no estaba seguro de ello, y tampoco quería volver sin cumplir con su palabra, así que decidió dar una vuelta al edificio para completar por fin la cifra.

Publicidad

«Quién sabe; a lo mejor me encuentro con la mujer de mi vida, a la vuelta de la esquina» –se dijo para sus adentros al tiempo que se le escapaba una mueca de melancolía.

…y fue exactamente lo que pasó.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad