«No me llames duquesa. Dime Cayetana»
Entrevista del Cronista Oficial de Granada a la Duquesa de Alba
TICO MEDINA
Jueves, 20 de noviembre 2014, 10:07
Publicado en IDEAL el 9 de octubre de 2011
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En el año setenta y dos, ajusten cuentas, o sea hace cuarenta años, mas o menos, ... que muchos de ustedes no habían nacido como digo muchas veces, dada su insultante juventud, mis queridos lectores, la editorial Dopesa publicó un libro mío, no era el primero sin embargo para mí, titulado "Cayetana, duquesa de Alba". Se trataba de un librillo barato, en la serie de "Nuestros Contemporáneos", que por el precio de setenta y cinco pesetas de las de entonces, se podían adquirir una serie de biografías, como la de Joan Miró por Joseph Melia, o la de Lola Flores por Paco Umbral.
La de la duquesa, que ahora ya no se encuentra mas que en librerías de viejo, tuvo su éxito, se vendió y bien, aunque yo creo que cobré por el libro diez mil duros, insisto, de los de entonces.
Ahora actualizo aquel documento, verdaderamente único, en mi hoja de los domingos, tal vez por eso, porque en esta fecha, otoño del once, están cayendo de los árboles del salón muchas hojas secas y éstas ahora mismo llenan el viejo jardín de mi memoria. La boda de la duquesa pone al día aquellas horas, verdaderamente hermosas en las que la duquesa y este servidor mantuvieron largas horas de confesión, cuando ella era una muchacha casi rompedora, magnifica, guapa a rabiar, que tenía el toque de quien muy bien pudo ser, de haber querido, reina de España en su día.
Entonces ya titulé el libro "La duquesa descalza"
Ahora se está diciendo mucho también de ella, lo mismo que se llamó mi libro y que respondía a un deseo suyo de libertad, que en cuanto podía lanzaba lejos sus zapatos, zapatillas, manoletinas o bailarinas, para caminar descalza, ya fuera sobre las gruesas alfombras de sus salones de Liria, en Madrid, o de madera brillante en Dueñas o sobre la arena de la playa de Marbella, donde tenía, y sigue teniendo, una de sus casas. La portada no obstante fue la de la duquesa de rojo, rubia como el oro, junto a un caballo de cerámica portuguesa, por cierto bellísimo.
Recordaré siempre que me dijo, nada más empezar la primera charla, creo que en Liria, ese palacio hermoso, donde dice la leyenda que una de las lanzas doradas que lo guardan es de oro, de oro puro, con su voz fina de siempre, espléndida criatura: « Tico, por Dios, no me llames duquesa, que me corta mucho, llámame Cayetana a secas».
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Y Cayetana le he dicho hasta hoy, hasta ayer, como quien dice. Cayetana de Alba, veinte veces Grande de España, y veinticuatro títulos más que añadir a su lista de oro, pero sobre todo y ante todo, y esto debo decirlo, artista de la sangre, que pinta como nadie, según me contó su profesor Pepe Caballero, el enorme pintor de Huelva que visitaba su estudio de Madrid, tiene un cuarto en cada uno de sus palacios, y sobre todo en el Carpio de Córdoba, donde a veces escapa. Y baila, según palabras de Enrique "El cojo", su maestro sevillano de baile donde con el que yo estuve con ella varias veces, de forma que no se puede aprender en ningún sitio porque viene en la "masa de la sangre cuando ya se corta el cordón del ombligo",
O sea, artista por los cuatro costados. Da fe ese cuadro que nunca he querido vender, que me regaló en su día, dedicado y firmado, "Cayetana" , el apunte de un rejoneador antiguo alanceando un toro que no se ve en el instante final del rejón de muerte. Una joya y una delicia. Tanto es así que le puse un marco de madera del anticuario Mignoni, carísimo, que da más aire a esa joya de la corona que hay en esta su casa.
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Sonriente
Bueno, lo cierto es que después de haber guardado el espléndido reportaje que sobre Cayetana y Granada, que le pirra, y es un buen titular, sin genero de dudas, yo he querido recordar aquellos días de aquel otoño en los que hablamos por primera vez. Y que a la primera de cambio, de escuela de periodismo, me respondió sonriente echándose hacia atrás el pelo que le caía sobre la frente:
-¿De verdad Tico, que quieres saber mis tesoros? ¿Y eso tú crees que le importa a alguien?
- Dicen que eres una de las mujeres mas ricas del mundo?
-Bueno, eso dicen ¿y que? Mis tesoros son mis hijos, esa es mi gran fortuna. Esa nada más. Y la alegría hoy de conocerte y de estar aquí contigo en mi casa, que es la tuya". Tenemos el tiempo que quieras?
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Se desprendió de los zapatos, recuerdo, y se los guardó bajo la falda, sentada como estaba en una esquina del diván. Ya entonces, con gran valor, el periodista recuerdo, está escrito, decía: «Delicadamente otoñal, no muy guapa, ni muy fea...». Luego, algún día me lo echó en cara tan coqueta. Digo yo ahora que si de nuestro paisano Jaime Peñafiel se está diciendo estos días, tal vez demasiado, que Eugenia y Jaime mantuvieron un romance porque siempre habla bien de ella, y porque además entraba y salía mucho de Liria, no se qué dirán de mí a estas alturas de la vida, así que ya tengo avisada a la santa, de que digan lo que digan, lo cierto es que la quise mucho y siempre la querré, por encima de cualquier chisme y eventualidad, pero que servidor lo que hizo fue cumplir con su obligación de periodista. Punto y acabo.
Eso sí, luego viajé hasta Marbella a verla caminar sobre la arena, junto a su perro, y me retraté con ella de diversas formas y maneras, pero sobre todo en ese retrato formidable, en el que la duquesa monta a caballo, que era una jineta excepcional, y servidor está no a la grupa, sino en el grupo de la amazona, llevando a una niña pequeña con un gorro blanco en brazos, en mis brazos, en estos brazos que se han de comer la tierra.
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Y que esa niña es Eugenia, duquesa de Montoro, con la que a veces coincido en el AVE, bajando o subiendo de Sevilla, y con la que a veces hablo, y que tiene la varicela como saben, y con lo que demuestra que sigue siendo una niña. Ella misma me dio las fotos que ilustran el librito, y otras son mías, nuestras, y algunas de su archivo personal, como esa bailando que le hizo Gyenes, y que a ella le gustaba tanto. Entonces era la esposa de aquel hombre elegante, siempre con su mano izquierda guardada en un bolsillo de su traje de raya diplomática, el duque de Huéscar, al que también entrevisté en su momento, hombre culto, tímido, atento, y de mucha clase, cosa que siempre le gustó a Cayetana. Después le entrevisté con Jesús Aguirre, en el Palacio de Dueñas de Sevilla, mientras su marido, escribía en aquel salón grande, del Patio de las Palmeras de Sevilla, cerca de donde está el azulejo que dice: «Mi infancia son los recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero»
Antonio Machado
Es de Machado, de don Antonio, que aquí vivió durante un tiempo, siendo ya esta casa la de los Alba en la capital del Guadalquivir. En ella he estado varias veces y hasta creo haber comido del salmorejo de la duquesa, aunque a ella lo que le gusta, y mucho, son las papas con aceite, papas cocidas, de las que le hace Antonio, el dueño del restaurante Puerta Grande, justo al lado de donde está la estatua a la puerta de la Maestranza de mi compadre Curro Romero, al que muchos aficionados le ponen una manta en las noches de humedad del gran río, que bien conocen mis huesos.
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Además, Carmen Tello es mi comadre porque es la mujer de mi compadre Curro Romero. O sea, que tengo derecho a escribir esta hoja, aunque sea de otoño. Curro fue el padrino de mi hijo José, el segundo, y por lo tanto es mi compadre y como tal nos hablamos de usted, como debe ser, si bien a veces nos encontramos y nos vamos a comer un poquito de jamón sudado y envuelto en papel estraza, del que todavía expenden en "La Pañoleta", en la esquina de la carretera que va hasta Huelva. También he ido algún día a comer a su casa de las afueras de Sevilla, preciosa, elegante, hermosa, donde mi compadre tiene escondido, eso sí, un pequeño gallinero para él mismo recoger los huevos frescos que habrán de freírse con aceite del bueno. Le he recomendado más de una vez el nuestro de Los Montes Orientales, que es de donde viene uno, claro que sí. La tierra tira mucho y más desde que he sabido que Luis, el segundo de nuestra Caja, el que más sabe además de los viejos tabaqueros de la Vega de Granada, ha sido encargado de cuidar y potenciar nuestros olivos. Que cuente conmigo, que solo tengo uno y descarriado en el jardín comunitario de la casa madrileña.
-Oye Cayetana, ¿y tú crees en la sangre azul, que de ti ha dicho la Fallaci que la tuya es más azul que toda las sangres de la tierra?"
Soltó la carcajada y encendió un cigarrillo, que entonces fumaba mucho.
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-No, eso es un decir. Si quieres te enseño como es la mía, la más roja del mundo.
Que no se me olvide el decir que mi comadre Carmen Tello estaba bellísima, sí señor, con su traje rojo y su mantilla marfil, que eso parece fácil, pero es algo muy difícil de llevar.
Me contó hasta el final lo que era su vida entonces, lo que quería, lo que esperaba de la vida. Supe que en su alcoba había más santos que en el altar de un torero: Santa Teresa, San Cayetano, San Francisco de Asís, aquella cama veneciana, la Virgen de la Macarena, de Siracusa, tan milagrosa, de Guadalupe, devoción que se trajo de cuando estuvo en México?
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Lamento no tener más tiempo, me falta hoja, pero sí quiero dejar dicho que me gusta tanto o mas que antes esta duquesa de Alba de hoy, de la que he escrito más de una vez, que «bajo su aire de porcelana china, en el rostro, guarda la coraza de acero de su antepasado el Gran Capitán, que por cierto, por cierto, y no por casualidad, se guarda en Granada...».
Este quiero que sea mi regalo de bodas, Cayetana, de verdad.
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