Crecer para hacer piruetas en el aire

A los cinco años Luz Fernández decidió renunciar a asistir a ningún cumpleaños más, a la disponibilidad de tener las tardes libres para dejar pasar ... las horas sin la obligación de tener que estar haciendo algo. Renunció a comer todas las gominolas y patatas que se le pusieran delante, a trasnochar una noche si quería para quedarse viendo una película, a mirar musarañas intentando evitar hacer los deberes y alargar las horas de estudio sin ningún remordimiento, a cualquier tipo de miedo a las alturas e incluso a la posibilidad de la caída más dura. No lo sabía, pero ya a tan pronta edad, Luz estaba decidiendo comprometer su vida en esfuerzo y sacrificio, dejando de lado lo que sería la normalidad de cualquier niño, por la vida en el aire. Fue todo, por así decirlo, culpa de su prima que, siendo un par de años mayor que ella, la llevó un día a uno de sus entrenamientos de gimnasia acrobática en el club de Granada, y Luz se quedó prendada. «El gimnasio estaba totalmente vacío», es el recuerdo que más a fuego se le quedó guardado a la pequeña, de ahora doce años, seguramente por lo atestado de gimnastas entrenando, saltando y haciendo sus piruetas que con normalidad suele estar. Allí Luz con los días conoció a Pilar y Eva, y las saludó sin saber que, próximamente, pasarían a ser sus más fieles y comprometidas compañeras, aquellas con las que llegaría a pasar incluso más tiempo que con sus propios padres y junto a las que acabaría subiendo hasta lo más alto, literalmente.