Un niño llora sobre el césped de Los Cármenes tras la derrota del Granada ante el Murcia Juan Ortiz
Veranos de tardes de sofía

La cicatriz más honda del granadinismo

Se cumplen 25 años de la aciaga tarde de junio en la que miles de granadinos abandonaron su sofá en la víspera de los cuartos de final de Eurocopa para vivir en Los Cármenes el frustrado ascenso del Granada

Miércoles, 23 de julio 2025, 00:27

Aquella mañana me levanté con dos ceras Manley en las manos, una roja y otra blanca. Era el 25 de junio del año 2000 y ... una semana antes el Granada había dinamitado la ilusión por el fútbol local al ganar en Murcia el quinto y penúltimo partido por el ascenso a Segunda división. Se acercaba el día del partido y en la ciudad había reventa de entradas para ver a un equipo que unos meses antes metía unas miles de personas en el estadio a duras penas. Granada, siempre dividida entre Real Madrid y Barça, había encontrado un denominador común para ser feliz a través del fútbol.

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Ese domingo amaneció plomizo. Cualquiera que estuviera en el estadio lo recordará. Era la típica jornada de bochorno granadino en la que el calor te pega mazazos en la cabeza sin necesidad de asomar los rayos. Apetecía poco abandonar el ventilador en la víspera de los cuartos de final Eurocopa (España-Francia) para vivir en Los Cármenes el frustrado ascenso del Granada a Segunda división.

En el fondo Sur del estadio no se reconocían las caras familiares de semanas pasadas. Las banderas y las caras pintadas inundaban Los Cármenes, repletos de nuevos granadinistas que, como siempre, eran más que bienvenidos. El partido comenzó y las sensaciones que dejaba la tarde plomiza se cumplieron. El Murcia atosigaba al Granada en un campo que estaba más para plantar patatas que para jugar al fútbol.

Nadie sabe cómo ese partido terminó 0-0 al descanso, pero el empate le valía al Granada y la esperanza estaba contenida. En el segundo tiempo, Jubera reventó el larguero poco antes de que se consumara el desastre. Aguilar, exrojiblanco, recogió el balón en el centro del campo, condujo hasta el área y disparó. Desde que aquel balón salió de la bota del cántabro sabía que iba para dentro. Medido, ajustado, como si hubiera tirado una caña de pescar hacia la escuadra, el goleador del Murcia celebró que se había casado el día anterior de la mejor forma posible.

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Y ahí comenzó la travesía por el desierto para el granadinismo con su cicatriz más profunda. Si aquel partido se siguiera jugando ahora mismo, 25 veranos después, el Granada seguirá colgando balones al área sin ningún sentido y sin marcar. Luego llegaron los cambios raros, los fichajes en verano y las teorías de la conspiración de las que nunca se podrá desprender esta tarde mística. Lo único que sé seguro es que, inexplicablemente, esa tarde, con el sentimiento abierto de par en par, tenía claro que quería ser del Granada para toda la vida.

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