Xavi Hernández, en uno de sus últimos partidos con el FC Barcelona. EFE

La transformación del panadero

Cartas desde China ·

Xavi traía y repartía fútbol como si fuera pan; no lo amasaba pero casi

KEVIN VIDAÑA

Viernes, 16 de octubre 2020, 00:44

Terrasa. Hora del almuerzo. Casa de los Hernández Creus. La madre de Xavi encarga a este a que vaya a comprar el pan y el ... niño, que nunca se separa de la pelota, va con ella y vuelve con ella y dos barras bajo el brazo. El pan en las manos y la chapata en los zapatos. Salvador Dalí se refería al pan como 'el enigma total' y 'el regalo de los dioses'. Alimento básico por espiritual, hogaza que desahoga y alegoría de hospitalidad, generosidad y alegría.

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Era por cuestiones divinamente humanas que Jesucristo pedía a los sacerdotes que mantuvieran siempre doce barras en la mesa, es decir, una pelota cada dos pies. Xavi traía y repartía. No lo amasaba pero casi, pues jugando deshacía los moldes. Su fútbol explica un concepto relativo a la teoría del aaos denominado 'transformación del panadero'. El juego entendido como un amasado donde las propiedades de los jugadores se estiran y repliegan iterativamente, como metidos en harina, haciendo que los puntos iniciales se desplacen, redistribuyéndose y tramándose constantemente, hasta que se hace imposible predecir en qué posiciones se encuentran. Los jugadores se mezclan en el movimiento haciéndose totalmente indefinibles, Leo Messi llenándose de Xavi Hernández y Xavi Hernández llenándose de Sergio Busquets con Andrés Iniesta siendo Víctor Valdés, en lo que es un intercambio continuo, un proceso no lineal, en extremo complejo e impredecible, característico del caos.

Los jugadores no dejan de interferirse entre sí creando nuevas conjugaciones, cociendo un pastel de movimientos creativos, que no inventivos, donde es imposible descubrir el jugador que falta. 'La transformación del panadero' o 'transformación de Arnold' nos viene a decir que no hay verdades establecidas, que los puntos se mezclan hasta volverse irreconocibles, promoviéndose entonces el fin de las certidumbres. Hablamos de esencia, del niño que nunca se separa de la pelota, que va con ella y vuelve con ella y dos barras bajo el brazo, con ese elemento espiritual que desahoga en hospitalidad, generosidad y alegría, presto a compartirse.

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