«Vivimos en sociedades que le dan la espalda al dolor»
La ganadora del Pulitzer, Cristina Rivera Garza, charló con Fernando Iwasaki sobre el poder de la literatura para cambiar nuestra manera de observar el mundo
José E. Cabrero
Sábado, 4 de octubre 2025, 00:35
Memoria mutable. Suena a película de los 80, ¿verdad? Nadie puede volver al pasado para transformar lo que sucedió. No, los hechos son los que ... son. Sin embargo, la memoria es una historia más que nos contamos los unos a los otros. Y esa historia sí que se puede reescribir, mutar, para rescatar una verdad que nadie quería contar. Eso es que lo Cristina Rivera Garza (México, 61 años), hizo con su colosal 'El invencible verano de Liliana', que mutó la muerte de su hermana en un horrendo asesinato. Porque hay voces capaces de transformar la historia.
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La voz Rivera, premio Pulitzer, es una de las más significativas de la narrativa latinoamericana. Por eso, cuando saludó en el Palacio de Carlos V, dentro del I Encuentro Internacional de Cultura Literaria de la Alhambra, se hizo un silencio de pura admiración. «Estoy muy emocionada de estar acá». La mexicana, autora de las colosales 'Nadie me verá llorar' y 'La muerte me da', charló con Fernando Iwasaki, el peruano de Sevilla o el sevillano de Perú (64 años); todo un puente entre América y Europa, uno de esos escritores capaces de hacernos reír y llorar en el mismo párrafo. Suyas son 'Ajuar funerario', 'Mi poncho es un kimono flamenco' y 'Las palabras primas', entre otras. Los dos miden parecido, caminan con zapatillas, el pelo tupido y grisáceo, usan gafas finas y sonríen con holgura. Cualquiera diría que son hermanos, pero no, tan solo comparten la sangre de las letras.
Iwasaki comenzó preguntando por su doble vocación por la Historia y la escritura, y por ese camino que le llevó hasta su obra más poderosa. «Uno se propone escribir cosas sin saber que esos libros la van aproximando a la siguiente obra. Así llegué a 'El invencible verano de Liliana'. En ese libro, como en otros anteriores, la violencia juega un papel significativo. «La literatura tiene el gran poder de producir realidad. Vivimos en sociedades que le dan la espalda al dolor. Podemos ver películas violentas, escenas terribles, pero cuando hay un libro de heridas personales, ponemos distancia y cuidado».
Sentir el dolor de los otros
Y, tras resoplar, subrayó: «Se empieza siendo indiferente y al final somos indolentes. Una vez que somos incapaces de sentir el dolor de los otros, nuestro proyecto de sociedad termina ahí». Ahí, precisamente, entra la literatura, ese milagro que nos permite ponernos en los zapatos de otro, «con la gran posibilidad y riesgo de sentir el dolor de los otros y reconocerlo como propio».
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La literatura, dijo Rivera, refiriéndose al feminicidio de su hermana y a cualquier otro asesinato, «nos hace cómplices en la lectura y de la caminata». Luego hablaron del acto físico de escribir, del poder de la letra manuscrita, de lo que duele el cuerpo cuando intentas usar la letra de oro, de cómo leer lo que otro escribe es respirar juntos –las comas, los puntos, los espacios en blanco–. «Para mí, ese es el momento milagroso de la escritura». Iwasaki, Rivera y todos los demás se marcharon cambiados, mutados, por la misma hermandad de las letras.
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