Viaje en el tiempo hacia las fiestas de la corte con José Miguel Moreno
El instrumentista llenó el patio del Museo Arqueológico con un público entendido que aplaudió con entusiasmo sus interpretaciones
Jueves, 30 de julio 2020, 01:18
Volvía José Miguel Moreno a Granada para participar de nuevo en el Festival de la Guitarra. De una época, la de Carlos V y ... Felipe II, cuando España era el centro del mundo. Con su vihuela en la mano, comenzó con El cancionero de Palacio y su 'Al alba, venid', con la espera del amado como telón de fondo.
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Dijo al empezar el instrumentista que no era esta música para lucirse. Sin embargo, su ejecución fue tan exquisita, su tañer tan suave, que fue imposible rendirse a la evocación de un tiempo en el que palacios como la Casa de Castril, sede del Museo Arqueológico y marco donde tuvo lugar el recital, eran escenario de bailes y galanteos.
'Dezilde al caballero', de Diego Pisador, profundizó en la espera infructuosa del galán por parte de la amada. Las notas agudas, encarnación de ese anhelo insatisfecho, fueron mensajeras musicales de otro anhelo, el de que la tórrida temperatura en el patio del Museo Arqueológico diera un respiro. No fue así, pero mereció la pena el bochorno.
En el siguiente bloque, tocó sendas obras del granadino Luis de Narváez, esa 'Canción del emperador' que ya ejecutara Pepe Romero –presente anoche– en el concierto inaugural, y 'Guardame las vacas' o 'Romanesca', a partir de un tema del repertorio popular. Es fácil imaginar al emperador conmovido por una pieza que mezcla una base de sucesión ternaria de notas con un tema subyacente de belleza incuestionable.
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De Granada pasó a Antequera, con un romance de Cristóbal de Morales arreglado por Miguel de Fuenllana. Habló el solista de las penas de amor que llenaban los argumentos de estos romances, con los reyes moros como sufrientes vencidos, no tanto heridos en su amor propio como por la pérdida de los lugares donde fueron felices y donde no volverían.
Tres recercadas de Diego Ortiz supusieron el engarce con melodías de tiempo más vivo, pero igualmente hermosas. El virtuosismo deMoreno se manifestó especialmente en unos arpegios electrizantes. La parte de vihuela terminó con varias obras de Alonso Mudarra, entre ellas una Pavana y un Beatus Ille, que hacía añorar, efectivamente, el ideal de vida regalada sin estrés ni prisas.
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Con la guitarra barroca entre las manos comenzó la segunda parte. El mallorquín Grau abrió este segmento, que tuvo su continuación con obras de otros autores como el archiconocido Gaspar Sanz, uno de los más interpretados de este periodo. La reducción de cuerdas en el instrumento trajo consigo, como recordó el intérprete, nuevos estilos y una cierta pérdida de calidad de las composiciones, sin por ello dejar de ser creaciones de una alta expresividad. La dificultad de su ejecución fue todo un reto del que el solista salió airoso.
Sanz fue el protagonista también del último tramo del concierto, con canarios, españoletas, y diversas piezas cortas, reflejo de esa música culta de la época que bebía de lo popular. Y como propina, dos melodías de John Dowland, una de atribución dudosa. Gazebos y cenadores aristocráticos, conectados, en definitiva, con la música del pueblo que, como este Festival de la Guitarra que, con la gratuidad y la calidad como banderas, busca acercar la mejor música a todos los públicos.
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