Bárbara Pflanz, ante la lámina de zinc con los tacones marcados por Mario Maya. JORGE PASTOR
Bienal de Flamenco

El taconeo de Mario Maya

La artista Bárbara Pflanz expone en la Casa de Zafra un proyecto guardado veinte años en el cajón a partir de un zapateado que hizo el maestro en 2003 sobre una lámina de zinc

Jorge Pastor

Granada

Viernes, 12 de septiembre 2025, 23:38

Mario Maya es uno de los granadinos en el Olimpo del flamenco. Sus movimientos tenían un poder hipnótico para el público y también para el ... arte. Sus huellas, en el sentido metafórico, están por todo Granada –murió en 2008–, y sus huellas, en el sentido literal, se pueden ver en una maravillosa exposición de la artista plástica Bárbara Pflanz, afincada en el Sacromonte desde finales de los sesenta y que en 2003 tuvo una brillantísima idea que les voy a explicar a continuación. Colocó unas placas de zinc bañadas en barniz en lo que hoy día es el Museo Cuevas del Sacromonte y le pidió al ínclito Mario Maya, con el que había forjado un estrecha amistad, que taconeara por bulerías encima de esa superficie durante cinco minutos. Aquel zapateado quedó grabado para la posterioridad. La creación, que se llama 'Huella flamenca', se podrá disfrutar en la Casa de Zafra hasta el próximo 30 de septiembre, en el marco de la I Bienal de Flamenco.

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Bárbara Pflanz, en la exposición. JORGE PASTOR

¿Qué pueden ver los que se acerquen hasta la Casa de Zafra? Lo primero, un proyecto que, inexplicablemente, ha estado guardado en un almacén desde hace más de veinte años. Lo segundo, aquella lámina metálica que pisó Maya. Y lo tercero, una serie de reinterpretaciones de ese rastro en forma de grabados y estampaciones realizadas con la técnica del 'light painting'. A todo ello hay que sumar unos preciosos botines rojos que utilizaba Mario Malla, cedidos para la ocasión por la familia, una decena de fotografías en blanco y negro tomadas por Thomas Busse para documentar ese momento y también bocetos de Maya dando clase –se exhiben unos pocos, aunque la colección completa, un verdadero tesoro, son más de cincuenta–.

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Y es que Bárbara Pflanz (Traunstein, Alemania, 1945) sitió fascinación por lo jondo y por el Sacromonte al poco de poner los pies en Granada con tan solo veintitrés años. Vino por amor y por casualidad, y aquí continúa casi sesenta años después. «Al principio no me interesó el mundo de los tablaos, pero poco a poco me fue seduciendo el ritmo, las palmas y sobre todo la forma de moverse», confiesa Pflanz que, además de estudiar primero en Berchtesgaden y después en la Facultad de Bellas Artes de Múnich, hizo ballet. Aunque su inmersión en el flamenco vino cuando dejó su primera residencia en Granada, al lado de Plaza Nueva, y se instaló en la Vereda de Enmedio, en una cueva que ella y su esposo adquirieron a plazos a una gitana que se llamaba Manolica. Cambió el bullicio del centro por la paz del Sacromonte y por unas vistas al valle de Valparaíso que le recordaban a su ciudad natal, Traunstein, enclavada en los Alpes.

Obras expuestas. JORGE PASTOR

Fue ahí cuando, en 1969, recibió la visita del mismísimo Mario Maya. «A él –recuerda Pflanz– le gustaba mucho conversar con los que veníamos de fuera para saber cómo era el mundo y otros países». «Le puse un vinillo y empezamos a charlar aunque yo no sabía nada de español», dice Bárbara sonriendo. «Entonces –advierte– ni Granada ni el Sacromonte se parecían en nada a lo que hay en la actualidad. «Granada era campo, no habían construido ni el Camino de Ronda ni el Albaicín, y la gente compraba en los comercios familiares, y en el Sacromonte los caminos eran de tierra y no había agua ni luz en muchas casas».

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Botines rojos que Mario Maya empleaba en sus espectáculos y que ahora se exhiben en Granada. JORGE PASTOR

La génesis de 'Huella flamenca' surgió una plácida noche del año 2000 observando Valparaíso desde el Mirador de Mario Maya. «Tengo que hacer algo sobre el Sacromonte utilizando el lenguaje de la plástica», pensó. Y así fue cómo pergeñó la performance con Mario Maya. Lo recuerda a la perfección. Lo primero fue la elaboración de una serie de dibujos a carbocillo de las clases que daba Maya en la Chumbera. «Tenía que ir muy rápido porque todo sucedía a gran velocidad; tan solo en los momentos de descanso podía plasmar, con algo más de detalle, las manos o los rostros», comenta. Aquel ejercicio le sirvió para familiarizarse. Para captar la atmósfera. Para observar las cuidadas coreografías de Mario con sus alumnos. «Fue muy intenso».

Mario y Bárbara. THOMAS BUSSE

Y después, ya sí, organizó la acción con Mario en el Museo Cuevas del Sacromonte, en abril de 2003. «Él me miraba diciendo estás locas», rememora sonriendo. «Pero lo hizo con agrado». Llegó sobre las diez de la mañana. «Era un día soleado, pero había viento». Y lo hizo con unos pantalones negros, una camisa con rayas muy suaves y su melena. «Una anécdota –señala Bárbara– es que bailó con unos zapatos que le prestó un amigo y que le venían un poco grandes ya que, cuando fue a la Chumbera a vestirse, comprobó que le habían robado». Mario, que era una bellísima persona, danzó por bulerías durante cinco minutos y dejó registradas esas mismas huellas que ahora se pueden apreciar en la Casa de Zafra. Solo hace falta cerrar los ojos y, entre el murmullo del agua, imaginar también el taconeo del maestro.

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Bárbara en la exposición. JORGE PASTOR

Mario Maya se marchó en septiembre de 2008. Ahora, diecisiete septiembres después, Granada y Bárbara Pflanz le rinden tributo y reivindican lo que siempre fue: uno de los grandes.

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