El selfi
Juan Antonio López García
Domingo, 30 de julio 2023, 09:28
Cinco días disfrutando Granada, cinco días recordando y cinco días viviendo nuevamente el sueño.
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Llegaron con la Alhambra clavada a fuego entre sus ilusiones, con ... el Albaicín radiante entre sus deseos, con la catedral diluida entre sus pasiones y la Alcaicería tiñendo su monotonía.
Viven la fantasía deseada, se miran a los ojos entre el colorido de las tiendas de souvenir. En silencioso consenso, con la dulce sonrisa de los enamorados, se toman por la cintura y él, simulando el gesto del brindis al sol, mira la pantalla del móvil izado y acepta como fabulosa la imagen que refleja dejándola fijada en la memoria del teléfono. Contempla el resultado y sonríe vanidoso a la vez que ignora el conjunto escénico robado a la calle.
Un beso de satisfacción, una sonrisa cómplice y unos ojos entornados es lo único que palpita dentro de la burbuja donde dos almas y un solo corazón se complacen del nuevo trofeo virtual recogido. «¿Me lo pasas?», es el susurro de ella con el deseo de satisfacer su pulsión 'escópica', mientras recibe como respuesta un simple «Eso hago, pero no te entretengas porque me gustaría subir a San Nicolás antes de que te llamen para recoger la lámpara».
Un cúmulo de breves instantes se agolpan, la apertura del fichero recibido, el gozo de la mirada, la ubicación de la imagen en su estado de 'guasap' y la satisfacción exhibicionista, todo incluido en el «Es un momento» junto a la ligera carrera para alcanzar a su pareja que camina adelantado en la subida de la cuesta.
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Aún queda tiempo para disfrutar Granada, aún ansían momentos para compartir, aún se sienten aislados del ajetreo diario y de las obligaciones porque aún están sumergidos en la magia de la ciudad, pero el tiempo no descansa y el reloj, recalcitrante, va mostrando, pausado, la brevedad de las ilusiones.
Mientras, en la tienda de artesanía y recuerdos, el propietario toma la caja recién entregada, abre las tapas y extrae de entre las virutas una lámpara de metal dorado y vistosos vidrios. Admira el trabajo realizado para complacer a la joven pareja que deseaba dejar impresos sus nombres y una fecha en los cristales coloreados, contempla satisfecho el resultado y vuelve a dejarla en el embalaje abierto a la espera de sus compradores.
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El comerciante, orgulloso, toma su móvil para enviar a la chica el mensaje donde queda a su disposición y que elija el momento más conveniente para recoger la compra; pero la tentación, que recorre cada una de las instrucciones del 'software' del aparato, conduce el fisgoneo hasta los inabarcables límites del mundo virtual.
La curiosidad es la base de las redes sociales y la ostentación los pilares de la vanidad; sin embargo, el mejor mercado de la trivialidad lo podemos encontrar en la nube de oropel donde tanto desencanto va encerrando las claves del destino, el mundo de 'Internet' en que vivimos.
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Y cuando el comerciante accede al servicio de mensajería, curtido en bucear en los océanos de la red, no puede evitar husmear en el perfil de la chica y conocer las noticias de su estado, contempla la secuencia de imágenes y, en alguna de ellas, se detiene ampliando algún detalle. La última fotografía es idílica, ritual y esperada, la joven pareja envuelta en el piélago de objetos dispersos expuestos a la venta a lo largo de una calle turística. La sonrisa de candor se torna, brusca, en gesto agrio. La imagen desaparece y vuelve a buscarla en la secuencia programada. Amplía para detener el tiempo de visión y con ira retenida mueve los dedos hasta poder observar con detenimiento una equina de la escena, enrojecen sus ojos al reconocer el rostro del hombre, destila resentimiento hacia la cara de la persona que, la casualidad, ha cogido entrando en un portal. Descarga la imagen, vuelve a ampliarla y se cerciora. No alberga duda alguna, es él, un traidor con una deuda de sangre pendiente. Sumido entre la rabia y el rencor teclea con frenesí: «Nada queda bajo el cielo sin venganza. Los caprichos del destino han vuelto a ponernos ante él, cumplid como corresponde y cobrad la deuda. Las heridas sólo pueden cerrarse cuando la justicia haya vengado nuestro odio», escribe junto al fichero que envía a través del teléfono.
La pareja ha quedado relegada mientras saborean el menú del restaurante envueltos en el sol de la primavera, no tienen ni pretérito ni futuro, sólo viven el despreocupado presente.
No es así para dos hombres sin aparente relación que se acercan al portón de madera junto a una tienda de regalos. Desde un local cercano, un vendedor receloso cierra la puerta de su comercio y observa a la vez que maneja el móvil. Entre el bullicio de turistas, los dos hombres, casi inadvertidos, fuerzan la cerradura y entran en el portal.
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Transcurre el día entre momentos y oportunidades, entre penas y alegrías, entre amores y odios, entre horas tediosas y minutos placenteros; para algunos el día ha sido muy corto. La policía encuentra el cadáver de un hombre en el patio de luces de una vivienda de una conocida calle turística. La muerte, según todos los indicios, se ha producido tras la caída desde la ventana de un segundo piso. Hallan, también, una hoja de papel impresa con una imagen de gran tamaño del 'selfi' de una pareja frente a la casa, en la misma fotografía aparece el hombre fallecido con rostro marcado por un círculo en rojo.
Ha sido la última noche en Granada, dormitando entre recuerdos recogen sus maletas con el indecible deseo de poder convertir el pasado reciente en un eterno presente. La realidad es cruel, la realidad golpea la puerta de la habitación del hotel llamándoles por sus nombres.
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Perplejos abren, junto al recepcionista dos mujeres y tres hombres los miran. Uno de ellos, mostrando su identificación, dice: «Buenos días, soy el comisario Yáñez. ¿Pueden acompañarnos?».
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