Juan Pinilla coloca las gafas de sol sobre su nueva novela 'Los colores de la nieve'. J. A. M.

Juan Pinilla | Cantaor flamenco y escritor

Verano con otras gafas

«No me pongo mucho las gafas de sol porque las pierdo»

Tiene en las librerías nueva novela, 'Los colores de la nieve', y una agenda de actuaciones que convierte al verano en una época entre maletas y carreteras, que él asume con alegría

Viernes, 22 de agosto 2025, 23:19

Para el cantaor hueteño –de Huétor Tájar– Juan Pinilla, los veranos son viaje, son recitales cuando la luna corona el horizonte, y poco tiempo para ... descansar. Pero disfruta de su profesión tanto que no hace sino profundizar en sus conocimientos. Ha desarrollado una carrera en paralelo como investigador, a la que con timidez ha ido sumando otra como escritor. De esta última de sus facetas, el más reciente fruto es la novela 'Los colores de la nieve' (Valparaíso) que ya va por la segunda edición.

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Viene usted de recoger un premio en La Unión por toda su trayectoria en la difusión del flamenco.

–Fue un acto precioso, en el que estuvo presente el alcalde que me entregó en su día la Lámpara Minera, quien dijo que aunque no estuviera de acuerdo conmigo en lo político, era una de las mejores personas que había conocido. Eso me emocionó hasta el tuétano.

¿Qué recuerdos tiene de los veranos de su niñez?

–Tendemos a idealizar el pasado y casi a mitificarlo, es cierto, pero recuerdo como algo axial la libertad de jugar en las calles. Es algo impensable en las ciudades de hoy, pero nosotros corríamos y jugábamos libres, entrábamos unos en las casas de otros porque las puertas estaban abiertas. La comunidad que se construyó en mi barrio, en el que vivir juntos daba sentido a la existencia, se trasladaba a los afectos y vertebraba una forma de convivir con la que me siento plenamente identificado.

Pero no todo era diversión...

–Qué va, también trabajábamos en verano. Ayudaba a mi padre, que era escayolista, desde que tenía 12 años. Mis hermanas se quedaban acostadas, fresquitas, y yo cogía el coche y me iba con mi padre. Luego, cuando volvía, ya que las vacaciones escolares eran muy largas, me dedicaba a leer y a escuchar música. En la pequeña biblioteca de mis padres había títulos como 'La zapatera prodigiosa' y novelas y libros de artículos de Paco Umbral, a quien comencé a leer desde muy joven y que me sigue apasionando. Igualmente, leía poesías de Machado. Recuerdo un diccionario humorístico escrito por José Luis Coll... En fin, de todo un poco.

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«Mis veranos alternaban el trabajo con mi padre como escayolista y muchos libros para leer»

¿El verano es la mejor época para pensar, o el intelecto se fríe?

–En mi caso, sí. Este verano, por ejemplo, estoy leyendo casi un libro por día, cuando no estoy trabajando. Me levanto a las siete y leo hasta la noche. Eso sí, libros medianos, de entre 200 y 300 páginas. Dado que mi tesis doctoral la voy a dedicar a Umbral, estoy descubriendo nuevos títulos suyos, y los colecciono. He releído también las 'Tragedias' de Sófocles , las comedias de Aristófanes, el 'Decamerón' de Boccaccio... 'La escucha actual' de Antonio Méndez Rubio... He revisitado igualmente a Juan Carlos Rodríguez,

Hablando de escuchas. Cuando se sube al escenario, ¿mira a las personas que le van a escuchar?

–Sí, me gusta mucho. Con el tiempo, se desarrolla cierta 'psicología de escenario'. Apenas te subes, miras las caras y se produce una especie de 'click' que te dice por dónde debes encauzar la actuación, aunque yo soy muy de cantar cosas comprometidas... (sonríe). Luego, muchas veces les hago cantar, y rompo la cuarta pared, así que todo suele terminar bien.

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¿Cuál es el lugar donde ha pasado más calor cantando?

–Zaragoza. Sin duda. No me esperaba que hiciera esa temperatura. Salí al escenario y pensé que me habían engañado. Luego, también pasé mucho calor en Bagdad y en Jartum, la capital de Sudán. También en Teherán. Recuerdo que a Luis Mariano, el guitarrista, se le rajó la guitarra por culpa del calor y la sequedad. Metió una patata dentro para que le aportara humedad y poder tocar, pero el instrumento perdió buena parte de su sonoridad.

¿Qué tal comió en esas ciudades tan exóticas?

–Soy omnívoro, es decir, me lo como todo... (carcajada), así que sin problemas. Cuando hemos llevado una compañía grande es más complejo. Recuerdo una vez con unos jóvenes que se empeñaban en buscar hamburguesas americanas en El Cairo, lo cual me pareció un sacrilegio. Me gusta comer lo que cada país ofrece. En México comí chapulines, que son saltamontes.

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Algunos festivales son famosos por las viandas que preparan para los artistas.

–Sí, muchas veces tengo que sujetarme para no caer en la tentación, porque ponen auténticos banquetes.

«Cuando viajo, siempre pruebo la comida de cada país. Buscar hamburguesas en El Cairo me parece mal»

Dicen que con el estómago lleno no se canta bien.

–Claro que no. Se come después. Si no, es una locura.

¿Qué recuerda de la comida de su madre?

–Pues los recuerdos los tengo muy vívidos porque me sigue guisando. El otro día cuando me iba me dijo que si quería llevarme berenjenas rellenas... De entre los platos que ella prepara, me gusta mucho el gazpachuelo y los arroces.

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¿Cuándo se compró sus primeras gafas de sol?

–Pues fue en Huétor Tájar, en mi adolescencia, cuando empezábamos a presumir. Hace poco me regalaron mis hermanas un par, y me las pongo muy poco porque soy muy despistado y tengo miedo de perderlas.

En pleno verano, tenemos que hablar de la nieve, la de su novela. Y al hilo de recientes acontecimientos, también de solidaridad con los que llegan.

–Así es. Mi novela pone el acento en que en este mundo tan globalizado hay un mundo de ricos y otros de pobres, lleno este último de devastación, guerras, odios raciales y religiosos... Todo ello contribuye a migraciones masivas hacia un horizonte que se presenta feliz pero que luego no lo es tanto. El hecho de rechazar al diferente va en contra de nuestra esencia como humanos.

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En 'Los colores de la nieve' cobra mucha importancia el concepto de amistad.

–Para mí es un concepto capital. Cómo es posible que personas que no son de la misma familia, ni comparten sangre, acaban unidas por unos vínculos más fuertes que lo propiamente biológico.

Tiene mucho de Sociología también su obra.

–Claro, porque intento mostrar cómo sociedades que se concentran en torno al Mediterráneo han convertido este no en un punto de unión sino en una barrera que divide norte y sur, y además de no dejar entrar a los de fuera, nos aísla a nosotros mismos.

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