Haiko Silva y Andrea Aragón, al terminar un serengueti en el bar La Padilla, en Nívar. RAMÓN L. PÉREZ

Proyecto Serengueti

Una pareja transforma los contadores de Granada en obras de arte

Haiko y Andrea, de Nívar, cambian el gris de las paredes en «pequeñas ventanas al mundo» repletas de colores y naturaleza

Viernes, 7 de abril 2023, 00:11

En el número 9 de la calle Horno, en Nívar, hay un tucán entre los árboles. El pájaro está literalmente posado en la parte más ... ancha del 9, sobre una puerta amarilla con aires de 'Alicia en el país de las maravillas'. Antes de salir de casa, Haiko y Andrea se despiden de Cascarina, un precioso border collie al que le falta hablar. «Suele venir a pintar con nosotros, es el tercer serengueti», dice Andrea, sonriente. «¿Los habéis visto ya?», pregunta Haiko. Y, con un rápido movimiento de brazos, recorre los contadores de luz de la calle: hay elefantes, pececitos, burros, un halcón... «Son nuestros pequeños lienzos. Pequeñas ventanas al mundo».

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Antes de seguir leyendo, debería mirar a su alrededor, a las cajas de luz que haya en su barrio o en su oficina porque, quizás, en vez de ser placas grises ahora son un auténtico serengueti. ¿Seren qué? Serengueti, el nombre del proyecto con el que una pareja de artistas de Nívar lleva dos años pintando los cuadros de luz de la calle. «Nació como algo altruista. Veíamos las cajas de luz pintarrajeadas con palabras mal sonantes y queríamos embellecerlas», explica Haiko Silva (Granada, 1993), diseñador gráfico. «Era un intento de cambiar el gris, de darle cierta vida», añade Andrea Aragón (Granada, 1994), historiadora del arte y máster en Restauración por la UGR.

Andrea y Haiko, con algunos de sus serenguetis. R. L. PÉREZ

Lo cierto es que es muy difícil no percatarse de los serenguetis: el pueblo está plagado. Bueno, mucho más que el pueblo, de hecho, ya en la carretera, por Alfacar, se ven pinturas de todos los tamaños en cajas y cuadros de luz. «Hay serenguetis en Alfacar, Güevéjar, Cogollos, Jun, Güejar Sierra, Pinos Genil, Salobreña... y en Granada capital, claro, por varias calles del centro», explica Haiko, parado junto a un conjunto de grandes contadores que hay en la plaza, cerca de la iglesia, decorados con una pintura de la peña del Castillejo, uno de los grandes tesoros de Nívar. «Pero empezamos aquí –golpea el serengueti con la palma de la mano–, en nuestro pueblo».

Andrea y Haiko, cargados con espráis de colores y carpetas, caminan por Nívar sin dejar de saludar a las paredes. «Al principio los hacíamos porque queríamos... pero luego empezaron a hacernos encargos. La gente quería su serengueti». El primer grafiti que hicieron, hace más de dos años, fue un rinoceronte sobre un atardecer anaranjado. Al terminar, una persona que pasaba por allí lo vio y dijo «¡parece el Serengueti!». «Nos gustó la idea y nos quedamos el nombre», recuerda Andrea.

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A trabajar. R. L. PÉREZ

Ciervos, lobos, perros, gatos, garzas, ovejas, vacas, búfalos, camellos... «Nos cuesta encontrar animales que no hayamos hecho», ríe Haiko. En una de las casas, están pintados el contador, el buzón y el número de la calle. «La gente nos pide un montón que hagamos un pack. Nosotros pedimos una cantidad en concepto de materiales, 20 o 25 euros, y luego la voluntad. La gente suele ser muy generosa, la verdad».

¿Cuál es el objetivo de todo esto?

–No lo sabemos. Ahora mismo, que llegue a donde pueda. Mira, en ese contador, por ejemplo –Andrea señala a un serengueti con dos ballenas–, ponía con letras enormes 'puta'. El fin es eliminar el vandalismo negativo y convertirlo en positivo.

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¿Existe eso, el vandalismo positivo?

–Sí, es un nuevo concepto. Y fíjate que nadie ha pintado nada encima de los serenguetis.

Gatos en la calle

El paseo por Nívar continúa y, efectivamente, hay tantos animales y parajes naturales que sí que parece un safari. «Llevo pintando en el pueblo desde que tenía 15 años. Hacía gatos», dice Haiko, cuyo nombre, por cierto, le viene de su madre, que es alemana. «Yo nunca había pintado en la calle, pero me encantó la experiencia. Lo hacemos juntos y nos gusta. Nos divierte», añade Andrea.

Tras el éxito de los primeros serenguetis, decidieron abrir una cuenta en Instagram donde irían contando –y mostrando– sus andanzas por Granada. Además, empezaron a compartir los cuadros que también hacían en casa. «Hemos expuesto en el bar Salta María, en San Agustín ;en El Rojo, en Laurel de las Tablas; y en El Piano, en el Realejo. Ahora no hacemos muchos cuadros porque no damos abasto con los serenguetis... Nada más que esta semana tenemos cinco encargos».

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Terminando el cuadro del bar La Padilla. R. L. PÉREZ

Uno de esos encargos es en el bar restaurante La Padilla, en la parte alta de Nívar. «Nos ha pedido que pintemos en el cuadro las vistas que hay desde la terraza, con sus gatos». La pareja reparte los botes de espráis por el suelo y sacan de la carpeta varias cartulinas. «Son moldes. Al principio teníamos 3 o 4... ahora tenemos unos 300», ríe Andrea. Lo primero es pintar el fondo, con rápidas ráfagas de violetas, naranjas y azules. Luego crean las estrellas, espurreando puntitos blancos. Sobre el atardecer colocan la peña del Castillejo, enmarcada entre dos farolas. Y, para terminar, una mariposa, unos pájaros y los dos gatos del bar. «Si todo va bien, podemos acabar en 50 minutos. Si va mal, dos horas».

Al retirar la cinta de carrocero con la que protegían la pared del restaurante, los dos se sonríen al ver el resultado final. Las zapatillas de Haiko, negras, están llenas de puntitos blancos, igual que el bolso de Andrea. Las manos de ambos tienen restos de todos los colores del atardecer. «No nos imaginábamos que esto iba a llegar hasta donde ha llegado –resopla Andrea–. Íbamos a hacerlos en la calle, por amor al arte... y hemos terminado montando un safari en Nívar». Haiko, alegre, mira hacia el horizonte, hacia la peña del Castillejo, y piensa en el futuro. «Ahora queremos llegar más lejos. Hay mucho trabajo que hacer».

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