Interior de la iglesia de San Pedro. Pepe Marín
Cultura

El órgano, en buena compañía

Saskia Roures deleita ante el teclado del instrumento que se yergue majestuoso sobre el cancel de la iglesia

Andrés Molinari

GRANADA

Domingo, 13 de septiembre 2020, 01:02

Durante casi una hora, la iglesia parroquial de los santos Pedro y Pablo, esa casi catedral varada en la orilla del Darro, acogió un paseo ... en buena compañía, siempre en alas de la música. Esta permanece oculta, encerrada, casi todo el año, en su instrumento rey. Y, en ocasiones como esta, la Academia del Órgano de Granada deja su silente jaula de plomo, madera y oro, para revolotear hasta nuestros oídos. Pero esta vez fue un amigo, también un instrumento de viento, el oboe, el que llegó para acompañar tan grato paseo.

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Saskia Roures, ante el teclado del instrumento que se yergue majestuoso sobre el cancel de la iglesia, y Francisco Gil, con el discreto oboe barroco ocuparon esta penúltima sesión de la Academia, exponiendo su 'Miscelanea XVIII-21' o, lo que es lo mismo, un álbum en el que espejean obras poco frecuentadas desde el salón barroco hasta la placeta intemporal.

El templo también puso su alícuota porque, a su grandeza catedralicia antes exaltada, une sus paredes amplias y rugosamente enjalbegadas y un enorme techo de madera que, como el roble para el buen vino, siempre enriquece lo que contiene, en este caso el sobrio sonido orgánico. Decía que la mañana en San Pedro y la tarde en Santa Isabel se deleitó en la remembranza, pues los autores en el atril, desde Pla hasta Misón, pasando por Soler y Viola, Rodríguez de Hita y Lidón, además de ser perfectos desconocidos para gran parte del público, todos vivieron en el siglo XVIII. Y, al igual que el río Darro que orilla los pies de este órgano lleva el oro muy oculto y viste sus dos orillas de distinto caserío, así el concierto también tuvo su haz y su envés. Cuando el órgano revoloteó solo oímos pájaros imitados y sonidos de floresta, caja de música y rumores de placeta con sus variaciones, canciones de aldea bien escamoteadas como minuetos y clarines. Gran organista Saskia. Sin embargo, cuando salió acompañado del oboe, el órgano parecía amilanado, pobre de brío y de codicia, con muchos defectos de empaste entre ambos al principio. Sólo al final atisbaron una concordia. Dos orillas opuestas, dos sones muy distintos y un desencuentro palpable entre ambos músicos. Frente a la organista, correcta, un oboe que a pesar de las muchas notas falladas, la falta de matices y el descuido de ese terciopelo sonoro tan propio de ese instrumento, se mostró como posible buena compañía para el instrumento que suele valérselas solo.

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