Relatos de verano

La noche

José Luis Torres García

Viernes, 26 de agosto 2022, 00:34

Ese intimidatorio y voraz camaleón que se viste de negro cuando el sol languidece entre anaranjados halos de luz, inaugura el tránsito incierto hacia lo ... desconocido. No sabemos lo que ocurrirá cuando exhale el último suspiro. Actúa implacable, no respeta el alegre colorido de los rayos del sol meciéndose sobre las nubes en el lejano horizonte. Avanza lentamente sin escuchar los gemidos de aquellos a los que dirige el fuego de sus mortíferas armas.

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Ha llegado la noche, ha llegado la oscuridad, con ella el dolor, la angustia, la intolerancia, la violencia, la sinrazón. Se ha perdido la esperanza en lo venidero. Una tenue melodía invade la inmensa negrura. Parecen tambores e instrumentos de viento, con sonidos y acordes del universal lenguaje de la música que trazan notas y silencios en su infinito dominio de las alternancias.

A lo lejos, en el horizonte, se percibe el rumor de apagados sonidos. Se acercan lentamente. Acompañados por el doliente desamor, se mueven entre el misterio de un trasparente firmamento donde se reavivan los gritos de dolor. Un fogonazo deslumbra en la negritud. Resulta cruel que todo aquello en que pusimos empeño vague por el éter, ahora desarmado, bajo la forma de un extraño olor a muerte. Se desnudó la noche esculpiendo el alma de los allí presentes. El silencio y quejidos se apoderan de los inocentes y pronuncia sus mudas palabras: ¡Ha despertado la noche!

Un dilatado horizonte de ébano se abre como una caricia de terciopelo, reflejando luciérnagas siderales que clavan sus espantosos aguijones en aquellas figuras que no eran trampantojos, sino humanos. Gritos y más gritos, lloros y más lloros, quejidos y lágrimas inundan la oscuridad. ¿Dónde está la compasión? ¿Dónde?: escondida entre la bruma del odio, instalada en su angosta morada.

Los que viven, lavan sus heridas de plomo con lágrimas secas. ¿Se ha ido ya la noche? Preguntan y otros responden: Sí. Pero volverá con su brioso rencor entre los dientes y con el 'memento mori'. No perdona al doliente, ni al infante, ni a la parturienta, ni al anciano, quiere que todos vean su negra mortaja con lentejuelas rojas. ¿Pero, quién detendrá su voraz caminar? Tal vez nadie, o tal vez la hermana venganza diga: «Solo hay que esperar porque todo dolor se olvida como a una criatura de aire y humo».

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Mientras tanto, miran al negro firmamento y solo encuentran el triste titilar de las estrellas, con desoladas lágrimas que vibran en la lejanía. Nadie escucha su dolor. Pero alguien viene vestido con sus mejores ropajes. ¿Quién es? Es la desesperanza, que llega como invitada de honor a participar en el festín de esta tozuda desventura.

Vuelven los silbidos del viento con desafino y el sonoro vendaval de cristales rotos. Tormento que quiere abatirlos antes de rozar el umbral de una esperanza. Un hálito se refleja en el espejo roto y una dulce rémora se cruza en el camino, es aquel rescoldo que renace cual ave fénix. ¡Siguen vivos! Ha pasado de largo el último desatino. No vendrán más. No es mentira ni engaño, pero quedará un vacío que habrán de llenar.

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Todo lo han perdido, no así los recuerdos de antaño. Fluyen los sueños y algo vislumbran, pero no saben qué. ¿Será el Bifronte Jano que muestra su cara del día? No, sólo es la noche que se aleja.

El umbral de la aurora tiene algo de esperanzador, aunque ya nada es como era: los rostros impregnados de negrura, las miradas turbadas de dolor, los corazones latiendo sin vigor y la pena agitando la amargura. Se ha ido la noche agotada por el fragor, pero descansará y volverá. Algunos no la esperarán, ya están en el mundo estelar, otros la recibirán y no le darán cobijo, aunque ella insistirá hasta abatir el último grito con su sonámbulo caminar.

Al fin llega el día rematado por un triste paisaje y, aún con el ánimo decaído, dicen: «¡Vivimos! ¡Sí!». Un páramo de cenizas y plomo ha invadido la atormentada quietud. Miran a su alrededor y sólo encuentran la morada vacía y desnuda. Hoy no saldrá el sol; teñidas nubes taparán su resplandor, todo lo más una creciente luminosidad para saludar al alba y buscar los escondrijos donde la noche ha dejado los cuerpos de los vencidos en fría inmovilidad.

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La sombra del silencio se extiende en un laberinto afectivo en el que cada viviente busca y busca sin parar la memoria de su ya añeja historia. Nadie encuentra a nadie. Permanecen desgarrados y ensimismados como livianas sombras vagando en el tórrido espacio.

Fuera los recibe el ahogado esplendor de un sol que oculta sus rayos. Una leve brisa invade sus maltrechos cuerpos; miran hacia atrás sin ira y sin rubor, porque el dolor atenaza su ya arruinada vida.

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Se preguntan una y otra vez: «¿Qué podemos hacer?». Todos hablan a la vez: enterrar a los caídos con sus vivencias de amor, de luz, y de sueños infinitos. Le pondrán flores a su alrededor y las regarán cada día con las lágrimas y el sudor que manan de sus ojos y axilas.

El tránsito del día toca a su fin y en la lejanía se divisa al rey sol naufragando en el poniente horizonte. El crepúsculo hurga en las heridas para dejar paso al ocaso. Ya no quedan lágrimas en sus ojos y la noche avanza de nuevo con paso firme. Están dispuestos a dar hasta la última gota de sangre, pero no tienen a quien ofrecerla, pues nada quedará después de ellos; vagará la sinrazón con su huella profunda e imborrable, con la violencia por bandera y el miedo a la palabra venidera. Así es la noche, así es la guerra y la tozuda soberbia.

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