«Meter fuego a una vida es contarla»
Antonio Enrique- Escritor ·
Publica al mismo tiempo los tres volúmenes de sus memorias, el último de ellos, 'El día que se paró el mundo', escrito durante la pandemiaAntonio Enrique ( Granada, 1953) ha hecho de la escritura su vida, y ha creído necesario poner su existencia negro sobre blanco en tres volúmenes –titulados ' ... Los mamíferos extraños', 'Lectura de nubes en el cielo' y 'Los días que paró el mundo'–, editados por Dauro, y que se presentarán el 7 de octubre a las 19.00 horas, dentro de la Semana del Libro, en la Corrala de Santiago.
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–¿Por qué unas memorias y por qué en este momento?
–El mayor lujo de una vida es incendiarla. Meter fuego a una vida es contarla. Me pareció que había llegado el momento de prender las naves. En el mes de marzo, nos disponíamos a presentar los dos primeros volúmenes, cuando nos estalló en la cara el primer parón global de la historia del mundo. Le pedí a Pilar Sánchez, mi editora, que retrasáramos el evento para así redactar el tercero, me quemaba las yemas de los dedos.
–¿Cómo se consigue que la redacción de unas memorias no se convierta en un memorial de agravios?
–Entendiendo que el agravio deja en peor lugar a quien lo emite. Y que implica un entorpecimiento y una pérdida de energía. No hay uno solo en los tres volúmenes. Opiniones desfavorables, algunas, sobre todo en el ámbito público.
–¿Perdona pero no olvida?
–Tú no puedes perdonar si no haces por entender las razones que mueven al otro. Es falso pretender lo contrario. Lo que hay que hacer es un ejercicio de empatía. Ahora, si alguien actúa por maldad, se le ignora, y si no es posible, lo inteligente es dejar que la vida actúe. El tiempo nunca calla.
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–¿A cuántos compañeros de viaje que hubiera querido olvidar ha tenido que recordar a la fuerza?
–Absolutamente a ninguno. Todos me han enseñado algo. Es gente mucho más amable de lo que suele pensarse.
–¿Hasta qué punto ha derramado sobre el papel lágrimas por los ausentes?
–Copas enteras. En realidad, una de las motivaciones de estas memorias han sido ellos y ellas. Rescatarlos del olvido ha sido una emoción intensísima. No se muere de verdad hasta que no queda nadie que te haya conocido. Cuando te apagas en su memoria es que te has muerto para siempre. Además, revivir sus gestos, reconstruir sus palabras, es un placer supremo. Infundirles vida. ¿A qué más puede aspirar un escritor?
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–¿Cuáles son los principales hechos inexplicables que ha volcado en estas páginas?
–El destino está lleno de sucesos inexplicables. De hecho, toda persona, hasta la más vulgar, tiene una historia oculta dentro de sí. Unas memorias se componen de situaciones impredecibles y de las reflexiones que suscitan. Sin éstas, no hay sal. El autorretrato son éstas, más que lo que se cuente. El lector que persiga hechos paranormales, me complace decirle que casi toda mi vida ha sido un hecho paranormal.
–¿Es la esperanza en el mañana la que le mantiene vivo, o es su propia rebeldía ante el paso del tiempo?
–Me mantiene vivo escribir. Me mantiene vivo saber que alguien me necesite, y cuidar de ellos. El paso del tiempo lo tenemos perdido de antemano. En cuanto a la esperanza en el mañana, nada va a cambiar, e irá a peor, hasta que cada cual emprenda su revolución interna. Ésta ya ha estallado y nadie ni nada puede contenerla. Ahora mismo está sucediendo.
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–¿De qué color es el humor que vuelca en estas páginas?
–Como la vida es un arcoíris, de todos. Pero predominan 'los tonos claros'. Veo la luz hasta en el centro de la oscuridad.
Navegación
–En 'Los días que paró el mundo' navega usted entre lo inmediato y lo global. ¿Lo trascendente no es siempre trascendental?
–Comienzo ese volumen una de aquellas mañanas en la que, al despertar, nos sobrecogió el silencio. Daba igual que fuera martes que sábado, como también que te levantaras o no. El mundo se había parado de repente. ¡Fue un espectáculo magnífico! Y lo hemos vivido nosotros por primera vez en la historia.
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Luego sucedieron una muerte tras otra, muertes tanto más angustiosas cuanto no hubo despedidas ni duelo, pero cuando quien puede morir es cualquiera, lo que ocurre es que sobreviene una especie de explosión interior, catarsis que nos polariza entre la bondad y el miedo. En el Apocalipsis se menciona una «media hora de silencio». Nadie ha sabido por qué media hora, semejante concreción. Se supone que es antes de que «el ruido» comience. En este volumen tercero, yo alterno recuerdos del pasado con los latidos del presente. Por eso es «casi una novela». Hay personajes que reaparecen y una línea conductora. Mis vecinos cobraron una importancia imprevista, así como el ámbito confidencial. Ha sido gustoso escribir sobre ellos. Como apasionante seguir las vicisitudes de estos días, con sus contradicciones y temores.
–¿Ha pretendido algo más que dejar testimonio de sí?
–A estas alturas de mi vida, no pretendo mucho más que acompañar al lector, sentarme y sentirme a su lado como dos viejos amigos. Por eso, en estas memorias he querido convertirme, más que nada, en un foco de luz, un pretexto para hablar de ellos y de ellas. Lo importante son ellos; de aquí que no haya seguido un orden cronológico, lo que hubiera sido concederme excesiva importancia; estas historias van de flashes emocionales. Lo curioso es que están interrelacionadas en su estructura invisible, diríamos subyacente: una historia te lleva a la otra y en conjunto forman unidad argumental. Algo no obstante he tenido muy en cuenta: la verdad, por inverosímil que a priori pareciera. La sinceridad es mi forma de respeto al lector. Una sinceridad que no tiene más límite que el pudor.
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