Andrés Neuman, en un rincón del Realejo. alfredo aguilar
Entrevista con Andrés Neuman, escritor

«El mejor sonido, en la palabra, es el que pasa desapercibido»

Revisa las dos últimas décadas de su poesía en 'Casa fugaz', que presenta hoy a las 12.30 horas en el Cuarto Real dentro de la Semana de los Libros

Sábado, 10 de octubre 2020, 00:38

Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) es casi todo lo que se puede ser en el mundo literario, desde aforista a traductor, de novelista a poeta. ... Ahora, le ha tocado seleccionar 20 años de su poesía en 'Casa fugaz' (La Bella Varsovia), que hoy presenta a las 12.30 horas en el Cuarto Real.

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Así se las ponían a Fernando VII. ¿20 años no es nada?

– (Risas) El adagio tanguero señala una perplejidad que todo el mundo tiene, y es que cuando se hace balance, el tiempo cobra espesor, repasas lo andado, y como quien revisa su álbum de fotos, uno toma conciencia de lo que nos pasó. Pero cuando dejas la balanza a un lado, te preguntas dónde está todo ese pasado. 20 años es mucho o es nada, según el método de observación. Por eso, revisar lo escrito, o reordenarlo, tiene un efecto paradójico: te hace sentirte viejo pero te ofrece el hacer borrón y cuenta nueva.

¿Cómo fue la génesis de este volumen?

–Al principio, la editorial pensó en publicar una poesía completa. Pero me pareció que tenía cierto aroma póstumo... (risas). Pienso que la poesía es el arte del hueco. Es cierto que hay otra expresión más bonita, la de 'poesía reunida', como si un grupo de versos quedaran para contarse la vida. Por eso, pensé que en lugar de propinar a mis lectores un volumen de 500 páginas, era más divertido el repasar libros anteriores, muchos de ellos agotados e inencontrables, y poner en común con la editorial los que nos gustaban más, añadiendo al final unos cuantos inéditos, que aparecerán en mi próximo libro.

Lo de elegir como prologuista a Erika Martínez (su pareja), ¿de quién fue idea?

–Ambos hemos mantenido una gran independencia pública y literaria. Hemos sido muy selectivos a la hora de elegir en qué momento su camino poético y el mío convergían. Y pensamos que estos números redondos merecían una pequeña celebración. Creo que el texto de Erika, además de bellísimo, está escrito con el profundo conocimiento que el uno tiene del trabajo del otro, pero con el asombro de quien leyera los poemas por primera vez. Fue una idea de la editorial y mía, y sinceramente, no sabía si iba a decir que sí. Pero aceptó.

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¿Se dan a leer sus obras?

–Sí. Cuando terminamos un poema, el otro es el primero que lo lee. Además, con la ventaja de que su poesía y la mía son muy distintas. Quizá porque tratamos de mantenernos saludablemente juntos. Leemos sin tratar de impregnar al otro con su tono, dejando libertad total.

¿Por qué en sus poemas de amor manda siempre el 'tú'?

–Creo que es un entrenamiento de la conversación. El convivir con una poeta hace que cuando pienso en poesía amorosa, piense en la voz de otra persona. Pienso que los propios sentimientos se aclaran, se explican o se concretan mejor con los sentimientos del otro. No porque crea en una teoría de las dos mitades; el diálogo solo es posible en un encuentro entre individuos. Me interesa más el encuentro entre dos voces, la tormenta de ideas y sentimientos que se produce entre dos emociones, que el soliloquio que llega antes o después del encuentro con la otra persona. La intimidad tiene muchas formas de salir a la calle, y a mí me gusta que cambie de ropajes.

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Ritmo, letra, sentido, sensibilidad... ¿Cómo administra estas variables al escribir un poema?

–Siempre he vivido la dedicación a la palabra como el consuelo de un fracaso musical. No he sido un músico frustrado; simplemente, comprendí que no era lo mío, a pesar de que en casa recibí la música desde el vientre materno, ya que mi madre era intérprete y mi padre lo es también. En mi casa, lo que no se decía con palabras, se decía con música. Al tomar ese desvío que me llevó a la literatura, quizá contrajese una obsesión rítmica, porque la materia sonora de la palabra es lo que más me conmueve. A veces, incluso, voy llevando la asonancia y el ritmo en el sonido de mis conversaciones. No puedo ponerle pausa a la partitura de lo dicho, ahora bien: el mejor sonido, en la palabra, es el que aprende a pasar desapercibido. El sonido es una cosa; la estridencia, otra.

Dedica un poema en este libro a su abuelo. ¿Qué valor tienen sus ancestros en su poesía?

–Todo. Mi padre, a quien no dejaré de rendir homenajes; mi madre, por supuesto, mis abuelas... Y mi abuelo, claro. Ese poema tiene una historia detrás:él era médico, sabía que se iba a morir, y unos días antes de irse, me llevó a plantar aquel árbol. Hoy existe una 'viejofobia', una negación del valor de la vejez, que con esta pandemia ha llegado a límites de asesinato, de eugenesia. ¿Desde qué lógica se permite esto? Pero hay omisiones más sutiles: no hay arte centrado en ellos, no hay poemas de amor dedicados a personas mayores... Y existe una nueva versión de 'viejofobia' aún más sutil y perversa: la de las personas de mediana edad que alaban que una persona vieja no lo parezca tanto. Es lo que llamo el síndrome Jennifer López. Por eso, hay que empezar, poética y vitalmente, a celebrar a nuestros ancestros, y darles su valor.

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Plantar un árbol, escribir un libro... Dedica usted un poema 'A la hija que nunca tendré'.

–(Sonríe) Es uno de los poemas que a lo largo del tiempo más ha gustado. Recuerdo una lectura en Palencia, con un padre y una hija que vinieron juntos, y me contaron que este poema estaba recortado y pegado en el frigorífico. La hija me lo recitó de memoria, porque había crecido escuchando cómo su padre se lo recitaba. Bueno, ahora voy a ser padre... (sonríe). Se cierran muchos círculos con este libro. De hecho, entre los poemas inéditos del final hay uno que se llama 'Hipocampo sin nombre' que está dedicado al niño que tendremos.

¿Lo no vivido pesa tanto como lo vivido en su poesía?

–Definitivamente. Es importante cantar a lo que no forma parte de nuestra existencia, porque tendemos a actuar como si las realidades y vivencias ajenas no existieran, cuando son las que más nos apuñalan por la espalda. La poesía habla de la parte menos frecuentada de la realidad, pero es tan real como una bombona de butano o tu nómina.

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¿Tiene más ansia de eternidad que prisa por vivir?

–Tengo más prisa por vivir. La condición humana se basa en un regalo envenenado: la conciencia de la muerte. Soy de esos agnósticos que se hacen las mismas preguntas que quienes creen. Por eso siento empatía por ellos.

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