El malagueño Rafael Aguirre pisa el acelerador para ofrecer un recital pleno de virtuosismo
El Museo Arqueológico acogió una cita en la que el guitarrista hizo gala de su ímpetu a la hora de interpretar a Albéniz, Tárrega o Rodrigo
Martes, 4 de agosto 2020, 00:55
El repertorio para guitarra no es muy extenso. Por eso tiene tanta importancia, más allá de qué pieza se interpreta, el cómo se hace, ... porque un oyente medio puede haber escuchado una docena de versiones, al menos, de piezas como esa 'Leyenda' de Albéniz, que fue la que dio inicio al concierto de anoche, con Rafael Aguirre como protagonista, en el patio del Museo Arqueológico, dentro de un IV Festival Internacional de la Guitarra que cuenta sus citas por llenos.
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La importancia de una interpretación en la guitarra es clave, y dice, como es obvio, mucho de quien la ejecuta. Aguirre tiene varias características interesantes como guitarrista: la primera, su arrojo. Durante todo el concierto asumió riesgos importantes, desde la ya citada pieza hasta el final. El 'tempo' inicial, un tanto acelerado, se atemperó como la luz del foco principal, a petición suya, cuando abordó 'Sevilla'. Otra de las características de Aguirre es su interés por remarcar las notas de transición entre bloques temáticos para crear una expectación en el oyente y, en cierta medida, 'abrirle' los oídos. Aguanta el silencio una décima de segundo más de lo preciso con ese mismo objetivo, que el espectador no se distraiga. Va sobrado de técnica, y a veces, de velocidad, a los arpegios, pero el conjunto es agradable. La elección de Albéniz fue idónea para calentar los dedos y el ánimo del público.
Las bromas del malagueño sobre la temperatura fueron continuas; incluso habló del calor alemán de Mendelssohn con la 'Barcarola veneciana' transcrita por Tárrega. Aquí Aguirre paró y templó, utilizando un símil taurino, porque la complejidad de la pieza, y su tonalidad en mi menor, no invitaban mucho al faroleo que desplegó con Albéniz. Muy aplaudido en esta obra, demostró que une a su audacia un oído notable.
De ahí saltó a Rodrigo, con el homenaje a Falla y temas de 'La danza del fuego' y 'El sombrero de tres picos'. Afinando una y otra vez –sabemos los estragos que causa el calor en la cuerda–, abordó una pieza plenamente moderna, que abre muchas puertas sin cerrar casi ninguna, que evoca, como el intérprete aseguró, desde historias de fantasmas –con toque de Ánimas incluido– hasta el fluir del vecino río Darro.
También hemos escuchado en el Festival el 'Capricho árabe' de Tárrega. La versión de Aguirre fue el punto culminante del concierto para quien esto escribe. Pleno de expresividad, sin trucos, limpio, comedido hasta la última nota. De Agustín Barrios incluyó en el programa 'Un sueño en la floresta', evocadora según el intérprete, tanto geográfica como sentimentalmente, y de nuevo conectada con el romanticismo más puro. La obra describe distintos ambientes con precisión, con el lirismo del trémolo mediante –un verano de sudor le costó, según dijo–, intermedio dramático incluido, y que finaliza dejando en el ambiente un cierto sabor a caña y ron.
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El bolero 'Panaderos flamencos' de Ernesto de Sanlúcar fue popularizado por Paco de Lucía, y fue otra de las piedras de toque del recital. Aquí volvió a sacar el genio el de Málaga, con algunos pasajes quizá expresos, pero con un resultado final lleno de matices. Quién pudiera haberla escuchado en manos del genial Paco, con esa revolera final, que Aguirre ejecutó con la alegría que merece.
Volviendo a lo que decíamos al principio, Aguirre terminó con la 'Gran jota' de Tárrega, que le escuchamos en el concierto inaugural al gran Pepe Romero, anoche, de nuevo, en primera fila. La versión de Aguirre fue el resultado de un profundo estudio: de nuevo comedida en los pasajes lentos que introducen el tema principal; virtuosa y cascabelera en dicho pasaje, y capaz, luego, de destensar la cuerda expresiva para darse a sí mismo una tregua y al oyente también. El resultado final, comedido y a la vez rico en matices. Como propina, el malagueño ofreció la 'Granada' de Agustín Lara, recreandose una vez más en los pasajes finales, en lo que parece una marca de la casa.
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