Hasta el lunes
Roberto Fernández Villalobos
Jueves, 28 de agosto 2025, 23:53
Este océano –que un día tras otro me rodea y encarcela– permanece hoy en silencio. Parece que hoy lunes no quiere gritarme. El mar está ... ahora en calma, y no como la semana pasada, que con sus olas de cinco metros y un viento tremendo parecía empujarme al otro lado de la isla para que no pensara.
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Te hablo en voz alta y en soledad porque ya sabes que son 1.754 días los que llevo en este exilio rodeado de agua y no quiero perder la cabeza. Por eso hoy vuelvo a dirigirme a ti, Carmen del alma, porque hablando contigo, allí donde estés, creo cultivar mi memoria para no olvidar.
Como te cuento cada lunes, sé que estoy siendo observado constantemente y que cualquier comentario que haga a los compañeros, mejor dicho, a los hombres que también están en esta isla, puede ser utilizado en mi contra. Les llamo hombres, y no compañeros o amigos, porque no podemos hablar entre nosotros y, por tanto, no los conozco. No sé por qué ellos están aquí, e ignoro si tenemos algo en común. El caso es que compartimos isla. Bueno, y también compartimos la misma 'marca' en la piel: dos letras mayúsculas, OS, que nos marcaron con hierro incandescente en el hombro derecho y en el dorso de la mano izquierda. Aún recuerdo esas dos letras ardientes hundiéndose y atravesando mi piel.
Carmen, cuando echo la vista atrás, recuerdo las charlas y encuentros con amigos donde hablábamos muchas veces sobre lo que estaba ocurriendo a nuestro alrededor, y nunca me podía imaginar que pudiéramos llegar a una Europa como en la que nos encontramos hoy en 2034. Por cierto, no olvides contarles a nuestros hijos que –cuando me juzgaron– ni renuncié a mis ideas ni dejé de ser yo, a pesar de las presiones que recibí en aquella pantomima de juicio ante el Tribunal que llaman 'de la Verdad y contra los Bulos'.
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Aún resuenan en mis oídos algunas acusaciones que denominaban «contradicciones punibles» y que, según ellos, no se podían permitir en ningún ciudadano de nuestra Patria. A través de las redes sociales, rastreando mi trabajo y conferencias con ayuda de inteligencia artificial, sacaron a la luz 'incoherencias' que, según el fiscal, no tenían cabida alguna en la legislación vigente… Así, me recriminaron que no siempre votaba al mismo partido, que siendo un ecologista convencido era contradictorio que no fuera antitaurino militante, que mi defensa activa sobre la acogida digna al inmigrante era incompatible con lo establecido en el decreto 385 sobre Protección de la Patria, que desde el punto de vista político, mis críticas por igual a Putin, Trump, Xi Jinping, y también a Maduro, no podían tener lugar en nuestra nación. Hasta incluso se rieron de mí cuando hicieron públicos algunos de mis gustos artísticos, como que resultaba imposible, inexplicable y claramente contradictorio, que pudiera leer a un poeta como Antonio Machado y, al mismo tiempo, a su hermano Manuel, o que pudiera escuchar y disfrutar con 'Arde Bogotá' o Sabina y, al mismo tiempo, gozar con alguna zarzuela que otra. Todo lo señalaban como contradicciones graves contra el sistema establecido. Recuerdo que en el informe final aparecía de forma repetida, en negrita, y con clara intencionalidad inculpatoria, la siguiente frase: «Se constata que es un ciudadano que tiene dudas».
Ya sabes, Carmen, que en el Tribunal intenté argumentar la importancia del respeto a lo diferente, expliqué los peligros que traería tanta polarización de un lado y de otro, manifesté que se podía convivir con contradicciones y que las dudas no eran perjudiciales, que estamos rodeados de matices y diferencias; hasta grité que, por cuestiones similares, se habían iniciado procesos totalitarios en Europa hace años… Pero no hubo réplica alguna, sólo se escuchaban risas y muchas burlas: hasta que en aquella orgía condenatoria nombré en algún momento dos palabras que yo desconocía que estaban prohibidas: Filosofía y Encuentro. Ahí finalizó todo, se hizo el silencio más absoluto… Y me condenaron.
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No dejo de pensar qué ciegos estuvimos en el pasado. Cómo permitimos que se propagara y extendiera este fuego que, como un virus contagioso, nos deja desprovistos de humanidad. ¡Cuántas excusas buscamos para mirar a otro lado! Qué error más grande cuando endulzamos la memoria y la guardamos en un cajón.
Como novedad de este lunes comparto contigo que, antes de dormir, sigo recitando a modo de oración, un poema de mi padre que ahora encuentro lleno de sentido. Dice así:
No quiero un color sólo,
o tu blanco o negro,
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todos tus colores los quiero.
Verde, rojo, azul, amarillo,
auroras y arco iris,
olivos y trigales,
acequias, mares y desiertos.
Toda la luz de nuestro abril,
y la que habita en tu casa,
quiero que llueva sobre mí.
Tierra no compartida,
demasiadas fronteras,
mala hierba, gente dividida
para poner arriba el blanco
para poner el negro en tierra.
Se necesitan todos los colores
para abrigar nuestra memoria.
Entonces la hierbabuena y la ortiga se besan,
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naranjo, higuera y espino del mismo huerto.
Bueno, Carmen, me despido con lo que puede considerarse un oxímoron (por cierto, nadie del tribunal conocía el significado de esta palabra): te quiero horrores. Beso la cicatriz de letras de mi mano y soplo suavemente sobre ella, porque así viajo a tus labios y siento que me susurras un te quiero. Es verdad que no puedo borrar la marca OS ('outside the system–fuera del sistema') de mi piel, pero te aseguro que esta denominada Patria Revolucionaria Grande y Libre no va a conseguir que te olvide, que pierda algún color de los míos, o abandone las dudas que me invitan a seguir buscando y a encontrarme con otros.
Te dejo porque ya veo la patrulla con los perros que se acerca para recogerme.
Gracias por escucharme, Carmen. Buenas noches y hasta el lunes.
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