El vestíbulo del hotel Dauro, encajonado entre las calles Navas y Ganivet, era algo oscuro, a lo que contribuían los sofás de cuero negro y ... las mesas bajas del mismo color. Desayunaban después de que Carmen se instalase. El mismo espacio servía para la recepción y para las comidas, en un altillo separado con cristaleras y algunas mesas más altas.
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- Pues se repite la historia –dijo Carmen antes de darle un sorbo a su café.
- Sólo que no tenemos a una vampiresa, sino a Miguel Serrano. Y a alguien más.
- Eso no es posible, Joaquín. Lo vimos morir en el cementerio de Ronda.
- Y eso no es exactamente cierto, Carmen. Vimos su cadáver, o creímos verlo. ¿Y Laura M.? ¿Y el asesino a quien él buscaba?
- Según la policía, esas personas no existen. Pero yo estuve en el entierro de Miguel en el cementerio de la Almudena, Joaquín –dijo Carmen con un deje de reproche.
- Para mí fue imposible ir, Carmen. No podía mirar a Cora y a Daniel a la cara después de lo que había ocurrido.
- Tú no tuviste la culpa. No podías hacer nada. ¿No habrá algo de frustración en lo que me has contado?
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- ¿Vas a psicoanalizarme?
- Fuiste tú quien me explicaste cómo nos afecta lo que no aceptamos.
- ¿La muerte de Miguel Serrano? Es que no ha muerto. Lo veo constantemente, en clase, en el trabajo, ayer incluso creí verlo convertido en el novio de mi madre. Es como si me estuviera persiguiendo. O como si fuera apropiándose de mi vida poco a poco. De mi trabajo, de mi familia... como si me fuera sustituyendo.
- Pues precisamente a eso me refiero. Que crees verlo por todas partes.
- Es posible, pero… –a Joaquín Moya le costaba hablar.
- ¿Qué?
- Quizá soy yo quien me estoy convirtiendo en algo parecido a él.
- ¡Joaquín! –exclamó Carmen, derramando su café-. ¡No digas eso! ¿Vas a darle la razón a la policía?
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- No me refiero a las muertes –Carmen abrió los ojos como platos, pero más cuando Joaquín Moya recitó:- «Ante él resurgen y se convierten en guardianes de vivos y muertos».
- Esa me la apunto.
- A veces me vienen pensamientos y frases crípticos, como si alguien me los recitara.
- Te estás volviendo completamente loco, amigo mío.
- Sí, pero es que además me siento mal físicamente. Siento una angustia constante, palpitaciones, dolor de estómago…
- No me extraña, con todo lo que tienes en la cabeza. ¿Has ido al médico?
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- Yo soy médico.
- ¿Y no te has recetado nada?
- Sí, buena compañía.
- Claro, claro. No me acordaba de que eras un quedón, Joaquín –ni tampoco el propio Joaquín que, sorprendido, creía adoptar una personalidad impostada-. ¿Podemos ir a la Facultad?
- No tengo muchas ganas de aparecer por allí ahora.
- Pero yo quiero saber lo que ocurre.
- ¿Y cómo vas a hacerlo?
- ¿No te parece que tengo pinta de estudiante? Y luego me llevarás a la Alhambra, como a una turista más. Hace años que no visito el monumento. Quiero ver lo que tú has visto.
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- O, según tú, creo haber visto.
- Pues así saldremos de dudas, ¿no?
- Yo soy una duda andante, Carmen.
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