Un momento de la actuación. J. F. Bustos

La piedra angular

Jorge Fernández Bustos

Sábado, 28 de octubre 2023, 23:53

El flamenco se sustenta en la estabilidad del artista de base, convirtiéndolo así en un modo de vida. Hay —debe haber— una serie de cantaores, ... de guitarristas y de bailaores en todas las ciudades que conformen el andamiaje en que se levanta el arte de Silverio (en palabras de José Javier León). Se convierte así el flamenco en un corredor de fondo, en la piedra angular de donde todo emerge. Me refiero a los artistas de tablao, a los de cueva, a los de 'atrás', que día tras día, van marcando huella, van poniéndole cara a esa intrahistoria para que el flamenco cobre definitiva identidad.

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El jueves, en la peña flamenca de La Platería, abierta al público, tuvo lugar la actuación de Sara Heredia y su grupo. Sara (con su compañero Antonio 'el Chonico, a la guitarra), es de esas flamencas, 'de toda la vida', que ha echado los dientes en una cueva del Sacromonte. Recién operada no quiso entregarse al cien por cien («tirar para arriba»). Con todo y con eso, marcó su reinado en el escenario con unos tientos-tangos de sabor, remedando el cante de siempre, acordándose de los antiguos y poniendo banderas para evidenciar los tangos del Camino. El Chonico, con su toque sacromontano, llenaba de color el ambiente (a veces rozando el sobresaliente), demostrando su dominio en las granaínas que tocó en solitario, rematadas por bulerías, en las que se escucharon palmas en off (sus compañeros, fuera de las tablas).

Abrahán Campos sustituyó a Heredia en el cante con unas seguiriyas clásicas, casi de manual, doliéndose, como debe ser, sacando el cante desde dentro y acordándose del Loco Mateo, cantado por Aurelio; de Antonio Molina en la voz de Chacón; y del cambio de Manuel Agujetas, para terminar de pie a boca de escenario. Aunque, antes de este cante antológico, se presentó la bailaora Rocío Montoya abordando, con gran personalidad, una soleá por bulerías, con pantalón, bolero verde aceituna y monotrenza; apoyada en su comienzo tañendo los palillos y culminando con el aleteo de sus manos (aunque al cuadro le falto convicción). Rocío, desde que la conocemos, es una bailaora distinta que, bebiendo del venero de la tradición, rompe moldes con su contemporaneidad, su dominio del espacio y el sentido orbital de su entrega. La bailaora puso el punto final de la noche por levante y tangos, en una estructura tácitamente convencional. Con vestido floreado y mantón a juego, apoyándose en un abanico en el taranto; con una pincelada de zambra y una 'caída' a su final, supo rubricar una noche tan de categoría como de sorpresa. Un poquito por bulerías, con los actuantes en pie, sirvió de fin de fiesta a una velada más que notable.

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