La Zaranda no envejece en su nuevo paso por el Festival Internacional de Cazorla
Su obra 'Manual para armar un sueño' aprovecha la historia de la propia compañía para realizar una fina crítica a todo lo que rodea la profesión teatral
José Luis González
Domingo, 10 de noviembre 2024, 23:10
La Zaranda, tras 47 años sobre los escenarios, también forma parte de la historia del Festival Internacional de Teatro de Cazorla desde su primera edición, ... allá por 1997, cuando arribaron por primera vez con su montaje 'Perdonen la tristeza'. Después, durante estas últimas casi tres décadas, han aparecido en el programa del ciclo de Sala de este evento en otras cuatro ocasiones, con 'La puerta estrecha', 'Nadie lo quiere creer', 'El régimen del pienso' y 'La batalla de los ausentes'. Dejando sobre las tablas del Teatro de la merced su genuino sello de calidad, primero como 'teatro inestable de Andalucía la Baja' y después como 'teatro inestable de ninguna parte', dado el ninguneo al que han sido sometidos por las administraciones de estas tierras del sur de España. Donde, bajo las cenizas de la Cultura andaluza como algo parecido a una industria, «sólo se escucha a quienes no tienen nada para decir».
Como no podría ser de otro modo, La Merced ha sido testigo este fin de semana de una nueva vuelta de tuerca, de otro golpe del martillo pilón de La Zaranda en las conciencias de los espectadores y las espectadoras del FIT Cazorla, y también de los pocos representantes de las administraciones públicas que suelen ir a sus espectáculos – a cualquier espectáculo teatral en general –. Porque su 'Manual para armar un sueño' es un grito de irónica desesperación ante esos cada vez más frecuentes «círculos infernales habitados por escribas especializados en el falso elogio, gestores culturales y demás burócratas que sólo tienen tiempo para los artistas rentables».
La Merced ha sido testigo este fin de semana de una nueva vuelta de tuerca, de otro golpe del martillo pilón de la compañía
Así define el autor del texto, Eusebio Calonge, a ese mundo oscuro y pequeño donde hoy se encuentran aquellos que deciden quienes sobreviven y quienes se quedan en el camino de la profesión teatral.
Con estas premisas y sobre este texto, Paco de La Zaranda dirige un espectáculo en el que, como ocurre siempre con esta compañía, la escenografía y la iluminación actúan como dos actores más sobre el escenario. Interactuando con los tres intérpretes de carne y hueso, Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez y Enrique Bustos, para dar forma a innumerables espacios y ambientes más propios de los sueños que de la realidad. Valiéndose de elementos que parecen sacados de una exposición de arte póvera pero que durante los 75 minutos de espectáculo cobran distintas e inimaginables vidas.
Viejo actor
Como los propios personajes, un viejo actor que rememora el pasado, entretejido de éxitos y fracasos, y de personajes tan extraordinarios como Don Juan, el Quijote, Segismundo, Max Estrella o Bernarda Alba; otro actor no mucho más joven que aparece desde el otro lado del espejo, deseoso de beber de las experiencias del primero sin disponer de su profundidad intelectual, pero con una desmedida sed de triunfo; y un tercer personaje que se presenta alado como un lucifer de pacotilla, mostrando la hipocresía de ese «nido de víboras» en el que medran los personajes populares «acabados, y que no saben lo que quieren o a dónde quieren llegar».
Enseñando al público un teatro que no conoce ni a Don Juan ni al Quijote ni a Segismundo ni a Bernarda, habitantes de los libros que ya nadie lee porque no son 'populares'; como tampoco lo son quienes beben de ellos para forjar el basamento de un teatro contemporáneo en el que la comedia y la tragedia no se consuman como productos de comida rápida.
Un teatro alejado miles de kilómetros de las arenas movedizas de la burocracia, que se tragan toda la creatividad de autores, directores e intérpretes. Un teatro verdaderamente libre de la mediocridad que exhiben con fruición políticos y gestores culturales que no han leído un libro durante la última década. Un teatro pleno de dignidad que no haya de arrodillarse ante la vanidad, el turismo de filete empanado y la chabacanería.
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