«Hacemos a los niños muy vulnerables, sin recursos para enfrentarse a la vida»
Una de las mentes más preclaras de la educación en España reflexiona sobre el peligro de una generación expuesta a la depresión temprana
ROCÍO MENDOZA
MADRID
Lunes, 11 de noviembre 2019, 02:09
José Antonio Marina (Toledo, 1939) lleva toda una vida dedicado al noble arte de la reflexión. Filósofo y pedagogo, es una de las mentes más ... preclaras de la educación en nuestro país. A sus 80 años sigue en activo con un nuevo libro -'Historia visual de la inteligencia', (Conecta)- en el que analiza el anhelo de superación del ser humano y, al tiempo, reflexiona sobre el futuro de unas nuevas generaciones marcadas por la tecnología.
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-En su libro cita a Noah Harari sobre los retos de la humanidad: la inmortalidad, ser dioses y la felicidad. ¿Alcanzaremos alguno?
-Ni la inmortalidad ni Dios. En cuanto a la felicidad, lo importante no es si se consigue, sino quién, qué tipo de persona es la que va a ser feliz. John Stuart Mill decía que es mejor ser Sócrates desgraciado que un cerdo feliz. Para conseguirlo necesitamos una felicidad objetiva: no un sentimiento, sino una situación. Una sociedad justa, que nos proteja, con seguridad jurídica, donde no tengamos miedo. Y en eso sí nos podemos poner de acuerdo y hacia ello evolucionamos. Eso sí, debemos estar admirados porque hemos hecho cosas maravillosas, pero se nos pueden hundir rápidamente.
«La glorificación del yo en las redes sociales nos hace dependientes y provoca respuestas airadas»
-¿Qué opina de los detractores de las teorías de la felicidad?
-Nos hemos pasado con la búsqueda de la felicidad. Ésta es una actividad, no un estado. Es lo que se siente mientras se hace algo. En cuanto consideras que la felicidad es un estado has estropeado el invento. Y además la insistencia en que lo importante es ser feliz es un error.
-Eso lo dicen mucho los padres: «Solo quiero que mi hijo sea feliz».
-Lo importante es que esté en buenas condiciones de ser feliz dentro de 40 años. Esta sensación de querer que tu hijo sea feliz a toda costa te impide ponerle a hacer cosas que sean costosas para él, y lo cierto es que tienen que endurecerse un poco para no ser vulnerables de mayores. Cuando yo era niño nadie se preocupaba de si yo era feliz; lo que me preguntaban era si era bueno.
-Esto recuerda a lo que hoy en día llaman 'la generación blandita', a la que viene. ¿Cómo lo ve usted?
-Estoy de acuerdo. Hacemos a los niños y a los adolescentes muy vulnerables y les estamos perjudicando. Tenemos que dejarles que tengan alguna conducta arriesgada. No están acostumbrados a enfrentarse con los problemas de la vida y cuando se encuentran con ellos se nos vienen abajo. Los expertos están asustados de la cantidad de depresiones que hay entre la gente joven en EE UU. Están deprimidos porque el paso de la burbuja protectora al mundo real es duro. Ahora encuentran una salida en el mundo virtual: como el real es muy duro, ahí intento vivir lo mejor posible. Y vives perpetuamente en la irrealidad. Para qué me voy a relacionar. Si pienso que los humanos son fuente de problemas, entonces, me aíslo. Si me aíslo no voy a tener recursos para relacionarme. Y así se llega a una especie de soledad muy conectada digitalmente. Este puede ser uno de los futuros de nuestra sociedad.
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-Cita la depresión. ¿Qué realidad actual cree que nos hace más daño?
-Ahora la depresión aparece en niveles cada vez más tempranos. Antes no había un niño deprimido. En el fondo de la depresión hay una especie de sentimiento de impotencia aprendida hacia la vida que sufren los niños. Los estamos haciendo muy vulnerables; no les estamos dando recursos para que luchen con los problemas de la vida.
-En la escuela se trabajan ahora las emociones. ¿Va por ahí la solución?
-Se está trabajando, sí, pero yo creo que no se está haciendo bien en muchos casos. El cultivo de las emociones a veces se confunde con el 'vamos a intentar eliminar todas las emociones negativas'. Y esto puede estar colaborando también a la vulnerabilidad de los niños.
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-¿Cuál es la más importante?
-El miedo. Es muy destructivo, pero es una emoción que nos permite sobrevivir. El problema surge cuando tenemos más miedos de los que nos corresponde, paralizantes, o que duran demasiado tiempo. Por eso hay que educar en la valentía, para que cuando llegue a la adolescencia que sepa que hay cosas que no domina, pero que puede lidiar con ellas. Una cosa es tener miedo y otra es ser un cobarde. Se cobarde es una opción.
-También somos una generación de 'ofendidos', algo que reflejan las redes sociales. ¿Qué sucede?
-En parte son las propias redes sociales. Los primeros adolescentes que han nacido con teléfonos conectados han desarrollado una especie de hiperactividad cognitiva. Esto es, la necesidad permanente de estar recibiendo mensajes muy cortos y la impulsividad de tenerlos que contestar. Como tenga mi teléfono en blanco durante un cuarto de hora, sin recibir nada, me empiezo a angustiar. Y cuando recibo tengo que contestar inmediatamente. Por eso se mete tanto la pata. Por otro lado, estas redes sociales producen una especie de glorificación del yo. No soy nada si no estoy en este escaparate público. Este narcisismo nos deja tan dependiente de lo que están diciendo de mí que cualquier cosa que me roce va a a recibir una respuesta airada.
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-¿Qué papel tiene la universidad y la educación en las revueltas callejeras de jóvenes en Cataluña?
-Se han hecho estudios de cómo influye en el voto la educación que se tiene entre los 14 y los 22 años, insistiendo en los 18. La orientación del voto para toda la vida se consolida antes de los 18. Si lo aplicas a Cataluña es muy explicable lo que está pasando. Se han educado durante muchos años en un ambiente del reforzamiento de la identidad. Pero cuando se defiende la identidad, lo más fácil es buscar un enemigo. La tribu se fortalece así, y así se crean todo tipo de mitos: ¡Nos roban, nos están pervirtiendo! Es una dinámica peligrosa: se entra en efervescencia, se crean situaciones de rechazo y se encrespan los ánimos y por eso estamos viviendo esta situación. Se ha crispado todo de una forma muy desagradable.
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