«En Granada nos enfangamos con iniciativas culturales efímeras»
Cuando mañana se baje el telón del ciclo 'Lorca y Granada en el Generalife', estará oficialmente jubilado. Pero aún tiene mucho que hacer por la cultura granadina
Viernes, 28 de agosto 2020, 00:12
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Mariano Sánchez Pantoja (Cádiz, 1955), es historia del teatro en Granada. Y presente, a pesar de que cuando baje el telón del ciclo 'Lorca ... y Granada en los jardines del Generalife' estará, oficialmente, jubilado, después de haber dirigido durante casi tres décadas el Teatro Alhambra, y haberlo 'construido' de la nada. Aquí se enamoró y aquí se quedó. Tiene mucho que contar y eso que calla más de lo que cuenta. Pero sus reflexiones pueden ser útiles para cualquiera que entienda los retos que la cultura granadina afronta, sobre todo si se mantiene en la idea de aspirar a la Capitalidad en 2031.
–Aterrizó aquí con 21 años.
–Así es, he pasado aquí más de dos terceras partes de mi vida. Me siento granadino y del Realejo, y hago muy mío el lema 'El corazón manda', tan propio de mi barrio, y que debería tomar como suyo esta ciudad. Tendría que ser una explosión de emociones, de pasión, de sentimiento, de dinamismo... Todo aquello que mueve las grandes iniciativas, que hacen la vida interesante.
–¿Cuál es su primer recuerdo en un teatro?
–En el Falla de Cádiz. Aunque era cine, también ponían teatro muy de tarde en tarde. Aunque el verano del teatro me entró en Sevilla. Fueron años muy problemáticos, los últimos de la dictadura. Recuerdo que Caja San Fernando programaba teatro en el Lope de Vega. Allí aprendí mucho, y viví por anticipado una libertad que se deseaba y barruntaba.
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–Llega a Granada en 1976, un año igualmente crítico.
–En junio se había celebrado el primer 'Cinco a las cinco', y yo llegué en septiembre. Primero me enamoré de la ciudad, que hoy, para mí, sigue siendo la mejor del mundo, y lo discuto con quien quiera. Ninguno de los destinos turísticos de relevancia efímera tiene tanto poderío como este.
–¿Cuál fue su primer encuentro al llegar?
–Lo primero que encontré fue al grupo de teatro de la parroquia de San Ildefonso, y a su párroco, José Antonio Moreno. Allí monté mi primera iniciativa con aficionados. Teatro de la Cuesta, se llamaba. Y dio mucho que hablar. Pronto nos configuramos como un grupo puntero. Hacíamos viajes al extranjero, incluso a Córdoba... (risas). Pateamos todos los pueblos de Granada en una época en que no había teatros, ni casas de la cultura... Pero había plazas con remolques de tractor y naves llenas de balas de paja o canastas de naranjas.
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–Seguro que fue un periodo prolijo en anécdotas.
–Muchas. Recuerdo un montaje de 'Yerma' en la plaza de Lanjarón, y dos viejecitas en primera fila comentando las jugadas. Qué pena que no pudimos grabarlo... «Hay que ver la mala leche que tiene el tío», decían del marido... «Se va con el pastor, muy bien que hace»... A Federico le hubiera encantado.
–Luego, llegó Teatro del Sur.
–Fue en 1985. Fueron 11 años maravillosos, hasta 1996, en los que nos convertimos en uno de los grupos más prestigiosos del teatro español, con giras por toda España. Con Teatro del Sur, recién terminados los estudios, fue cuando decidí ser profesional. Nos dieron muchos premios, y repetíamos donde íbamos. La compañía se sacrificó para mantener el Alhambra en pie y por culpa de las crisis de 1993, que hoy muy pocos recuerdan.
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–¿Cómo se hace lo de convertir un antiguo cine que aspiraba a almacén de muebles en un teatro de referencia en España?
–El Alhambra ha ocupado buena parte de mi vida. Recuerdo que cuando lo alquilamos, llevaba cuatro años sin proyectar nada. Se lo habían prestado a una asociación para celebrar una fiesta de fin de año, y lo dejaron en unas condiciones que... Tuvimos que buscar un lugar para ensayar y tener los enseres de Teatro del Sur, que ya eran muchos. En 1990 iniciamos nuestra trayectoria allí con 'El buscón' de Quevedo. Y todos nos decían que había que hacer un teatro, porque el Isabel la Católica estaba, además, cerrado. Por otro lado, teníamos un espacio escénico mucho mejor. Así lo fuimos construyendo.
Dificultades
–Mantenerlo fue una tarea nada fácil.
–Siempre, y en el año 1998 estábamos a punto de tirar la toalla. Habíamos empleado todos nuestros ahorros, nos hallábamos al límite. Entonces, fue cuando llegó la Junta de Andalucía y manifestó su interés por quedarse con el teatro, y con que nosotros siguiéramos trabajando. Compraron el edificio y me encargaron la dirección del espacio. En tres años, el Alhambra fue completamente público, y eso, en todo este tiempo, no nos ha dado más que satisfacciones. Salvamos un espacio escénico para Granada que merece mucho la pena, y que ha aportado mucho a la escena de la ciudad, y a los aficionados.
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–¿Qué recuerda de las compañías que pasaron por el Alhambra en aquellos primeros tiempos?
–Su generosidad, lo que valoraban el contar con un escenario así. Había compañías andaluzas que venían a Granada incluso perdiendo dinero, pero les gustaba tanto venir que lo hacían encantados, una y otra vez. Había apuestas internacionales que venían del Teatro Central, y que teníamos que adaptar al Alhambra, con las limitaciones técnicas que tenía, y el ambiente era tal que acababan jugando al fútbol nuestros técnicos con los de ellos... Siempre tratamos a quien vino como nos gustaba que trataran a Teatro del Sur, es decir, les recibimos como si estuvieran en su casa.
–¿Alguna en particular?
–Me acuerdo de que Paco Rabal se fue emocionado. Atalaya, Salvador Távora, Anne Teresa de Keersmaeker... Espectáculos delicados para montar, de danza... Me decían que en otros teatros veían un foso, y aquí una muralla de rostros, lo que les impactaba mucho.
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–Fueron pioneros de un modelo, incluso físico, que luego han copiado, por ejemplo, los Teatros del Canal...
–Sí, esta distribución, con una grada con la inclinación suficiente, y una altura adecuada, y la relación con el escenario, fue única en su época. Hicimos incluso una visita a la tramoya durante una función, de la que los visitantes salían emocionados.
–Albergaron propuestas complicadas, por el contenido de los espectáculos.
–Pero nos encontramos con un público hambriento de teatro, que nos demandaba, y hoy sigue demandando, precisamente eso. Apuestas que pueden resultar difíciles, pero que vienen respaldadas por la calidad. Hemos mantenido siempre el respeto al público. Y siempre buscando iniciativas novedosas, como aquella lectura de la obra de Lorca en 1998, para conmemorar el centenario de su nacimiento. A las tres de la mañana tocó 'El público', y recuerdo a Enrique Morente cantando 'El pastor bobo'. Quienes estuvieron allí fueron unos privilegiados.
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–En 2006 se hizo la reforma definitiva del Alhambra.
–La que estamos disfrutando hoy. Acústica y visualmente, ahora es una verdadera joya, con una maquinaria escénica milimetrada.
–Quizá la mayor pérdida de la escena granadina fue la desaparición del Festival Internacional de Teatro.
–Pienso que sí. Por más que algunos digan que la programación del Festival y la nuestra del Alhambra eran parecidas, pero no debió desaparecer. Muchos aún lo recuerdan.
–¿Ha encontrado su misma sensibilidad y conocimiento en las personas que han estado, orgánicamente, por encima suyo?
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–Jamás he tenido ningún problema con nadie. Recuerdo a Rafael Fernández-Píñar, a quien perdimos demasiado pronto. Y a muchas personas que han puesto su mejor voluntad. Pero creo que nos enfangamos en iniciativas efímeras: un año somos la Ciudad del Conocimiento, otros la del Deporte, presentamos tres óperas en un espacio no adecuado, somos Ciudad de la Literatura y de la Poesía... Creo que nos perdemos en demasiados vericuetos, y falta un itinerario seguro, pensado no a corto, sino a medio plazo. Tenemos que dar un golpe en la mesa, y definir nuestro futuro cultural.
–¿Qué nos falta?
–Culturalmente, Granada está sin terminar. Necesitamos un gran espacio escénico. De Sevilla a Valencia no hay un gran teatro para óperas y eventos musicales. 750 kilómetros sin una sala verdaderamente adecuada. Y de Granada a Madrid, otro tanto. Algún día veremos que se inaugura un gran teatro de la ópera en Málaga, y entonces nos lamentaremos.
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–'Lorca y Granada' ha sido su último gran empeño.
–Sí, comenzamos muy tímidamente en 2002, pero en mi recuerdo estará siempre aquel Antonio Gades, ya enfermo, montando 'Bodas de sangre', pegando zapatazos sobre el escenario y dando órdenes a la compañía. Y eso que costó convencer a Mateo Revilla para que se hiciera... (risas).
«Ha sido un año difícil, pero todo ha ido bien»
Mariano Sánchez ha 'escogido' un año difícil para retirarse:«Fue muy complejo organizar este ciclo. Tengo que agradecer la implicación de la consejera, Patricia del Pozo, que fue quien dijo que se hiciera, y que se diera calor a compañías de la tierra. Cuadrar la programación costó trabajo, pero todo ha ido muy bien, dentro de lo mal que lo está pasando la cultura». Ahora, afirma, «estaré a disposición de la ciudad para lo que me pidan. Quiero que cuenten con mi poca o mi mucha experiencia, y con mi mejor voluntad, para construir esa Granada cultural que todos queremos. Me dedicaré a mi familia, a mi cofradía, a mis amigos... No sé si escribiré mis memorias... (risas)».
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