Mi gran noche
Miguel Villar Colmenero
Sábado, 27 de agosto 2022, 23:27
Nadie confiaba en mí. Creo que ni mi mánager. Tampoco los bailarines que me acompañaron en la actuación. Menos aún el compositor del tema, que ... no estaba muy ilusionado y me dio una canción que habían desechado otros cantantes.
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Los días previos al Festival de Eurovisión 2023 fueron duros para mí. Tuve que soportar críticas llegadas de todos lados; medios de comunicación españoles y extranjeros se preguntaban qué mérito había hecho yo, a pesar de mis setenta y tres años, para representar a todo un país en un concurso que parecía volvía a recuperar el esplendor de años pasados. Además, era una cantante desconocida que por cuestiones del azar, había sido seleccionada, según muchos, para dar audiencia, pero que en realidad no tenía posibilidad alguna para ser la elegida e ir a Kiev representando a mi país. Pero aquella noche, es cierto que canté bien, pero también lo es que el dúo Thalia y Gregor desafinó, la cantante Roberta se indispuso y no pudo actuar y Jéniffer olvidó la letra viniéndose abajo en plena actuación. Así que, se puede decir que fui la menos mala de todos los aspirantes para representar a España en Eurovisión, y así me presenté aquel 20 de mayo de 2023 en la ciudad ucraniana que acogía el Festival.
No tuve ni una sola palabra de aliento de nadie, ni de mi marido que, avergonzado, se quedó en España asegurándome que no pensaba verme hacer el ridículo. Ninguna de mis hijas me desearon suerte. Digo yo que tampoco cuesta tanto enviar un 'whatsapp' con un sencillo: «Suerte, mamá», con una carita sonriente, y habrían cumplido. Pues no.
Lo cierto es que, en los ensayos, era la rara de los veintisiete países que allí acudimos. Había buen rollo entre ellos. A mí me ignoraban. No puedo decir que me trataron mal. La realidad es que no me trataron. A mis bailarines sí que les hablaban y en voz baja les comentaban qué hacían ellos, tan jóvenes y guapos, con una señora mayor. O al menos eso creía yo que les decían, porque se comunicaban en inglés, y no conozco ese idioma. Bueno, ni ese ni otros, solo conozco el mío. La verdad es que era la primera vez que salía de España. Bueno, y la primera vez que cogía un avión. Amancio, mi esposo, tiene pánico a volar, así que, las pocas veces que hemos viajado, lo hemos hecho en autobús o en tren. Reconozco que empecé a sentirme mal. ¿Qué hacía yo en aquel lugar? ¿Debería haber hecho caso a todos los que me desaconsejaron que participara en aquel espectáculo? Pues no. Esas dudas, duraron un minuto, y ya estoy exagerando.
Actué en última posición, lo que, según los expertos, era otro hándicap más para obtener una buena puntuación. Las apuestas me colocaban entre el puesto vigésimo cuarto y vigésimo quinto. Hubo temas muy aplaudidos por el público y la crítica, con puestas en escena espectaculares, pero que, para mí, distraían la atención de la canción, que era lo que en realidad se debía puntuar.
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Cuando los presentadores anunciaron mi nombre, yo llevaba ya un rato colocada sobre el escenario con el micrófono en mi mano derecha, y el rosario que me regaló mi madre de niña en un bolsillo del vestido morado que lucía. Nada nerviosa, comencé a cantar, que es lo que toda la vida me había gustado hacer. Al terminar mi canción, el público me aplaudió como a ningún otro representante. Los veía como si fueran mis nietos. Entusiasmados, me dieron el cariño que los míos me habían negado los días anteriores. Me emocioné, pero no lloré. Hubiera sido síntoma de debilidad y motivo de burla. «La vieja española se emociona en el escenario», «La abuela de España se derrumba tras su actuación» o «La viejecita no pudo contener las lágrimas» hubieran sido los titulares. Pero me mantuve firme y, con una sonrisa, agradecí las muestras de cariño recibidas.
Durante las votaciones, me tuve que colocar en una zona reservada para nosotros, dejándome muy claro desde la organización que, por motivos de realización, no podía moverme de ese sitio y que tendría que sonreír de vez en cuando al tiempo que debería mover una banderita de España que me habían dado. Yo no hice caso. Me levanté varias veces a charlar con el representante portugués, con el grupo de Australia –que, por cierto, no sabía yo que participaran en Eurovisión–, con el grupo danés, y con el cantante francés, que era muy elegante y olía muy bien. Algo había cambiado tras mi actuación, y ahora me miraban de otra manera. Hasta mis bailarines parecían más cariñosos conmigo. Uno de ellos me contó allí mismo que su abuela era de Jaén, como yo. Con el tiempo que habíamos compartido y ahora se acordaba de ese detalle.
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Lo de las votaciones resultó un poco lioso, pero los que me acompañaban me iban traduciendo un poco lo que iba sucediendo. Lo cierto es que Italia, Portugal, Bélgica, Rumanía, Polonia, Suecia y varios países más que antes no existían y cuyos nombres no recuerdo, nos dieron doce puntos, por lo que acabamos la primera ronda de votaciones en quinto lugar. Posteriormente dieron a conocer las puntuaciones del voto que la gente había hecho desde sus casas a través del móvil, y ahí fue cuando pasé a todos los demás y me puse primera. Solo faltaban las puntuaciones que habían recibido los países que me precedían en la clasificación, pero ninguno llegó a alcanzarme, por lo que resulté ser la ganadora del Festival de Eurovisión 2023. Los que me habían ignorado, ahora me abrazaban y me decían cosas que yo no entendía, pero que imaginaba que eran felicitaciones por mi triunfo.
Antes de volver a actuar, miré mi móvil y no tenía 'whatsapp' ni llamada alguna. Me dio igual. Era mi gran noche y nada ni nadie me la iba a estropear. Volví a salir y canté aún mejor que minutos antes.
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