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El FicZone vence a la normalidad
Este sábado se ha celebrado la primera jornada del festival de la cultura popular, con 10.000 personas disfrutando de 350 actividades para toda la familia después de dos años de espera por la pandemia
Un hombre de barba frondosa y camiseta de 'Star Wars' sostiene a su hija en brazos, en mitad de la Feria de Muestras de Armilla. ... Él tiene cara de haber dicho más de una vez «yo soy tu padre» con voz profunda y poderosa. Ella tiene los ojos abiertos y redondos como dos Estrellas de la Muerte. Delante de ellos, miles de cabezas siguen con atención el desfile de la Legión 501, al son de la marcha imperial. Al aparecer Darth Vader a lo lejos, la niña agarra la cabeza del padre y chilla emocionada. «¿Es el de verdad?», pregunta ella. «¡Pues claro!», responde él. Ambos se quedan así, como Yoda a los hombros de Luke, enroscados en un abrazo tan esperado como contagioso.
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FicZone, la feria de la culturas populares, abrió sus puertas como si fueran agujeros del tiempo. Diez mil personas juntas celebrando sus pasiones y, también, la vuelta de la normalidad más rara. La normalidad de los frikis. Lo curioso es que eso, lo de ser friki, ya no es una cuestión de edad. Hay abuelos, padres, hijos y nietos, todos compartiendo un espacio donde no hay lugar para el aburrimiento. «Yo soy Batman», confiesa Miguel, acompañado de su familia. Alicia, su mujer, va de Super Mario. «Bueno, Super Maria, para ser exactos», ríe. Alejandro, Abril y Vega, los niños, van de Razor, Mal y Harley Quinn. Y Marta, la sobrina, de Catwoman. «Venimos todos los años y nos lo pasamos muy bien. ¡Vamos a probarlo todo!», dice la madre.
A su alrededor, a bote pronto, están Luigi cazando fantasmas, Jon Nieve patrullando los muros de Fermasa, ninjas de todo tipo correteando entre las sombras, Iron Man reflejando el sol en su armadura, los Teen Titans recién salidos de la Facultad de Bellas Artes y... ¿aquello es una nube voladora? A toda velocidad, un Goku planea la superficie de la feria sobre un monociclo eléctrico. «Soy Miguel –se presenta Goku–, de la Asociación por el Transporte Ecológico en Granada. ¿Subís y os cuento lo que hacemos?».
Frente a un enorme castillo hinchable que parece sacado de una prueba de 'Humor Amarillo', tres Spider–Mans distintos se señalan unos a otros ante la divertida coincidencia. Son Adrián, José y Darío. «Me compré el cosplay unos días antes de que empezara la cuarentena. ¡Tenía muchas ganas de estrenarlo!», dice el primero. «Es genial, aunque la mascarilla debajo de la máscara es un poco incómoda», apunta el segundo. ¿Llevas mascarilla debajo? «¡Claro! Ya sabes: un gran poder conlleva una gran responsabilidad».
De las diez mil personas que pululan por Fermasa, no todas son granadinas. Hay varios miles que viene de fuera, algunos con autobuses organizados y, otros, directos desde su cochera. Clevir, brasileño afincado en Málaga, va vestido de uno de los almirantes imperiales de 'La Guerra de las Galaxias'. Mateus, su hijo, es la viva imagen de Harry Potter. «Aquí cada uno con su generación bien representada –explica Clevir–. Yo pertenezco a la 501 pero hoy estoy aquí como padre. Hemos venido a disfrutar con los peques, por el tiempo que hace que no salen a un evento así, como este, que tanto echábamos de menos». Y así, una tras otra, las familias y amigos entran al pabellón principal para darse de bruces con una sensación vieja, añorada y espectacular.
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Dentro
Es mediodía. El pabellón está tan lleno que cuesta creerlo. Una marea de mascarillas recorre los pasillos infinitos del recinto, con una actividad frenética en los stands. Las tiendas no paran de vender, los talleres tienen lista de espera, los artistas dibujan sin parar y las exposiciones están siempre arropadas. «Al principio me he quedado un poco... sobrecogida –relata Sofía, profesora de un instituto granadino–. Es que hace nada ver tanta gente junta era como mirar al sol, algo de lo que querías huir. Hoy es la primera vez que siento lo contrario. Hay mucha gente y me encanta. Esta era la normalidad que esperaba y es algo extrañamente bonito».
Un piano suena. En el centro del pabellón, subidas a una gran escalinata, dos chicas mueven manos y brazos de un lado a otro, como si fueran pájaros saludando antes de echar a volar. Al momento, las dos descienden por unas telas negras mientras realizan un hermoso ejercicio de danza acrobática. Debajo, miles y miles de barbillas levantadas aplauden la alegoría del reencuentro. Su reencuentro. Pero hay una cabeza que destaca sobre el resto. Una cabeza gigantesca y robótica. La cabeza de Mazinger Z. «Dentro está Emeterio, mi marido. Él lo ha hecho todo, un año de trabajo. Antes hacía tuning de coches y entonces le dio por esto», cuenta Paola, que lleva un mando a distancia con el que puede accionar los dispositivos especiales del disfraz: puños voladores, la cabina, expulsar humo, encender el pecho... «Venimos de Albacete y mañana nos vamos a Padul, a ver el Mazinger que han hecho de siete metros».
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A la hora de comer, la cola de los puestos –del japonés del Mama Curry a las hamburguesas del Sancho hay para todos los gustos– atraviesa Fermasa de costa a costa. El depredador de 'Depredador' aguarda su turno, hambriento, como todos los demás pero con un disfraz de película. «Por muchos colmillos que tenga tiene que esperar como el resto», bromean a su lado. «Oye, que viene la Legión», advierte Luis a sus amigos, vestidos de los agentes de 'El juego del calamar'. Al momento, una tropa de soldados de asalto, centinelas imperiales, jedis, jawas y criaturas galácticas cruza Fermasa bajo un sol estelar. El desfile se adentra en la carpa central, donde se celebran los concursos de cosplay y los encuentros con los artistas e invitados ilustres. El interior de la carpa, como el resto, está a rebosar. La ovación y la música de John Williams se funden bajo la atenta mirada de padres e hijos.
Con las tropas en retirada, una chica se abalanza sobre el Mandaloriano y le planta un beso en el casco, recordando la mítica fotografía de Robert Doisneau. «Me encanta», dice ella, ajena al ajetreo constante que va y viene de un pabellón a otro, por dentro y por fuera, de una actividad a otra. «Llevábamos mucho tiempo esperando esto», suspira, bajo el cartel de FicZone. El domingo, más.
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Videojuegos, tableros y otras experiencias inolvidables
Las zonas de juego no pausaron ni un solo segundo. En Granada Gaming, el pabellón de los videojuegos, nadie se quiso ir sin probar la realidad virtual. Como Javi, de 8 años, que no se lo podía creer:«¡Estaba dentro! ¡Estaba dentro del juego!», gritaba entusiasmado, con las gafas puestas. Y, de los puntos de juego libre a la gran pantalla donde se celebran los torneos, ni un hueco vacío. Una escena similar a la que se vivió en Meeple Factory, el pabellón de los juegos de mesa. Allí estaba Germán P. Millán, creador de 'Bitoku', el juego que acaba de triunfar en Essen, la mayor feria de juegos de mesa del mundo. «Todavía no está a la venta, pero al que pase por aquí le enseño a jugar», dice. No es el único, claro. Decenas de creadores de juegos rondan las mesas para explicar normas, contar secretos y disfrutar con los visitantes.
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