El pianista mira a la cámara durante su interpretación. RAMÓN L. PÉREZ

Trifonov, lo mejor de la escuela rusa al servicio del romanticismo musical

El intérprete se pudo sacar la espina de su ausencia del año pasado a base de una depurada técnica y una sensibilidad que huyó del artificio

Miércoles, 12 de julio 2023, 00:45

Hoy por hoy, no son muchos los pianistas capaces de 'llenar' el escenario del Palacio de Carlos V. Gran escenario, gran auditorio. El aún joven ... pianista ruso de origen Daniil Trifonov (32 años) es uno de los intérpretes que si quiere, puede. Y anoche –otra vez castigados instrumento y solista por el bochorno meteorológico– quiso y pudo. Trifonov tenía una deuda pendiente con el Festival tras cancelar el recital del año pasado por una lesión en su codo izquierdo, muy dolorosa.

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La presentación del solista es eminentemente clásica, a pesar de la concesión al blanco y la luenga melena. Entre aquel joven que hace casi diez años asombró en el Liceo de Barcelona y el que pudimos ver anoche hay una línea coherente de búsqueda y transmisión al público que –su fama le precede– sabe lo que va a ver y oír. Progresivamente, ha ido ampliando el repertorio, saliendo de lo que hoy se define obsesivamente como «zona de confort» y convirtiéndose en un solista al que se va a ver por ser quien es, haya lo que haya en el programa. Porque la honradez, esa cualidad que en algunos es una quimera y en otros una enfermedad pasajera, llega a todas partes, incluso en este mundo dominado por el efectismo.

Luces moradas de fondo para el recital de Trifonov. RAMÓN L. PÉREZ

El programa de anoche estaba concebido como una pequeña caja de música llena de joyas de quita y pon, pero ojo, tan comprometidas como que un fallo en alguna de ellas era definitivo. Lo primero, las 24 miniaturas, casi caramelitos, que integran el 'Álbum de la juventud, op. 39' de Chaikovski. Piezas compuestas en su día para introducir a los jóvenes en el manejo del piano, que comienzan con la solemne 'Plegaria matutina' y se mueve dando cuerpo a los recuerdos de la niñez, mezclando las sensaciones físicas con las emocionales, encarnadas en objetos tan clásicos como un caballo de madera, o terrores tan universales como el de la bruja. La primera parte la completó con otra obra plenamente romántica, la 'Fantasía en do mayor, op. 17', de Schumann. Las versiones de referencia de esta obra, como la de Pollini, transmiten por igual pasión y ausencia, momentos de frenesí emocional y otros de aceptación de las circunstancias. Esa dualidad la supo mantener en todo momento Trifonov.

En la segunda parte de este extenso recital para lo que es la media (insistimos, quería Trifonov pagar su deuda, y lo hizo), sobrevolaron el Carlos V, de nuevo, esas dos dimensiones de la creación, tormento y éxtasis, muy presentes en la 'Fantasía en do menor, K 475' de Mozart. En 'Gaspard de la nuit, M. 55', de Ravel, tesoro y tesorero se fundieron en una historia tan oscura como musicalmente interesante, y la 'Sonata para piano número 5 en fa sostenido menor, op. 53' de Scriabin nos mantuvo en el mundo de los sueños hasta el final.

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