Festival de Granada
Contra el silencio de las bombasLa Accademia del Piacere y Constantinople brillan en el Patio de los Mármoles del Hospital Real con el concierto 'De al-Ándalus a Isfahán', capital persa de la cultura y una de las ciudades iraníes que Trump bombardeó el pasado domingo
Un silencio. Dicen que tras la explosión, una bomba provoca un instante de silencio absoluto, un agujero negro que absorbe el aire, vacía los pulmones ... y levanta un tsunami que arrolla con todo a su paso. Luego viene el llanto, la angustia, el grito y el dolor. Todo empieza con un magnate dorado y tramposo que posa su dedo sobre un punto del mapa. El domingo fueron tres ciudades de Irán: Fordo, Natanz e Isfahán. El mismo Isfahán que se lee en el programa de mano del Festival de Música y Danza que esta noche se reparte por el Patio de los Mármoles del Hospital Real: 'De al-Ándalus a Isfahán'. Una resonancia accidental que, sin embargo, no es tan lejana.
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Sobre el escenario, rodeado de columnas de piedra por las que fluye una agradable corriente de brisa, hay siete sillas vacías. Entre el público no queda ni una butaca libre. A las diez en punto de la noche, los músicos entran con paso firme, vestidos de negro y acompañados por su exóticos instrumentos de cuerda y percusión. Hay tres especialmente llamativos por su tamaño y su hermosa rareza: las violas da gamba. Una de ellas descansa sobre las piernas de Fahmi Alqhai, que ya no tiene barba.
«Me la quité hace tres años, pero es verdad que en todas las fotos aparezco con una gran barba», reía horas antes del concierto, en la cafetería del Hotel Alixares, en la Alhambra. «Me veo con barba y no me reconozco». Alqhai es sevillano, padre, fan de Iron Maiden, jugador pretérito de videojuegos y, también, director de la Accademia del Piacere, una formación especializada en música antigua que se escucha en las mejores salas de Europa, América y Asia. Salas como el Patio de los Mármoles, donde hoy le acompañan Rami Alqhai –su hermano– y Johanna Rose.
«Mis padres vivieron mucho tiempo aquí, en Granada, cuando llegaron de Siria», contaba Fahmi Alqhai mientras bebía sorbos de café. Alqhai nació en Sevilla, pero sus padres son de Siria y de Palestina. «Estudiaron Medicina en la UGR. Antes de irse, mi madre compró una guitarra en la Cuesta de Gomérez. La guitarra con la que aprendí». Y así, como las notas en una partitura, la conversación llegó a Isfahán. «Es una de las ciudades más importantes de Persia –dijo–, una ciudad milenaria con una historia increíble. La Roma de Oriente».
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Un arma
El domingo, cuando Trump atacó Isfahán, Alqhai se removió por dentro. «Cuando ves las bombas, allí o en Gaza... es terrible. Un juego de dinero y poder». Al otro lado de la guerra y la destrucción caprichosa, el músico sitúa la cultura. «Siempre ha sido el mecanismo de transmisión de los seres humanos. La herramienta que filtra, la que consigue traspasar todas las barreras políticas y de poder. Estudiando la música y la cultura clásica, te das cuenta que en ningún momento hay pureza, que no hay una cultura que se cierre a sí misma. Las fronteras las crean los poderosos, los que tienen el gran capital. Frente a eso, nosotros tenemos un arma: la cultura».
Las otras cuatro sillas del escenario del Hospital Real las ocupan los integrantes de Constantinople, un conjunto de música antigua con sede en Montreal fundado por el cantante iraní Kiya Tabassian, siempre armado con su setar. Le acompañan Didem Basar, con el kanun; y Patrick Graham y Hamin Honari en la percusión. Los siete –Piacere y Constantinople– representan ese viaje de Andalucía a Irán que no entiende de fronteras, odios ni guerras. «En el concierto –explicó Alqhai en la cafetería– tocamos con gente de Irán. Artistas que ni son islamistas, ni apoyan ningún régimen ni nada. Somos el gran ejemplo de esa maravilla que es el mestizaje. Las civilizaciones se juntan, no existe la pureza. La cultura, la música, borra las fronteras».
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«La cultura, la música, borra las fronteras»
El programa de la noche, dentro del Festival, más que buscar elementos comunes entre la música andalusí y la persa, construye un diálogo hermoso basado en las diferencias. «La guerra, ya sea en Palestina o en Irán, se resolverá cuando no haya intereses. Mientras los haya, seguirán machacando hasta que drenen la última gota de sangre». Alqhai terminó su café en el hotel y se obligó a sonreír: «Mientras tanto, la música sigue sonando, como la orquesta del Titanic».
A las diez y once, con los instrumentos afinados, los siete músicos se sonríen en el Patio de los Mármoles, acogidos por la expectación del público y el torpe piar de un móvil mal apagadado. Entonces llega el silencio. Un instante de silencio absoluto, apenas un suspiro que absorbe el aire, vacía los pulmones y levanta un tsunami que arrolla con todo a su paso. Luego viene la lágrima, la emoción, el hermanamiento y el amor. Y todo empieza con un dedo que acaricia las seis cuerdas de la viola da gamba.Una noche preciosa.
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