Jean-Guihen Queyras. RAMÓN L. PÉREZ

Reflejos de Bach en mañana de domingo

andrés molinari

Martes, 28 de junio 2022, 01:07

Sabido es que los reflejos de la música de Bach serpean por este universo, y por otros, si los hubiere, hasta agotar la palabra lejanía. ... Recién estrenado el verano, nuestro festival ha hurgado entre los más diestros bachianos y ha encontrado, nacido en la lejana Canadá, al violonchelista Jean-Guihen Queyras. Un hombre con mucha juventud aún en su aspecto, sencillo de presencia, levemente tímido de pose, pero riquísimo de recorrido musical y ferazmente avezado como instrumentista.

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Del ingente catálogo de Johann Sebastian Bach, escogió las tres suites impares, desde la conocida número uno hasta la muy larga número cinco. Como primer reflejo de su sonoridad, el intérprete eligió sendas piezas, de menos de un minuto de duración, del compositor rumano-húngaro György Kurtág. Minucias de música del siglo XX con apariencia de insignificancia, pero que, en las manos del violonchelista ahora francés, reflejaron una tersura ligeramente híspida, un ambiente onírico subrayado por la sordina en el puente del chelo, sorprendiendo por su oscilación blanquinegra, con altibajos tan sorprendentes como estremecedores. En cada acorde comprimido un tiempo de la obra de Bach. No en vano y acertadamente el concierto se titulaba Bach Modern.

El otro reflejo del compositor de Eisenach, el universo que no cesa, estaba muy dentro del talento de Queyras. Porque con sus ojos permanentemente cerrados y su entrecejo frecuentemente fruncido, el violonchelista encontró allí, muy adentro, la concentración y el genio para deleitarnos con esas páginas de Juan Sebastián, que siempre asombran por su preciosidad y hermosura. Contenido en los vibratos, ágil en la digitación izquierda, pulcro en los desarrollos, dispendioso en las evocaciones de danza sumidas en cada zarabanda, cada gavota y cada giga.

El arco muy largo le permitió congeniar fraseo si flaqueza y solemnidad sin ruptura. La catarata de armonías generadas tras cada alemanda con su preludio, encontró una buena sonoridad en el Crucero del Hospital Real, donde la cúpula de entramado gótico, fugazmente mirada por el violonchelista en alguno de sus gestos, fue nuevo reflejo de las anfractuosidades que pespuntea la música de Bach. Ricos espejos, deleite sumo.

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