Kirill Petrenko dirige a la orquesta en el estreno del Festival. Fermín Rodríguez
Crítica

Una quinta que se merece un diez

Andrés Molinari

Domingo, 9 de junio 2024, 00:10

Música sin respiro, hora y media de tormenta tímbrica entreverada con algunas briznas pastorales, un turbión de sentimientos arremolinados en el patio circular: desde la ... emoción lírica hasta la exageración sonora. Eso fue Bruckner, y mucho más. Y así lo entendió el director Kirill Petrenko dirigiendo a la Gustav Mahler Jugendorchester, con cuya presencia en el Carlos V se abrió, tempranero, el 73 Festival de Granada.

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El titular de la Filarmónica de Berlín derrochó sabiduría para ir hojeando la partitura del compositor austríaco, matizando los pasajes menos locuaces, subrayando los más espectaculares y evitando en todo momento esas interpretaciones de la música bruckniana que se escoran hacia la grandilocuencia y el énfasis excesivo. Su edad, intermedia entre los viejos maestros y los jóvenes a los que dirige, le confiere un eclecticismo, no exento de jovialidad, que fuimos descubriendo.

No se arredró ante la monumentalidad manifiesta de la partitura. Se ha dicho que esta sinfonía compite en arquitectura con las mayores catedrales, emana densidades de incienso, trepa por vidrieras figuradas y porfía coros de ángeles eufóricos. Pero este soberbio director, en Granada, supo canjear lo catedralicio por lo palaciego. Miraba constantemente la columnata del Carlos V mientras su trémula batuta era imán para las miradas de sus confesos obedientes. En vez de deleitarse en la descripción sonora de la grandeza de una seo, construyó reflejos de un tiempo pasado, como yedra de brillo inaudito trepando por los muros del alcázar imperial.

Pero si es deleite ver a Kirill dirigir, no lo es menor atender a cada instrumentista esquivando el aparente tropel. Una timbalista asombrosa, el metal rutilante y sin errores, las maderas de embeleso, con el clarinete en su mejor minuto. Y los contrabajos a la izquierda firmando letras capitales mediante solemnísimos pizzicati. Sin necesidad de examen, se merecieron matrícula de honor. El 4 de septiembre, cuando del Festival ya sólo queden sus ecos, y un nuevo director esté pergeñando cómo emular al presente, se cumplirán exactamente 200 años del nacimiento de Bruckner. Entonces evocaremos noches como la del viernes, cuando su música además de servir para cumplir el compromiso del bicentenario, deleitó oídos y entusiasmó devociones. Pasará el verano, como la vida, y los jóvenes de la Gustav Mahler Jugendorchester egresarán camino de las mejores orquestas. Ah, el tiempo: ese pentagrama que no cesa. Pero siempre nos quedará la prosapia de Granada como anfitriona para orquestas de valía, siempre la música de un genio como Bruckner y, por muchos años, un Festival capaz de crear noches tan mágicas como esta.

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