El pianista impredecible
Andrés Molinari
Viernes, 5 de julio 2024, 16:57
Sir András Schiff es un pianista impredecible. Nunca sabemos qué obra concreta va a tocar, cada noche. En el programa de mano, sólo se nos ... indican los autores y no siempre en el orden en el que él los compagina. Nada importa, porque el misterio es deudo de la noche y la confianza un gozo para con los genios.
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Ama tanto a sus cuatro ídolos de la música que nos los ofrece precedidos de concisa e interesantísima didáctica y salpicados de un sentido del humor que sólo la madurez y la granazón consiguen, con esa llaneza con la que el pianista despierta risas y aplausos entre el muchísimo público que abarrotaba el Palacio de Carlos V, cuyos muros, acostumbrados a tantos pianos y a tan larga nómina de pianistas, parecían en éxtasis pétrea ante esa maravilla sonora que emergía de la góndola de charol, varada en el escenario y con un adiestrado arráez al mando.
El entusiasmo inicial fue con Bach, en un deleitoso paseo por Europa, desde Goldberg hasta las sicilianas. Pero luego Viena estaba por llegar a Granada en una noche de vuelos mágicos imaginados y de aleteos asombrosos de sus manos sobre el teclado. Una vez más quedó rubricada la portentosa maleabilidad del genio de Eisenach, cuya música luce como recién escrita en un piano con afinación romántica. Similar logro consigue András cuando instaura ecos de pianoforte al teclear, con toda minucia, lo que mil veces hemos escuchado del genio de Salzburgo. O esa sutil evocación del clave cuando interpreta las variaciones de Haydn.
Sus manos son trémulas caricias sobre lo blanquinegro, que van dibujando oleajes sin espesor de espumas y traslaciones sin agobios de ritmo. Un mínimo desajuste en la propina, seguramente causado por el cansancio y el afán vertido en la larga noche, no grisean en absoluto el brillo de un pianista tan impredecible como impecable.
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Con su parla casi musitada y trufada de italiano, el micrófono junto a los labios y el índice volatinero, con su levita negra y su reverencia al saludar, es innegable su parecido a un pontífice en audiencia. Pero su vicaría no procede de lo ignoto. András logra que lo humano parezca divino y que lo añejo se manifieste novísimo, como el tiempo mismo, como la pequeña brisa que alivió un poco el calor de la noche.
Un pianista tan impredecible en su recital como imprescindible en nuestro Festival.
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