Noche de color y calor para iniciar el ciclo sinfónico del Festival
La Orquesta Ciudad de Granada ofreció un buen concierto con su director honorífico Josep Pons, y el joven pianista sevillano Juan Pérez Floristán
Viernes, 17 de junio 2022, 00:52
Una noche de color para iniciar el ciclo sinfónico del Festival en el Palacio de Carlos V. Una noche de color proyectada por un programa ... centenares de veces escuchado en grabaciones de referencia como las de Karajan, el proscrito por voluntad propia Gergiev o Bernstein. El 'Preludio a la siesta de un fauno' de Debussy y Falla se pudo oír justo hace ahora diez años en una recordada versión con la Royal Philharmonic Orchestra y Charles Dutoit, invitado también este año al Festival. Y 'El pájaro de fuego' ha sido interpretado decenas de veces en Granada, la última en una versión para niños apenas hace cuatro años en el Isabel la Católica. A pesar de que conocemos las obras, el concierto de anoche tuvo un color distinto, quizá color esperanza como dice la canción, ya que tras la fase aguda de la pandemia, resistida con ahínco por esta cita anual granadina con la música y la danza que se convirtió en ejemplo para Europa y el mundo, por fin hemos podido disfrutar en el patio del emblemático palacio de una velada musical con aforo completo.
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La orquesta elegida, la nuestra. El director elegido, uno de los nuestros, por más que ahora desarrolle su labor lejos de Granada, aunque esté tan cerca en el corazón, como subrayó al recibir la Medalla del Festival de manos de Elena García de Paredes Falla. Y el solista, un sevillano al que hemos visto crecer musicalmente en Granada, desde que fuera invitado por el añorado Diego Martínez en su etapa como director del Festival. En los últimos años, tras ganar el Paloma O'Shea y el Premio Rubinstein, su carrera va lanzada. Ha debutado en el Carnegie Hall, le reclaman algunas de las más importantes orquestas europeas y, lo que es muy importante, domina a la perfección la obra que ejecutó anoche, ya que en los últimos tiempos la ha interpretado con la Orquesta Sinfónica de Galicia (con Erik Nielsen en la tarima) y con la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Sin duda, anoche sintió de forma muy especial el calor del público, ya que en sus dos comparecencias anteriores, en la primera –La Coruña– fue a sala vacía, y la segunda (Sevilla) con restricciones de aforo. Y mucho más cuando tenía la espinita clavada de haber cancelado el recital que debió interpretar en octubre de 2020 en el Auditorio Manuel de Falla. Por ello, todos –orquesta, director y solista– tenían buenas razones para que el concierto de anoche rayara a gran altura.
En el Palacio de Carlos V hacía mucho calor anoche, y aunque el aforo no estaba completamente lleno, se rozó el 'no hay billetes'. La indumentaria de la orquesta, correcta, de negro, en mangas de camisa, y la única chaqueta y corbata –gris perla– fue la de Pons. Otra cosa fue el solista, demasiado informal para un concierto de esta envergadura y en un festival como el de Granada.
La obra con la que se inició el concierto, el 'Preludio a la siesta de un fauno' de Stravinsky, es un auténtico torbellino de sensaciones desde su primer compás. Comienza tenuemente su aproximación a nuestro córtex cerebral para luego adueñarse de él y embelesarnos con el arpa. A partir de ahí, estamos deseando que la platea se llene de bailarines que interpreten la coreografía de Nijinsky, en su día polémica por las explícitas connotaciones sexuales de algunos de sus pasajes. El poder de evocación de la música de Stravinsky es indudable. Y tras el inicio, ese concierto de Ravel interpretado por la orquesta y Pérez Floristán, escrito para una persona con limitaciones físicas –el pianista Paul Wittgenstein, que había perdido el brazo derecho por una herida sufrida durante la I Guerra Mundial–, pero que el sevillano domina como si fuera el mismísimo intérprete austríaco. El diálogo entre metales y piano permite el lucimiento del solista, y el 'tempo' (lento, allegro, lento), mantiene al espectador en vilo. Un 'Preludio' de Debussy fue el regalo de Floristán.
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En la segunda parte, el monumental 'El pájaro de fuego' de Stravinsky sirvió para culminar una noche que fue un digno inicio para el ciclo sinfónico del Festival, con una orquesta que se mostró inspirada en todo momento y que aún tiene que darnos muchas alegrías en esta septuagésimo primera edición. Además, el concierto vino acompañado de anécdota, ya que el equipo técnico tuvo que calzar el podio de Pons, que cojeaba, al inicio de la segunda parte. Hubo aplausos también para el esforzado técnico, que en apenas un minuto consiguió equilibrar la tarima. También hubo tiempo para la broma en torno a los 'lugares comunes' que suelen acompañar a los catalanes, como su cicatería, ejemplificada en la presunta alergia del de Puig-Reig a ofrecer bises, contada por este en su parlamento tras agradecer la concesión de la medalla. En resumen, buena música interpretada por viejos y jóvenes conocidos.
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