En un escenario tan íntimo como el Patio de los Arrayanes de la Alhambra el Festival Internacional de Música y Danza ofrece esta noche un ... concierto de la soprano norteamericana Sondra Radvanovsky, acompañada al piano de Anthony Manoly, con un amplio programa centrado en el amor y obras que abarcan desde el siglo XVII al XX. Arias de «Dido y Eneas» de Purcell, de «Julio César en Egipto» de Händel, junto a otras de Liszt, Rajmáninov, Giordano o el contemporáneo Jake Heggie integran el repertorio, que se completa con cuatro canciones de heredero del sinfonismo alemán Richard Strauss, que es el que motiva hoy la redacción de este artículo.
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No se trata tan solo de un gran compositor. Glenn Gould, el genio pianístico de la interpretación y de la excentricidad, dijo de él que era la figura musical más grande que había vivido en el siglo XX y tenía buenas razones para decirlo y muchos para compartirlo. Toda la obra de Strauss es grande: sus sinfonías, sus poemas sinfónicos, sus óperas y sus ciclos de canciones, pero hay dos que particularmente me conmueven. Una, la «Eine Alpensinfonie» o sinfonía de las montañas, escrita en 1915, una obra gigante por su ambición, estructura y requerimientos orquestales. Nunca, que yo recuerde, la hemos podido oír en Granada, aunque sí cerca, en el patio del Hospital de Santiago de Úbeda, en la noche memorable del 18 de mayo de 2019, en la que la tormenta exterior casi suplanta a la creada por la orquesta sinfónica de RTVE, dirigida por nuestro añorado paisano Miguel Ángel Gómez Martínez. La otra son los «Vier letzte Lieder», los cuatro últimos lieder que compuso en 1948, poco antes de morir y que no pudo oír, al menos en concierto, que constituyen su testamento musical y que afortunadamente hemos podido disfrutar repetidas veces en Granada.
No forman parte del recital de esta noche, que integra otras cuatro canciones pertenecientes a diferentes ciclos del maestro alemán: Extraño, Liberado, Mañana y Secreta invitación. Dos de ellas, «Morgen!» y «Heimliche Aufforderung» forman parte del opus 27 cuyos cuatro lieder están también entre lo más emocionante de la producción del autor. Inevitablemente, al llegar aquí uno tiene que recordar a otro grandísimo icono de la lírica, la también norteamericana Jessye Norman, interpretando en 1978 de manera insuperable «Morgen!» en este mismo escenario, en la primera de sus visitas a Granada. Una emoción que se multiplica al comprobar que se han cumplido ahora cien años del momento en que Richard Strauss estuvo en Granada, se alojó en el hotel Palace y visitó la Alhambra.
Lo sabemos por una escueta noticia que el domingo 22 de febrero de 1925 publicó El Defensor de Granada en su página dos, informando que anoche, el sábado 21, había llegado en el rápido de Madrid el ilustre compositor, acompañado de su hija y de su hijo y que se hospedarían en el hotel Alhambra Palace. Como el compositor solo tuvo un hijo, Franz, nacido en 1897, hemos de suponer que quien le acompañaba era la esposa de éste, Alice von Grab. Nada se dice de la soprano Pauline de Ahma, su mujer, destinataria de buena parte de sus canciones, que, seguramente, no le acompañó en aquel viaje. Su reciente dimisión al frente de la ópera de Viena le permitió una pequeña gira en España y una breve excursión puramente turística a Granada. El mismo día de la llegada de Strauss se había inaugurado el tranvía de Sierra Nevada, compartiendo ambas noticias la primera página de los periódicos dominicales.
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Más explícita es la información que inserta en la primera página del mismo día La Publicidad que, en un artículo que titula «Strauss en Granada», no ahorra elogios para el compositor: «Ricardo Strauss, el eminente compositor alemán que ocupa el primer puesto entre los músicos contemporáneos, uno de los hombres más ilustres de Europa, llegó anoche a Granada y honra con su presencia nuestra ciudad. El nombre de Strauss es sobradamente conocido del público culto granadino que se deleitó numerosas veces escuchando la obra, inflamada por la chispa del genio, de este hombre extraordinario, el más profundo y completo de los músicos modernos». Confía La Publicidad en que « el ilustre autor de Salomé, encontrará, seguramente, en las bellezas de nuestra ciudad motivos que inflamen su fecunda inspiración». Sabemos, también, que en la estación fue recibido por el delegado de la Asociación de Cultura Musical, Felipe Granizo, quien en nombre de la ciudad y de los numerosos asociados lo cumplimentó y le deseó una gratísima estancia en Granada.
El mismo día de la llegada de Strauss a Granada la Asociación de Cultura Musical había celebrado en el teatro Cervantes la clausura de su temporada de conciertos a cargo del violoncelista Alejandro Barjausky y del pianista Herman Franz Wagner, que interpretaron obras de Beethoven, Ariosti, Luly, Listz, Chopín y Dvorak. Obviamente Strauss no asistió a aquel concierto, aunque es posible que los intérpretes y el compositor viajaran a Granada en el mismo tren y que la estancia de Granizo en la estación estuviera más relacionada con recibir a los intérpretes que al compositor que, por otra parte, realizó un viaje extremadamente discreto.
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No firmó en el libro de visitas a la Alhambra. No consta que saludara a Manuel de Falla, residente a cincuenta metros del lugar donde se alojó, que seguramente se encontraba ya en Granada tras dirigir el 9 de febrero el estreno de «Psyché» en el Palau de la Música de Barcelona a cargo de la Orquesta Bética de Cámara. No me consta que se conocieran, aunque Falla le había visto en París dirigiendo alguna de sus obras, pero sí que ambos se interesaron por una figura tan señera de la literatura española como Don Quijote, mucho antes el alemán (1896) que el español (1923). Tampoco sabemos cuando partió ni hacia donde. Sí, cuenta La Publicidad, que en Madrid había visitado el Teatro Real y había acordado dirigir en el mismo un concierto que debería tener lugar el 6 de marzo. Otra fuente dice que ese mismo mes tenía comprometido otro concierto en el Liceo, así que su viaje a Granada fue un breve paréntesis de su estancia madrileña, del que no quedó evocación alguna en ninguna de sus siguientes obras, algo que no ocurrió con otros grandes compositores de la época que escribieron sobre los encantos de Granada sin haberla visitado. Al propio Falla le pasó eso con algunas de sus primeras obras como «La vida breve» (1905) y «En el Generalife» (1913-14), escritas antes de conocer la ciudad (1915).
En cualquier caso, y aunque hubiera sido deseable una mayor presencia de la obra de Strauss en la programación de este año, siempre realmente lo es, su espíritu envolverá esta noche la atmósfera de los Arrayanes durante un cuarto de hora al menos y derramará por los jardines de la Alhambra esa «inmensa y dulce paz» que tan maravillosa y emocionadamente describió en su despedida musical y vital.
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