Grande, inmenso Schubert. Genial compositor acompañado siempre por la desgracia y por la incomprensión de buena parte de sus conciudadanos. Enorme y gigantesco compositor, músico ... de una pieza que tuvo además la desgracia de no escuchar nunca buena parte de su obra. Schubert parece que es mejor saboreado en un lugar tan propicio como es el patio de los mármoles del Hospital Real, donde hemos tenido la fortuna de escuchar a un buen barítono, a un joven barítono que une las sensibilidades musicales alemanas y rusas en su biografía y en su curriculum. Y junto a él, no hay que olvidarlo, un pianista excelente que supo ahondar en la dimensión musical de Schubert, que supo entender el papel relevante que el compositor austriaco da al piano y que fue el gran colaborador del cantante. Una simbiosis, una unión, un entendimiento que nos llevó a saborear al mejor Schubert en la muy calurosa tarde-noche del patio de los Mármoles. Para no olvidar.
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El barítono Konstantin Krimmel y el pianista Daniel Heide nos aproximaron al Schubert eterno y también al Schubert cercano a su temprana muerte. Y nos dieron toda la inmensa dimensión del compositor. Y nos hicieron saborear uno de los mejores recitales de los últimos tiempos. Ahí nos lo había programado Antonio Moral, casi sin que nos diésemos cuenta, y resulta que pudimos saborear la mejor música, los mejores lieder, las mejores canciones de quien consiguió con ellas los más altos logros. Dividido el recital en tres grandes bloques relacionados con los poetas autores de los textos. Así el primero se basa en los poemas de Relistab, el segundo en los de Johann Gabriel Seidl y el último bloque en los del gran Heine. Todos ellos rezuman belleza y sensibilidad. Todos ellos son un prodigio de composición musical, aprovechando las grandes posibilidades que ofrece la voz humana para hacernos degustar toda la intensidad de la poesía que se desprende de los textos y que Schubert infunde una nueva vida con el milagro de su música.
Ha sido Krimmel el afortunado intérprete que ha sabido acercarnos de manera magistral al maravilloso mundo de Schubert. Su voz bien timbrada, su capacidad de transmisión, su elegancia en el fraseo, su seguridad en los pasajes más comprometidos, todo ello ha contribuído a crear ese clima de complicidad – pianista, cantante, público y compositor- que es muy difícil de conseguir y que él ha logrado de forma brillante con la colaboración del pianista Heide.
¿Lo mejor? Todo. Cualquier momento, cualquier instante. Ese saber desgranar toda la gama de sentimientos que afloran en las canciones de Schubert, desgranarlas y ofrecérselas a un público entregado para que las saboree, para que las interiorice, para que las haga suyas. Así ha sido este hermoso recital. Así han triunfado sus intérpretes. Así - ¿por qué no? – hemos soñado a Schubert.
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