Viernes noche; día de San Fermín; luna menguante en su cuarto día; Auditorio Municipal La Chumbera; Jorge Pardo en formato de trío; lleno absoluto; expectación ... a la par. No es para menos. Jorge Pardo pasa por ser el referente de los vientos en el flamenco, el único, el inigualable. Su corazón se parte entre el flamenco y el jazz. En 2013 fue reconocido como el Mejor Músico Europeo del Jazz. Del flamenco toma la esencia, el compás y el tiempo; del jazz concede la improvisación, la coda, el discurso personal. Jorge Pardo reivindica la fortuna del hallazgo, el momento y la complicidad. Por eso, desde el sexteto de Paco de Lucía (quizá desde antes), busca, encuentra, ofrece, músicos con los que dialogar. Se presenta en La Chumbera con el guitarrista de Estepona Dani Casares (él solo un espectáculo) y con el percusionista gaditano Adri Trujillo, que hace latir la noche. Podían ser otros músicos, pero se alinearon los astros alrededor de este bohemio, soñador y versátil. Por él no pasa el tiempo. Tiene más música en la cabeza que la que declara. Es tranquilo, es valiente y es respetuoso con su público y con su gente, que les brinda el espacio preceptivo, pasando él a la sombra. Y secundando quizás con las palmas.
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El esquema es el siguiente: Dani hace una introducción, más o menos generosa; Adri se le une prontamente; y, cuando Jorge coge las riendas, guitarra y percusión se convierten en la base; para terminar, tras un cuerpo de libertad improvisada e individualismos virtuosos, con un levantamiento ensayado. Así, una guajira, con aire de Cádiz, abre la noche. Pardo comienza con el saxo (único momento que lo emplea), remedando la voz. Tanto el saxofón como la flauta se acercan al cante, de manera que la letra, incluso el cantaor que la interpreta, nos viene a las mientes. Con la travesera ya el resto del concierto, propuso el bucólico y bello tema 'endless' ('Sin fin'), del multiinstrumentista estadounidense Michael Leage de la banda Snarky Puppie, que, con la Alhambra de telón de fondo, nos trasmitió su espíritu. Continuó el concierto por alegrías, en la que se definió un Casares rotundo, una de las guitarras del momento. Tanto que en mitad de la pieza sonó una espontánea y merecida ovación que, por otra parte, es muy de la dinámica del jazz y de los fandangos naturales en el flamenco.
Jorge Pardo, a estas alturas, se queda solo con su travesera a boca de escenario, paseando sin microfonía, e improvisando sones que solo su pensamiento sabe ponerle nombres; para seguidamente darle la alternativa a Dani, arropado por Adri, para que nos brinde una rica y variada bulería, con un guiño a Paco y un final vertiginoso, que fue largamente aplaudido. Termina el recital con un recuerdo a Camarón (con el que colaboró «siendo muy jovencito»). Fueron los conocidos tangos 'Rosa María', con los que Jorge hace una lectura muy personal, muy de Pardo. Para el bis, después de los vítores, invitó a las tablas a dos cantaores allí presentes para que se manifestaran por bulerías: María 'la Monica', de Chiclana, y el madrileño Enrique 'el Piculabe', que actuaba acto seguido en el tablao La Soleá, donde supuestamente convendrían todos los músicos.
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