Eduardo Fernández, durante el recital. Ramón L. Pérez

Eduardo Fernández regala un gran comienzo del ciclo Beethoven-Liszt

El joven pianista ofrece una magnífica interpretación de las sinfonías número 4 y 6

josé antonio lacárcel

Sábado, 11 de julio 2020, 01:11

En la calurosísima noche de ayer, en el bonito marco del Corral del Carbón, se inició la serie de recitales de piano que unen los ... dos grandes nombres de Beethoven y Liszt, en la formidable tarea que emprendió el gran músico húngaro al trasladar al piano las nueve sinfonías de Beethoven. Un reto espectacular que tuvo la espectacular respuesta que hoy todos conocemos y que, en esta ocasión, el Festival nos brinda la oportunidad de escuchar tan interesante maridaje. Se advierte el profundo conocimiento de la obra beethoveniana que tenía Liszt y su capacidad para conseguir que el piano llegara a transformarse en una orquesta. No es una simple reducción, como tantas se han hecho con criterios muy lógicos en el XIX y principios del XX, para propiciar el acercamiento y conocimiento de la gran música, haciéndola asequible a muchísimas personas.

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Hoy nos parece algo insólito, acostumbrados como estamos a los milagros de la técnica, que hace que en nuestra propia casa podamos escuchar las mejores versiones de la historia. Pero entonces... Y ya he hecho referencia a que Liszt no hace una transcripción, una reducción, sino que elabora todo un trabajo excepcional que hace que el Beethoven sinfónico pueda ser perfectamente expresado gracias a la genialidad de Liszt que se pone al servicio del genio de Bonn.

El joven y brillante pianista Eduardo Fernández ha sido el feliz intérprete de las sinfonías nº 4 y la nº 6 Pastoral, dos buenas muestras para poner a prueba a un intérprete. Dos momentos diferentes pero que parecen estar unidos por una idea de placidez, de paz interior, que parece aflorar en estas creaciones de Beethoven. Sin duda alguna la Sinfonía nº 4 no es de las más conocidas del compositor y la verdad es que es una soberana injusticia porque es de una belleza y de una calidad absolutas. Leí una vez un comentario en el que se hablaba de que esta sinfonía, la 4ª, es algo así como una delicada y deliciosa creación en medio de dos grandes colosos, como son las Sinfonías Tercera y Quinta.

Y en efecto, estamos ante una obra deliciosa, de una gran belleza, una obra que tiene un hálito especial de delicadeza, un suave encanto que no está reñido con la robustez de la obra beethoveniana. El primer movimiento ha sido bien entendido por Eduardo Fernández que ha sabido delimitar con acierto los claros contrastes que aparecen en la obra y que ha sabido valorar toda la expresividad que las dinámicas tienen en este primer movimiento, con ese comienzo en adagio que va a cambiar pronto en un allegro vivace, lleno de energía y, al mismo tiempo, delicadeza. En el segundo movimiento, adagio – para mí una de las más bellas páginas de Beethoven– el pianista se ha entregado a ese derroche lírico, muy contenido, que aparece tanto en la versión orquestal como en el trabajo de Liszt. Ha sido una versión limpia y convincente que se ha completado con los dos movimientos restantes, donde los contrastes están presentes otra vez en el allegro con la inclusión del trío, tan cargada de expresividad. Y el final, brillante, que requería la fuerza interpretativa que ha sabido ofrecer Eduardo Fernández.

Y la Sexta Sinfonía. Qué decir de esta maravilla y de la versión de Liszt. Complicado trabajo para el pianista que Eduardo Fernández ha sabido superar con brillantez, con ese juego de sonoridades en las que el piano asume la fuerza y la sensibilidad de la orquesta. Ha entendido muy bien el intérprete lo que requería esta obra y ha puesto todo el entusiasmo y el esfuerzo, logrando un merecido éxito.

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