La otra dimensión
JORGE FERNÁNDEZ BUSTOS
Sábado, 2 de julio 2022, 00:14
Por increíble que parezca, a Mayte Martín le traicionó puntualmente la voz en el Palacio de Carlos V, el jueves, último día del mes de ... junio, dentro del Festival de Música y Danza, en que presentó su obra 'Déjà Vu'. Fue en los Campanilleros, haciendo un recordatorio a la Niña de la Puebla. Fue el desliz, debido a la emoción más que a los nervios, que la hace humana dentro de su divina perfección, dentro de su dulzura y de su absoluta afinación, aun estirando el cante hasta lo indecible. Facundo Cabral distinguía: «Cantante es el que puede, cantor es el que debe». Así Mayte es la cantora imprescindible que une el flamenco con el más allá, que roza fidedignamente la otra dimensión.
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Déjà Vu es la sensación de haber pasado con anterioridad por una situación que se está produciendo por primera vez. Por primera y única vez, añadiría. La entrega de la catalana siempre es singular y definitiva; ni tiene principio ni tiene fin; descansa en una nube, en esa niebla que se evade y solo deja huella en los sentidos de quienes asisten a sus recitales.
Mayte no tiene prisa. Mayte mece el cante con la necesaria parsimonia que acaricia por dentro. Mayte, más que decir, más que cantar, acaricia los versos y los expande para abrazar a su público, a sus seguidores, a sus incondicionales. Está tan segura de sí que ralentiza el cante, guardando silencios de tensos segundos, que da cuartel a sus músicos (gran banda) para que taraceen los momentos y así tejen las guitarras de Paco Cruzado y José Tomás; el violín de Marta Cardona; el contrabajo de Miguel Ángel Cordero; y la percusión de David Domínguez. Un quinteto, más que de lujo, a medida de la excelencia compartida.
Tras los Campanilleros, con un generoso principio a capela, comenzó el momento de recordar. El primer tema de este 'déjà vu' fueron las peteneras, que inmortalizó la Niña de los Peines, que la cantora ya incluyera en su segundo trabajo, 'Querencia' (2000), donde el violín comenzó a imponer un protagonismo que no abandonó en toda la noche. Del mismo disco sonó la vidalita de Juanito Valderrama. Las seguiriyas, dentro del desgarro, fueron dulces, supremas y valientes; y los tangos, de Granada, introducidos con aire de zambra (lo que puede que sea inseparable), asaz agradecidos.
Sin dejar 'Querencia', descargó su primer surco como un caudal. Un trabajado toque de percusión, dio paso a 'Ten cuidao', de Rafael de León y el maestro Solano, donde Mayte comenzó por así decirlo su acercamiento al amor (o al desamor) por bulerías. Un autoexamen que continuó con la composición propia 'Zafiro y Luna', también por fiesta, que incluyó en 'Muy frágil' (1995), a la que también pertenecían las alegrías 'Navega sola', que se han convertido en todo un clásico. Con 'Inténtalo encontrar', que compuso junto a José Luis Montón, regresó a 'Querencia', para homenajear seguidamente a Manuel Pareja Obregón con una mezcolanza de sevillanas para escuchar.
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Acabó el recital (delicado, fibroso, estremecedor) con la 'Milonga del solitario', pieza original del argentino universal Atahualpa Yupanqui, aunque antes de irse, la cantora besó a sus músicos e hizo entrega de dos joyas: 'S.O.S.', que cierra su primer disco y 'El lenguaje de las flores', dignificando una vez más a Morente, a Lorca y a Granada.
Déjà Vu es el recuerdo, pero no con la nostalgia de lo perdido, sino con la seguridad de quien aprieta las tuercas, sabiéndose más personal y reflexiva, con mayores registros y cualidades, si cabe. Y, desde luego, la mochila tan cargada que solo trasmite verdad.
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