Christoph Eschenbach dirige a la Orquesta de RTVE en el Palacio de Carlos V. Fermín Rodríguez

Un Bruckner para el recuerdo

José Antonio Lacárcel

Martes, 18 de junio 2024, 00:17

Segunda cita con Bruckner en este doscientos aniversario de su nacimiento. Segunda cita sinfónica en el Palacio de Carlos V en una edición del Festival ... que viene dominada en parte por esta efemérides que da un merecido protagonismo al compositor austriaco, no siempre suficientemente valorado, a pesar de su gran calidad, de su riqueza expresiva, de su brillante capacidad para orquestar. En parte puede que estemos heredando inconscientemente la posición del temible y muy discutible Hanslick, declarado detractor de Anton Bruckner al que hizo objeto de muchos ataques no siempre justificados.

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Vuelvo a insistir, no sabemos exactamente ese despego que ha habido durante demasiado tiempo hacia la creación sinfónica de Bruckner aunque es bien cierto que llega un momento, en el pasado siglo XX, en que se empieza a hacer justicia con la producción sinfónica de un compositor tan importante y que siempre vaciló demasiado y cometió quizá el error de hacer caso de las críticas que suscitaban sus obras.

Esa inseguridad no se advierte en la Sinfonía 7ª, principal protagonista en la noche del domingo. El programa era suficientemente atractivo con preponderancia vienesa ya que se iniciaba con la Sinfonía Linz de Mozart y se completaba con la larga y brillante Sinfonía de Bruckner. En el escenario una orquesta, la de RTVE, bastante ligada a la historia de nuestro Festival y en el podio el reencuentro con un indudable triunfador de otras ediciones: Christoph Eschenbach.

Y mereció la pena. Una vez más Eschenbach se alzó como indiscutible triunfador de la noche. Si ya se revalidaban sus otras exitosas actuaciones al dirigir la sinfonía mozartiana, es bien cierto que donde alcanzó una enorme brillantez, una calidad interpretativa que es habitual en él y que llega rápidamente al público, fue en Bruckner por su sinceridad re-creadora, por su inteligente lectura de una partitura densa y difícil pero que abre infinitas posibilidades y que el director alemán supo diseccionar, interpretar y hacerla llegar al aficionado de manera irreprochable.

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Su seguridad, su autoridad en el podio, esa complicidad que se crea con la orquesta que está a sus órdenes, ese ahondar en el espíritu del compositor, todo ello se alía para que el público pueda –podamos– disfrutar de una interpretación histórica. A sus órdenes la ORTVE fue un instrumento dócil, disciplinado y eminentemente colaborador. Se produjo el necesario, el deseable encuentro entre orquesta y director y el resultado fue espectacular. Sabia utilización de los planos sonoros en todo momento, hacer vibrar, respirar, a cada familia instrumental que conseguía alcanzar un legítimo protagonismo.

Así es como pudimos escuchar a un Bruckner mucho más cercano, gracias al esfuerzo de una orquesta en estado de gracia y sobre todo, a la inteligencia, a la maestría de un director que no fue nunca rutinario ni poco exigente, sino que desplegó todos sus conocimientos, todo su talento y todo su arte. Desde el gesto, sobrio pero firme, eficaz, seguro. Hasta esas matizaciones llenas de verdad y de talento. Ese juego de dinámicas administrado sabiamente, ese cuidado especial en que se pudiera advertir toda la riqueza tímbrica que la partitura exigía, lo que logró plenamente.

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Y la orquesta se entregó con generosidad, sin la menor reserva. Vibrante, segura y con hermoso sonido toda la cuerda. La madera satisfizo al más exigente. Destacaría la brillante y segura actuación de la solista de flauta y la del clarinete. No solamente espléndidos, seguros, sino dotados de una total musicalidad. En cuanto a los metales estuvieron brillantes en todo momento. Los trombones tuvieron una gran actuación. Espléndidas las tubas wagnerianas, las trompas, trompetas. Todo el metal contribuyó al gran éxito de la noche donde no podemos dejar en el olvido la seguridad y firmeza de los percusionistas.

Eschenbach supo ofrecernos ese Bruckner lleno de melancolía, de una exquisita belleza melódica. Y ese otro Bruckner formidable en la creación del sonido, exuberante, como homenaje a su admirado Wagner. En fin, una versión para el recuerdo.

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La primera parte estuvo constituída por la Sinfonía 36 Linz, de Mozart. Eschenbach hizo una hermosa lectura de esta bella obra, interpretada con rigor pero dotándola de alma, de sentimiento, de verdadero espíritu mozartiano.

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