Crítica

Brahms, en buenas manos

El granadino Heras Casado no necesitó batuta para dirigir con acierto la música del hamburgués

Andrés Molinari

Domingo, 13 de julio 2025, 13:19

Entre dos redobles de timbal discurre el primer concierto para piano y orquesta de Johannes Brahms, cuyos últimos retroques le fueron dados, por el compositor ... de Hamburgo, hace ahora 270 años. Una vez más, el pasado se hizo rutilante presente en el Palacio de Carlos V de la Alhambra, gracias a ese timbal insistente de la Orquesta Sinfónica SWR Stuttgart, esta vez dirigida por el granadino Pablo Heras-Casado, en su primera noche como sustituto de oro al frente del conjunto.

Publicidad

Un juego de ocultaciones acertó a anteponer, a nuestra vista del director, esa gran góndola de azabache brillante, que con su boca de fino labio entreabierta, sería el protagonista de la primera parte de la velada musical. Frente a su teclado un pianista de la nueva escuela llamado Alexandre Kantorow, ajeno a divismos de casa de discos y desdeñoso de minucias que buscan más egocentrismos de arrogancia que deleites emanados de compartir sabiduría y amigar sentimientos.

Pianista hacedor y verboso, con la mano en garra para que el repique llegue hasta la osamenta del instrumento, y luego una caricia sin pausa para que las teclas sientan bajo sus dedos algo parecido a lo que nuestros oídos apreciaron ante tan diestro intérprete. La orquesta, con algún fallo en las trompas, se limitó a acompañar, con más frialdad que arropo, pero al menos permitiéndole al pianista explayarse en los tenues soliloquios del segundo tiempo.

Y para que Alemania brillase sus cuatro puntos cardinales, el pianista completó su interpretación del hamburgués, acompañado por la orquesta de Stuttgart, con una preciosa propina: un idilio de Wagner, el compositor nacido en Leipzig y recordado cada verano en Bayreuth.

Publicidad

La más cinematográfica

No pude sustraerme al recuerdo. A contemplar a Heras-Casado, todo ímpetu, todo vehemencia, dirigir la primera sinfonía de Brahms, me pareció ver a Charlton Heston, prisionero en la segunda guerra mundial, dirigiendo esta música, igualmente arrebatada, ante Maximilian Schell haciendo de un melómano general nazi, en aquella película titulada 'Una tumba al amanecer (Counterpoint)' realizada en 1967 por Ralph Nelson.

Porque decenas de cineastas han visto en esta obra, en do menor, la mayor cantera musical para ilustrar sus películas, como quedó patente en la interpretación, más teatral que meticulosa, de la Orquesta de Stuttgart en Granada.

Publicidad

Tenemos la suerte de conocer lo anterior y lo posterior a Brahms. Antes fueron Mozart y Beethoven. Este último, con su novena, atemorizó tanto al hamburgués que Johannes tardó años en hilvanar esta su primera sinfonía. Después vendrían Mahler y la hipertrofia de la orquesta hasta límites casi circenses. Aquí no. No hay platillos, ni triángulos, ni cajas templadas o destempladas. Tal vez por eso Heras-Casado dejó a un lado la batuta y dirigió con sus manos como aves didácticas y su expresión como subrayado de cada pentagrama.

Su figura juncal y de fina elegancia fue punteado, uno a uno, el pulcro catálogo de temas musicales de esta sinfonía. Brioso en los allegros, apolíneo en los andantes, aquilino de brazos abiertos en las repeticiones.

Publicidad

La orquesta sin destacar en nada especialmente. Las maderas en breve lucimiento, el metal foráneo de camaradería para con sus compañeros y el empaste por momentos algo esquivo.

Dos Pablos en la noche y dos aciertos en la víspera del colofón: Pablo Heras-Casado, desde el podio de palacio, y Paolo Pinamonti desde la palestra del Festival. Y la B de Brahms, también por partida doble, para el broche del septuagésimo cuatro Festival de Granada. Nada será el futuro sin una esmerada exaltación del pasado, interpretado, vivido y escuchado cada noche por los hombres del presente.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad