Pierre Hantaï, durante el ensayo previo al espectáculo. Fermín Rodríguez

La aparente fragilidad del clave

Andrés Molinari

Domingo, 9 de julio 2023, 23:51

Este año el Festival está echando el resto con la música de tecla. En su programa menudean por doquier el piano, unas veces solo y ... otras taraceado con la orquesta, el clave, el órgano… Ayer domingo salieron a escena estos dos últimos instrumentos, tan parecidos de teclado y tan diferentes de enjundia, protagonizando respectivamente la mañana y la tarde. Bach es inacabable, inabarcable, inconmensurable. Siempre se encuentran hojas sueltas, anotaciones, cuadernos, transcripciones que propician un concierto a mitad de camino entre la sorpresa de lo nuevo y la complacencia en el familiar sonido de la familia Bach. Pierre Hantaï, en la sala B del Auditorio, hojeó algunas de esas partituras, que los musicólogos se complacen en localizar, fechar y explicar, pero que al oyente matinal, parte de esa retórica le trae al pairo, porque lo que importa es la nebulosa Bach, orillando si contemplamos supernovas o enanas blancas, páginas para la imprenta o notas para su hijo o una de sus esposas.

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El clavecinista parisino, desdeñando, desacertadamente, su francés natal, usó el inglés para comentarle al público asistente unos cuantos detalles y un par de anécdotas sobre las obras que interpretaba y los dos instrumentos emparejados en el escenario. Aunque, para muchos, Bach es un fenómeno tan inexplicable en la historia que su música no necesita notas a pie de página, hay intérpretes locuaces que se sienten mejor si espolvorean su versión con algo de didáctica.

Asimismo existen intérpretes que se aprenden de memoria a Bach, por ejemplo las variaciones Goldberg escuchadas aquí mismo, en este auditorio Manuel de Falla, hace unos días. Y hay otros que prefieren leer las partituras, algunas de ellas en la histórica transcripción de Gustav Leonhardt. Pierre es de los segundos. Pone sobre los atriles su carpeta escolar de anillas, también ajada por el uso, ahíta de fundas de plástico llenas de partituras, y va hojeándolas con cierto desorden, creando un turbión de buena música que, al final, es lo que interesa.

Si realmente la música escuchada fue compuesta para deleite hogareño y docencia paterno filial, es inevitable sentir un punto de reparo al romper la intimidad de la familia Bach y acceder a su sala de estar. Pero la belleza parece hecha para ser vista: toda flor se abre un día y el universo no oculta su grandeza ante el gran telescopio. Dejando a un lado minucias, Hantaï es un bachiano completo. Calvero de sus infinitas melodías y sus perennes ritmos. Sus manos un aleteo trémulo, su tacto una caricia sin cursilería, su estilo un viaje hacia lo impecable.

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El clave, los claves, indiferentes a estilos de quien los teclea y a locuacidades ante su liviana estampa, sigue siendo la mejor conexión de nuestras almas con ese jirón de eternidad al que llamamos Johann Sebastian Bach.

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