Una voz desmesurada
La cantante Dulce Pontes emociona al público del Falla en el concierto de clausura del Festival de la Guitarra de Granada
Domingo, 9 de agosto 2020, 01:43
La voz desaforada de Dulce Pontes se tatuó en la memoria de una generación que ahora bordea la cuarentena. La culpa la tuvo una película ... de suspense de esas que provocaban colas kilométricas en los cines en los noventa, 'Las dos caras de la verdad', con Richard Gere y un Edward Norton deslumbrante. Ahí estaba 'Canção do mar', quizá la canción portuguesa que más veces ha dado la vuelta al mundo. Anoche, como no podía ser de otra forma, se cumplió el guion y sonó en el broche, tras una hora y media de vaivenes estilísticos metabolizados, implicando al público del Auditorio Manuel de Falla en la clausura del Festival de la Guitarra de Granada. Lo que antaño supuso una valiente ruptura con la ortodoxia de la tradición del fado se convirtió, hace unas horas, en un coro triunfal de cuerdas digno de estadio. «¡Qué bonito cantas!», le respondieron desde la primera fila.
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Dulce Pontes también se anticipó dos décadas y media a Salvador Sobral en lo de darse a conocer en Eurovisión procediendo de Portugal. Y así como este se desliga de aquel espejismo por la vía del jazz, la diva de Montijo, distrito de Setúbal, pisó el acelerador del éxito internacional en 1993 con 'Lágrimas'. Ahí figuraba 'Canção do mar' y desde entonces asentó varias de las claves de su concierto granadino de anoche: el idilio con Brasil, su orgullosa reivindicación de la fadista suprema, Amália Rodrigues, además de la oportuna revisión de su trabajo con un gigante recién desaparecido, Ennio Morricone.
Impecable en sus discos, excesiva en directo, Dulce Pontes ofreció anoche en Granada una cucharada de cada uno de los registros expresivos en los que se vuelca hasta vaciarse. La intérprete manierista sentada al piano. La renovadora del folclore y el fado. La turista que, en un perfecto castellano, visita una de las joyas de Manuel Alejandro ('Procuro olvidarte). Y, desde luego, la gran señora de 'new age' más brumosa. La voz fue, por supuesto, la protagonista altiva del recital con el que volvía a la tierra de su querida Estrella Morente.
Su cara más académica
Pontes entró en escena mostrando su cara más académica, posada ante el piano para entonar en el segundo envite el 'Pequeño vals vienés', tan interiorizado en esta tierra, con el chelo cómplice de Davide Zacaría. Un caramelo infalible para abrir boca. La formación incluye instrumentos fadistas, con la guitarra portuguesa de Luís Guerreiro ocupando un lugar estelar. Guerreiro está considerado el mejor guitarrista del país vecino. El contrapunto jugoso lo aporta el contrabajista cubano Yelsy Heredia, director musical del espectáculo y vocalista puntual durante la velada (ay, esos guiños a Compay).
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La soledad ante el piano le permitió abrir desde su lado más íntimo, muy de salón casero y de andar descalza. La portuguesa continuó con una de sus piezas más populares, 'Ondeia', antes de levantarse, agarrar el micro y hacer del escenario un foco de catarsis en el que se permite la danza como bálsamo. De Portugal a Brasil y de Brasil a Portugal, en una ida y vuelta que refunda la tradición atlántica. Tras cantar 'Prece' se le escapa una exclamación espontánea: «¡Viva Amália Rodrigues!». Luego invita a los presentes a adentrarse en el universo de una fiera de vida corta e intensa que, deduce en voz alta, ignora el público español. Se trata de Elis Regina (muy sentida su interpretación de 'Fascinação'. En la otra orilla, con la colorida 'Marambaia', aflora ese swing carioca tan de Regina, el 'balanço'. Y de la gravedad siniestra de 'Agnus sei' a la vitalidad danzarina 'O que é que a baiana tem'.
El momento para la lágrima fácil llegó con el tema central de 'Cinema Paradiso', de Morricone, un titán con el que ha compartido grabaciones durante más de tres lustros. El compositor italiano decía que la música le había salvado de la guerra y del hambre. Superada ya la barrera de los 50 años y las tres décadas sobre las tablas, Dulce Pontes lleva a gala batallón escénico, con sus criticados alardes vocales para bien y para mal. En Granada se mostró épica y acrobática. Una artista multitímbrica que se gusta en su capacidad para interpretar canciones de mil maneras distintas. Ella, enfática, lo busca: reinventarse cada vez que entona un clásico del repertorio. La mesura no es lo suyo.
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Dramatismo irrefrenable
Entre las cantantes punteras de Portugal que hacen acopio de aplausos en España hay un denominador común: el dramatismo irrefrenable. Ocurre con Mariza, en su hipergestualizada crónica sentimental a flor de piel. Hay una nueva reina del fado, sobrecogedora, que Ana Moura. Y en un capítulo aparte se halla la enlutada Lina, cual junto al espectral piano de Raül 'Refree'. Todas parten de Amália Rodrigues y cada una aporta su personalidad. Dulce Pontes, con su canción contemporánea de cámara de fronteras difusas, parece inaprensible a las definiciones.
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