El Espárrago más sonoro toma cuerpo en una gran exposición conmemorativa

Lo demás es historia. Historia que cobra vida en la exposición 'Espárrago Rock: a contrapelo', que puede visitarse en el crucero bajo del Hospital Real hasta el próximo 9 de mayo. A lo largo y ancho de más de 500 piezas, que incluyen desde entradas únicas –alguna incluso falsa– de apenas 20 centímetros cuadrados hasta 'hierros' para soportar un escenario, el visitante que vivió aquello va a sentir nostalgia por lo vivido, y quien no lo vivió, el deseo de haber estado allí. Hay carteles, dossieres, camisetas, fotos –muchas fotos–, vídeos, entrevistas, recortes de prensa –de IDEAL, muchísimos de ellos–, e incluso noticia cierta de las muchas polémicas que arrastró consigo un ciclo que vino para meter descaradamente el dedo en el ojo en una sociedad que estaba perdiendo fuelle.

Como afirma Antonio Rodríguez, han sido necesarios cinco años de trabajo para materializar la idea de la muestra. Justo antes de la pandemia, en enero de 2020, comenzó a hablarse de homenajear al Espárrago con un libro –de próxima aparición– a la que acabó añadiéndosele esta exposición, que, como el propio promotor del festival afirma con humor, «provocó un pequeño caos de recuerdos, primero en mi casa del pueblo y luego en la de Granada». Fue poniendo orden con ayuda del equipo de la UGR encabezado por el lojeño Antonio Collados, director de La Madraza, quien ha coordinado la exposición, y el concurso de múltiples románticos que recuerdan con cariño los momentos vividos. «Los últimos meses han sido de vértigo. Marisa Mancilla, Marina Hervás y el propio Antonio han hecho un trabajo excepcional». comenta.

El resultado final es una exposición que se ve, se escucha, se lee y se siente. Desde aquel 1989 en que una ayuda de la Diputación –de 250.000 pesetas– colocó sobre el escenario del por entonces frío pabellón municipal a unos amigos –Dementes– y una de las bandas estrella de la época –Ilegales–, el Espárrago no hizo sino crecer. El compromiso social, el apoyo a causas diversas, el oído permanente hacia el cambio de tendencias y un olfato casi infalible que se reveló en sus organizadores –que fueron aprendiendo sobre la marcha y a veces, a golpes– convirtieron un festival de pueblo en un fenómeno global, fenecido a manos de una generación de gestores de lo público a los que se les paró el reloj. Pero, como siempre, queda la memoria. La de la imagen congelada; la dinámica. La que hizo del Espárrago algo grande.