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Relatos de verano

Enfermedad rara

Pilar Esteban Ruiz

Sábado, 16 de agosto 2025, 23:33

Vino al mundo muy rápido, adelantándose tres semanas a la fecha probable del parto. El veintitrés de abril a las veintitrés y veintitrés horas del ... año mil novecientos noventa y tres, daba sus primeros llantos.

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Desde muy pequeño era un niño bastante inteligente, risueño, obediente. Le encantaba hacer puzles, juegos didácticos de encaje concéntrico... y adoraba los libros.

A los dos años ya sabía leer perfectamente palabras de dos sílabas; su madre, que era maestra de primaria, le enseñó con mucho mimo.

Con cuatro años ya leía todo lo que tenía a su alcance, libros de aventuras, cómics, libros de animales (sus favoritos), álbumes ilustrados, sin importar el tema ni la dificultad. Sus padres, asombrados, comprendieron enseguida que su hijo tenía una habilidad extraordinaria: podía engullir libros como si fueran caramelos.

Un día lo encontraron en el suelo, con vómito alrededor y con un libro entre las manos, mientras su cuerpo pequeñito convulsionaba. Llamaron a emergencias y les dijeron que no se preocuparan, que le pusieran un paño de agua muy fría en la frente, y que lo llevasen al hospital lo más rápido posible. Sus padres, con el miedo en el cuerpo y lágrimas en los ojos, lo cogieron en brazos y corrieron en busca de un taxi.

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Al llegar, le quitaron el libro y volvió a vomitar, le hicieron todas las pruebas diagnósticas que exige el protocolo y no detectaron nada anormal. Optaron por dejarlo ingresado para hacer otro tipo de examen más exhaustivo. Estando en el hospital no mejoraba, incluso tuvo un desmayo con pérdida de consciencia. Durante esa semana, le realizaron un TAC craneoencefálico, un estudio de cromosomas y un examen oftalmológico. Todo era normal, excepto en el estudio cromosómico: se detectó un cromosoma con dislocaciones.

Su enfermedad se diagnosticó como «Síndrome del lector obsesivo compulsivo». El informe clínico era claro: tenía la capacidad de leer libros a gran velocidad, pero si pasaba un solo día sin hacerlo, enfermaba.

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Los médicos recomendaron a los padres que lo llevara a un centro de altas capacidades, pues allí podrían ayudarle.

Para evitar recaídas, sus padres comenzaron a comprarle un libro cada tres días. Pero no era suficiente: él también tomaba prestados ejemplares de la biblioteca del colegio. No le importaba el contenido: leía matemáticas, novelas, poesía, tratados, cómics, revistas científicas… Cualquier cosa con letras impresas le servía.

Estudió «Lenguas Comparadas» con matrícula de honor y obtuvo su doctorado con la calificación de 'cum laude'. Después, hizo un máster de profesorado y acabó quedándose como ayudante en la Facultad de Filología Hispánica.

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Era su primer año como docente y sólo cinco alumnos se matricularon en su asignatura. Además de la decepción, el rector lo citó en su despacho. Le dijo –con tono amable y resignado– que estaban pensando en fusionar su materia con otra, para rentabilizar recursos y aumentar la asistencia. «Seguro que será más satisfactorio para ti», concluyó. Aquella conversación se le quedó grabada como una astilla. A pesar de todo, inició sus clases con entusiasmo, con un deseo genuino de compartir su pasión. Pero pronto descubrió que la mitad de sus alumnos no asistía. Preferían descargar los apuntes desde la 'web'.

Una noche, mientras leía un libro titulado 'Autoayuda y Biblioterapia', no podía creer lo que había encontrado. Según el autor, para salvar el ánimo era necesario dejar de leer y combinar dosis de 'Lorcazepan' con 'Cervantixeno'. Aquella mezcla le pareció una locura. Cerró el libro, lo abrazó contra su pecho y salió a caminar sin rumbo.

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Anduvo sin pensar, absorto, hasta que se dio cuenta de que estaba en medio de un olivar. Se vio en la tesitura de volver a casa o seguir por las vías del tren. Optó por lo segundo. En un arrebato de ira y desesperación, se tumbó sobre los raíles, deseando que todo terminara.

Un grupo de adolescentes, que se reunían en esa zona para fumar cigarros de olores extraños, lo encontraron allí, inmóvil, con un libro apretado contra el pecho. Llamaron al 112. La operadora coordinó rápidamente el operativo de emergencia y avisaron al maquinista del tren que se aproximaba.

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El conductor frenó todo lo que pudo. El tren pasó por encima de él. Pero tuvo suerte: su cuerpo quedó encajado entre los raíles. El informe médico detalló apenas unas magulladuras y contusiones leves.

Se despertó en una cama de hospital, en la planta reservada a pacientes de 'Biblioterapia'.

Seguía aferrado a aquel libro con una mano contra su pecho. En la otra, le administraban por vía intravenosa una mezcla exacta de 'Lorcazepan' y 'Cervantixeno'.

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