¡Danzad, danzad, malditas!

Mari Ángeles Torró Fernández

Viernes, 2 de agosto 2024

Feli se sentó en el banco. El parque estaba desierto. Anochecía y un viento helado alborotaba las hojas secas que se arremolinaban formando alocados corros ... que giraban alrededor de sus pies. Feli seguía con la mirada aquella danza hipnotizante. De forma maquinal, sacó de uno de los bolsillos del abrigo una petaca y echó un buen trago.

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–¡Danzad, danzad malditas! —susurró mientras unas gotas de ginebra se deslizaban por su barbilla.

Cuando se disponía a echarse otro trago vio cómo se acercaba una vieja que arrastraba un carro de supermercado lleno hasta rebosar de los más dispares enseres: mantas, latas, ropa, cajas de cartón... La vieja se detuvo frente a ella. Un nauseabundo olor acre envolvió a Feli. Con una voz aguardentosa, la vieja se dirigió a la mujer mientras señalaba el banco con su índice deformado por la artrosis:

–¿Te importa?

Feli tardó en responder.

–No, si yo ya me iba.

La vieja clavó su penetrante mirada en los turbios ojos de Feli y exclamó:

–¡Claro!

Era esta una expresión que contenía un «ya lo sabía», un «doy asco», un «tienes miedo», un «interrumpo tus tragos»… Ese «¡Claro!» tuvo el efecto de dejar clavada en el banco a Feli. Las dos mujeres permanecieron un buen rato en silencio con la mirada perdida entre las hojas que, incansables, seguían danzando a su alrededor. Al cabo, fue la vieja la que rompió el silencio:

–No te cortes; échate otro trago. Yo te acompaño.

Se levantó y del fondo del carro extrajo un 'tetrabrik' de vino peleón. Lo acercó hasta su boca y bebió con fruición. Feli la observó y no pudo reprimir una arcada que le subió por la garganta hasta deshacerse en su boca dejándole un desagradable sabor acido. Tragó saliva e introdujo en el bolsillo del abrigo la petaca que todavía sostenía en la mano mientras murmuraba:

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–No, si yo no… Era por el frío… Yo…

La vieja la interrumpió:

–Ya, el frío; pues vete a casa. Allí no hará frío y nadie te verá darle a… Todavía puedes irte a casa, ¿no? O puede que ya no tengas casa, ¿me equivoco? No, si ya lo decía mi madre: «Feli: esta vida es un tango, un baile infernal, un…». ¿Te acuerdas?

Feli sintió entonces la irresistible tentación de formularle una pregunta e interrumpiendo el errante parloteo de la vieja le dijo:

–¿Feli?... Feli de Felisa, supongo.

–No, hija, no; Feli de Felicidad. Así me puso mi madre, la del tango. ¡Vaya ocurrencia! Nací el siete de marzo, día de santa Felicidad, y no contenta con eso también me bautizó como Perpetua, que se celebra el mismo día. ¿Te imaginas? ¿Tú cómo te llamas? Yo… Felicidad Perpetua. Es para morirse de risa. Felicidad Perpetua, Felicidad Perpetua, Felicidad Perpetua… –repetía machaconamente la vieja.

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De pronto, interrumpió su letanía y se puso a reír escandalosamente. Feli la observaba con los ojos desorbitados. Las amargas risotadas retumbaban en sus oídos como mazazos. Súbitamente la vieja cesó de reír y, girándose, clavó sus enrojecidos ojos en los de Feli. De su desdentada boca salieron unas palabras que parecían surgir de lo más profundo de las tinieblas que ya envolvían el parque:

–¿Por qué te cuento todo esto si tú lo sabes muy bien?

Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de Feli. Comenzó a temblar como las escasas hojas que se resistían a caer de los desnudos árboles. De un salto se puso en pie y arrancó a correr. De nuevo la vieja comenzó a reír. Esas carcajadas burlonas le perforaban a Feli los oídos hasta penetrar en lo más profundo de sus entrañas. Sentía los inquietantes ojos de la vieja clavados en su nuca.

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Feli no cesó en su tambaleante carrera hasta ser engullida por las tinieblas que envolvían el parque mientras la vieja contemplaba las hojas que seguían danzando alrededor del banco:

–¡Danzad , danzad, malditas! ¡Danzad, danzad, malditas!... –repitió una y otra vez con voz cada vez más débil, mientras su cuerpo se iba inclinando lentamente hacia delante hasta que se desplomó sobre el frío suelo.

Las hojas siguieron danzando alrededor de la vieja durante toda la noche.

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