Patrimonio de Granada
La Cueva de los Murciélagos, el tesoro neolítico de AlbuñolLas condiciones ambientales han permitido que se conserven en perfectas condiciones huesos, cerámicas y ajuares de hace 7.200 años
La historia dice que el origen de Albuñol posiblemente sea romano. Pero la ciencia ha demostrado que por aquellos pagos de la costa granadina vivía ... gente muchísimo antes. Concretamente hace 12.300 años. Este es uno de los grandes descubrimientos de la segunda campaña en la Cueva de los Murciélagos, una impresionante caverna de sesenta metros lineales y cuarenta de desnivel situada en uno de los márgenes del barranco de las Angosturas, a unos 450 metros sobre el nivel del mar, a la que tan solo se puede acceder con arneses y asidos a una línea de vida –la caída en picado es de unos sesenta metros–.
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Pero el auténtico valor de este yacimiento, documentado en 1868 por Manuel de Góngora en su libro 'Antigüedades prehistóricas de Andalucía', no está en la antigüedad, sino en el impresionante estado de conservación de todo lo que se ha hallado allí y sobre todo, como dice el director del proyecto Cueva de los Murciélagos, el profesor granadino Francisco Martínez-Sevilla, en «todo lo que se conocerá en los próximos años». Por lo pronto, las excavaciones de este verano, en las que estuvo este periódico, han sido un verdadero éxito.
Y es que no hay más que adentrarse unos metros en la cavidad, explotada como mina durante varias décadas a mediados del siglo XIX, para darse cuenta de que la Cueva de los Murciélagos es especial. Lo es porque Martínez-Sevilla, con el apoyo de un equipo de prestigiosos investigadores de diferentes universidades españolas, ha analizado con detalle –y corroborado por procedimientos científicos–, qué pasaba en este abrigo montañoso hace 7.200 años, la otra datación en la que se ha constatado que hubo ocupación humana. En esos momentos la Cueva de los Murciélagos era un lugar de enterramiento.
«Este yacimiento es único en el sur de la Península y dará mucho que hablar en los próximos años»
Francisco Martínez-Sevilla
Coordinador del proyecto Cueva de los Murciélagos
¿Qué sucede? Pues que las características de la gruta, su situación y sus condiciones climáticas han permitido que tanto los restos cadavéricos –algunos se han hallado momificados– como todos lo ajuares con los que eran enterrados se mantengan en perfectas condiciones. Y esto es un verdadero regalo para los científicos.
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Por eso, el laboratorio de campo de la Cueva de los Murciélagos, situado en el albergue de Albondón –a unos veinte kilómetros por carretera–, está procesando piezas de cerámica, huesos, semillas y fibras que son un verdadero tesoro para descifrar como era la vida y la forma de relacionarse de aquellos seres humanos neolíticos de hace 7.200 años. Cada uno de estos elementos ya va camino de diferentes laboratorios para ser analizados por antropólogos, carpólogos, antrocólogos, polinólogos, arqueo zoólogos... Posteriormente, todos estos materiales retornarán a Granada, donde quedarán depositados en el Museo Arqueológico. Lo dice la ley.
«Estamos analizando interesantes restos de fibras que se usaban en cestería y en trenzas para cuerdas»
María Herrero
Especialista en arqueo botánica
La clave, según explica Martínez-Sevilla, es que en la Cueva de los Murciélagos, de piedra dolomía, coinciden una serie de circunstancias que han contenido la degradación de lo que había en su interior y que, pese a los 7.200 años, llegue en unas condiciones óptimas. Hay poca humedad en el interior, no existen filtraciones de agua y se aprecia una circulación de aire continua. También beneficia su orientación hacia el este.Por todo ello, el esparto que se utilizaba para hacer sandalias o collares, por ejemplo, se mantiene en estado óptimo. Se aprecian los entrelazados, las técnicas de confección... una pasada.
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Huesos
El grupo que ha trabajado estos días en la Cueva de los Murciélagos –la excavación ha estado financiada este año por el Ayuntamiento de Albuñol y el pasado por la Comunidad de Madrid– está obteniendo multitud de huesos. «Muchos de niños», apostilla Martínez-Sevilla, «lo que evidencia el elevado porcentaje de mortandad infantil». En aquellos momentos, hace 7.200 años, la esperanza de vida al nacer apenas superaba los treinta años. Todos era llevados a la Cueva de los Murciélagos, considerada un lugar sagrado, y depositados directamente sobre las rocas. O al menos así se los encontró Manuel de Góngora, decano de la Facultad de Filosofía y Letras de Granada, cuando visitó el lugar hacia 1860, después de que se retiraran unos bloques pétreos en 1857 y se diera la voz de alarma.
Y es que está perfectamente demostrado que la Cueva de los Murciélagos ha tenido tres usos a lo largo del tiempo. Fue un refugio para cazadores y recolectores hace 12.300 años. No había ninguna comunidad que viviera allí de forma permanente, sino que eran nómadas y pernoctaban durante unas semanas, en función de lo que podían obtener. Abatían jabalíes, conejos y cabras montesas, muy abundantes en la zona –también hoy día– y pescaban en el mar, en aquel momento a unos cinco kilómetros de distancia. Cocinaban con fuego alimentado con madera de pino y de enebro, fundamentalmente. Entonces por la barranquera manaba caudal.
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La Cueva, documentada por primera vez por Manuel de Góngora en 1868, apenas está investigada
Cinco mil años después, hace 7.200, la Cueva de los Murciélagos se convirtió en una gran sepultura. Se han localizado huesos por todas partes. Ahí se ha puesto ahora el foco arqueológico y los resultados son, sencillamente, sorprendentes. A buen seguro que no tardarán en publicarse artículos en importantes revistas científicas.
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Y por último, lo más reciente, fue la actividad extractiva. La identificación de una veta de galena motivó la explotación por parte de una compañía minera. Aunque aquello no funcionó y la labor se centró en la explotación de los excrementos de los murciélagos, el guano, considerado un efectivo fertilizante.
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Más de 1.500 piezas procesadas en el laboratorio de campo
Toda la faena que se realiza en el yacimiento se traduce en trabajo en el laboratorio de campo, instalado en el albergue de Albondón. Se estima que en esta última campaña se catalogarán unas 1.500 piezas. La recepción y clasificación del material corre por cuenta de la bióloga María Herrero, especialista en arqueo botánica de la Universidad Autónoma de Barcelona.
«Inventariamos todo para, posteriormente, enviárselo a cada uno de los expertos implicados en el proyecto», explica María Herrero. Más allá del análisis organoléptico, Herrero y su equipo utilizan lupas binoculares y microscopios digitales para los elementos más pequeños. Cerámicas decoradas de hace 7.200 años, fibras para cestos y cordeles, tejidos, restos óseos... mucho por investigar.
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