Cristina Morales, ante la puerta de la Facultad de Derecho de la UGR, donde estudió. Ariel C. Rojas

Cristina Morales: «Me encanta que digan que tengo mala fama»

La escritora granadina ha participado en el Encuentro de Cultura de la Alhambra con su discurso más personal y su última novela a punto de impresión

Lunes, 6 de octubre 2025

Cristina Morales toma café y bebe agua en una terraza de la plaza de su Facultad de Derecho, en la tarde infinita de viernes de ... octubre de Granada. Los recuerdos le asaltan. «Me crié en Albolote y a Granada me vine con trece años. Nos fuimos por detrás del Ayuntamiento, a la calle Piedra Santa». No hace falta preguntarle mucho, ella es en sí misma un torrente de titulares. Al verte, te recibe con dos sonoros besos y una cordialidad a prueba de bombas. Es simpática y tiene gancho. Pero cuando abre esa boca sale el talento que sus lectoras devoran en sus páginas. Y sus lectores. «No quiero una foto con 'Lectura fácil'», su megahit, premiado y alabado. «Estoy ya un poco cansada. Voy a sacar además ahora otro». Punto.

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–'Enfant terrible', díscola, ¿cómo llevas el estrellato?

– Me gusta tener mala fama. Está bien. Como dice el refrán, 'que hablen de una aunque sea mal'. Como el mundo literario está absolutamente embebido de un tipo de retórica y atmósfera 'bienqueda' y romántica, como si los escritores viviéramos del aire o fuéramos seres místicos de luz, basta que una presente por delante sus derechos laborales y naturales, que conllevan unos morales de dignidad y respeto, basta que lo deje claro, para que seas una insoportable. Me parece bien que digan que soy insoportable, que tengo mala fama.

–Cumples 40 años en diciembre. En mayo de 2013, este periódico publicaba: «El lector se encontrará con otra cosa, con una novela diferente a la dominante 'literatura-snack'. A disfrutar, y a divertirse», respecto a 'Los combatientes', «la primera novela de la escritora granadina Cristina (García) Morales (Granada, 1985), con la que ha obtenido el Premio Injuve de Novela 2013». ¿Qué queda de aquella Cristina veinteañera?

–Quedan los derechos de autor de todas esas novelas, que siguen siendo compradas, leídas y discutidas. Y representadas. (Jajajajajaja). De Cristina queda mucho. Fueron los años en los que más estudié, cuando más leí y cuando se forja el carácter y en mi caso, un carácter literario.

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–Ahora te sientas en un festi internacional en el marco de la Alhambra con nombres como Salman Rushdie y hablas en Corral del Carbón. ¿Estás un poco en 'hip', de moda?

–Lo he estado más antes, cuando salió 'Lectura fácil'. Ahora me llaman para hacer mi trabajo, que es la Literatura, hablar y reflexionar. Y me han llamado porque soy de Granada. Granada para mí es la casa del herrero, porque no he sido profeta en mi tierra. Han tenido la decencia y el amor de traerme a mi tierra y estoy felicísima.

–¿Cómo ha sido acostumbrarte a tu trayectoria, a la fama? Leo por doquier todo tipo de trifulcas, polémicas…

–¡Uuuuuuyyyyy! Han llegado a hablar de mis dientes, de mi boca, de mi pelo, de mi aspecto. Recuerdo alguien que –fíjate en el nivel de perversión y paranoia de la peña, de los críticos–, aplicaba significados a mis anillos. A esa mierda una no se acostumbra y no se tiene que acostumbrar. Hay que estar despierto para combatirla. Es mejor no acostumbrarse.

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–¿No tiene nada de bueno la fama?

–Sí, los lugares de respeto que se conquistan donde antes escupían a tu paso. Estando yo en Barcelona, hasta que no gané el Premio Herralde, en el mundo literario de fuera de Andalucía no dejaban de hacer chistes y burlas sobre mi acento andaluz. Cuando ganas, de pronto da un estatus en el que ya no eres la gitanilla de encima de la tele de los chistes de los Morancos, que adoro, sino que te conviertes en una escritora española (y mueve las manos con vehemencia). Así que la fama y el reconocimiento son eso, espacios de respeto que se conquistan.

–¿Igual es que hay que seguir despatriarcando a toda pastilla. O directamente desaprendiendo?

–Sí, eso de despatriarcar lo dice María Galindo, activista boliviana, y me gusta. Y hay que despatriarcar a toda pastilla. Pero una tiene ganas también de descansar, pero esto es una lucha diaria.

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–Vive, malvive o sobrevive en Barcelona, donde Serrat dejó cantado: «Hace 20 años que tengo 20 años. 20 años y aún tengo fuerza, y no tengo el alma muerta, y me siento hervir la sangre. Y aún me siento capaz de cantar si otro canta (...) Quiero cantar al amor». ¿Escribes enamorada,enamorando, odiando, gritando? ¿Por qué te hierve la sangre?

–Ahora me he mudado a Tarragona, jejé. Ya no se puede vivir en Barcelona con esos precios y la gentrificación. Pero, ¡aaaaaayyyy!, mira. Ahora estoy en un momento muy dulce en la escritura porque estoy a punto de entregar novela nueva. Llevo tres años con el libro y cuando estoy a tres meses de entregarlo todo fluye, el libro está en mí y yo estoy en el libro. Somos una misma las teclas y yo, y pasan las horas constantes del hallazgo de una misma.

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–¿De qué se enamoran las personas que se enamoran de Cristina Morales?

–Hay que preguntarles a mis amados y amadas. Pero sé que de mis ojos verdes que tengo, y –carcajada–, de lo bien que me sale el salmorejo, por ejemplo. Me dicen 'que ojos tan bonitos que tienes' y del salmorejo, 'que ni en Córdoba lo he comido tan bueno'.

–Puede ser, como hipótesis, que la percepción del sexo haya cambiado radicalmente. De mi generación 'Boomer' a la de mis padres ni te cuento. De la mía a la tuya la cuentas tú, pero levanta ampollas. ¿La sociedad sigue siendo una fábrica de tabús?

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–No va por generaciones. Hay gente mayor y de mi edad que dice que no hace falta decir en las novelas que se comen los coños y las tetas, que no hace falta que el texto sea tan explícito. No es generacional. Los momentos de elipsis, a veces, pueden ser mucho más útiles para la narración. Pero cuando lo hago de forma explícita es porque es funcional a la narración. Hablar de cómo folla una persona describe al personaje. No reconocerlo es estar ciego.

–Utilizas el lenguaje a diestro y siniestro, con una fuerza voraz. ¿Hay algún tipo de límite?

–Quiero pensar que no hay límite. La lengua y sobre todo el lenguaje es ilimitado. El lenguaje está en la calle, no tiene que ver ni con la alfabetización ni con haber estudiado. Otra cosa es la norma, las lenguas en el sentido normalizado. Yo estoy entre dos aguas a la hora de escribir. Si quiero que Anagrama me publique, tengo que hacerlo en un código lingüístico maomeno amparado por la RAE. Tiene que ser legible. Además, mi trabajo necesita un ejercicio de comunicación literaria, dentro del corsé de la norma, como dice Javier Pérez, de Andújar, autor de 'Catalanes todos'. La ortografía es el código penal de la lengua. Así, yo intento descoyuntar los límites. Es un currazo. No habría literatura sino.

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–¿Qué es lo más detestable? Lo digo porque solo me ha dado tiempo a leer bien el primer capítulo de 'Lectura facil' y en dos páginas, dos sencillas y simples páginas, ya marcas temperatura. ¡Eso gusta!

–Lo más detestable es la censura. Algo que se reedita constantemente y que es parte de mi trabajo es la censura. Y eso no importa a las conquistas, a los espacios de respeto conquistados, a las banderas clavadas, porque siempre intentan metértela, cortarte, siempre pretenden reconducir tu discurso. Y eso me revienta. Incluso, ya no le llaman censura. Ahora es 'editing', o corrección o educación o su puta madre.

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– ¿De qué estás orgullosa?

–(Se lo piensa). A la dulzura de la soledad, imprescindible en el ejercicio de la escritura. Es una soledad dulce, buscada, pero que también es una conquista, de la que soy responsable yo y la gente de alrededor que me quiere y sostiene esa soledad de la que hablaba.

–Lo que me ha sorprendido es que en la redacción de mi periódico, directamente en mi mesa donde estamos cinco personas, tres de ellas son mujeres, han leído 'Lectura Fácil'; la subdirectora, que pasaba por allí para recoger unos folios de la impresora, también. Y la redactora de sucesos me ha pedido esta misma mañana el libro para leérselo en cuanto me lo acabe. Cristina, de verdad ¿qué les das?

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–¿Qué les doy? ¿Que les doy a mis lectoras? Me pone contenta pensar que los dolores de los que yo escribo son los dolores de otros y particulamente de otras. Una vez más, hace que una se sienta menos sola.

Ariel C. Rojas

–De una de las dos dedicatorias de 'Lectura fácil'. «A los pechos adolescentes que a los ochenta y dos años conservaba». Francisca Vázquez Ruiz (Baza, 1936-Albolote 2018). Ahí hay una persona, es decir, una historia. ¿Quieres compartirla?

–Es mi abuela. Me dijo Fernando Valls, crítico, 'que sepas que Lectura fácil le ha ido tan bien porque está dedicada a tu abuela'. Porque el libro salió publicado un mes después de que ella muriera.

–Hay mucha vida vivida y leída, y bailada y escuchada en muchas frases tuyas. Por ejemplo. 'Esos escritores a quienes se les acusa de no llegar a la altura canónica son precursores de la literatura vanguardista y del punk, esa corriente que encuentra la vida en la podredumbre. Galdós puede ser el tatarabuelo de Siniestro Total'. ¿De qué vas a ser tú abuela?

–De niños no. De criaturas con sus pulmoncillos y sus ojillo no. No voy a ser madre. ¡Ay, abuela! Qué pregunta más difícil me has hecho. No puedo proyectarme tan a futuro, Javier, lo siento.

–Me gusta leer. Me gusta compartirlo y empezamos ahora en octubre la cuarta edición del Club de lectura de Tremenda Librería en el Realejo del Ulises de James Joyce. ¿Te apuntarías? Y más importante, ¿por qué hay que leer?

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–Por supuesto que me apuntaría. He sido una lectora demasiado precoz del Ulises y no lo pude terminar. El Ulises, en tres intentos, no lo he podido acabar con este cuerpo serrano. Claro que me apuntaba. Y hay que leer para desarrollar sensibilidades ocultas e inesperadas. Yo en esta entrevista cito a tanta gente porque han nombrado lo que yo sentía y no era capaz. Hay gente que se ha roto la cabeza, lo ha escrito y nos ha hecho un favor.

–La norma sagrada para no follar con alguien, según John Waters: 'Si vas a casa de alguien y no tiene libros, no te lo tires'; y según la Nati, uno de los personajes de tu novela 'Lectura fácil'': 'No follo ni con españoles ni con nadie que haya votado en las últimas elecciones'. En mi caso, soy vasco y muchos de ellos dicen que no son españoles. Y tampoco voto desde hace años. ¿Follamos?

–Anda. Anda. Anda. Eso hay que discutirlo en asamblea.

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